Los ‘inquilinos’ de los túneles de la Castellana
Una veintena de ‘sintecho’ pernocta en uno de los subterráneos del complejo de Azca, con tres carriles cerrados desde enero por filtraciones de agua
Omar se ha acostumbrado a vivir escondido. Su vida se consume en penumbra, como la vela que enciende cada noche en la estancia en la que vive: una salida de emergencias del entramado de túneles para el tráfico rodado que atraviesa en varios niveles el subsuelo del complejo de viviendas, bares, oficinas y grandes superficies de Azca, el conocido como distrito financiero de Madrid. Primero fueron las bombas en Siria, el país en el que nació hace 67 años. Ahora, desde hace seis, habita en el paso subterráneo porque no tiene otro sitio adónde ir. Tampoco tiene documentos. “No soy nadie”, repite en un pulcro castellano que ha aprendido “en la calle” los “pocos días” que sale a pasear. Como él, una veintena de personas sin hogar se ha instalado en la galería, que tiene tres carriles cerrados al tráfico desde enero a causa de las filtraciones de agua que recorren sus muros.
Albañil de profesión, el hombre, de casi dos metros de altura, complexión fuerte y barba de varios días, perdió a su mujer y a sus dos hijos en los bombardeos de Alepo (Siria). No quiere hablar de ello: “Estoy muerto desde entonces”. Huyó de la guerra y cuando llegó a Madrid (vía mar Mediterráneo desde Italia) se hospedó en el céntrico túnel, lejos de las miradas de los transeúntes que caminan muchos metros por encima y de los vehículos que atraviesan a alta velocidad los carriles abiertos.
El hombre vive en el emplazamiento actual desde noviembre. Sus compañeros lo hacen en los carriles clausurados al tráfico y en áreas que parecen diseñadas para estacionar el coche en caso de emergencia. Mientras, la capital debate las deficiencias que pueden sufrir los ocho túneles que permanecen cerrados al tráfico parcial o totalmente desde hace ya meses. De hecho, Azca aún mantiene clausuradas tres vías: los carriles derechos de las salidas por las calles de Basílica, de Agustín de Betancourt y de Capitán Haya. Omar, al que solo le queda un diente, es ajeno a este problema. En la zona en la que reside no hay demasiadas goteras y, con un buen puñado de mantas, puede refugiarse del frío y de la lluvia. Comparte el espacio con otros cinco españoles. Los dos últimos llegaron el 28 de febrero. Aunque es más de medianoche y ha comenzado a llover, aún no han vuelto de recorrer las calles de la ciudad.
2.059 personas sin hogar
Una portavoz del Ayuntamiento indica que el asentamiento “no conforma un núcleo de población estable”. Su número fluctúa, como admiten también los responsables del mantenimiento del túnel. En la capital hay 2.059 personas sin hogar, según los datos del último recuento del Consistorio, de diciembre de 2016. La mayoría (1.121) pernoctaba en centros (el 54%); 414 (el 20%) se hospedaba en pisos y los restantes 524 (26%) duermen al raso. O en un túnel.
Hay varios colchones y mantas desperdigados por los aparcamientos del subterráneo, en la zona paralela a la calzada. Es más de medianoche y sus inquilinos aún no han regresado a sus improvisadas camas, rodeadas de montones de basura. “La mayoría de los que viven aquí son toxicómanos. Hacen sus necesidades en el túnel y los trabajadores tenemos que ir saltando los excrementos, los orines y, en ocasiones, incluso las jeringuillas”, relata un empleado de control de la galería subterránea.
En opinión de este trabajador no es gente peligrosa, pero recuerda que en una ocasión les amenazaron con cuchillos. “Vino el servicio de limpieza municipal y se llevaron sus cosas. Pensaban que habíamos sido nosotros”, subraya. Una pareja que vive en una de las salidas de emergencias avisa al equipo de EL PAÍS: no quiere compartir su experiencia y amenaza a quienes osen molestarla. Están nerviosos y asustados. Omar, que no revela su apellido, vive unos metros más adelante. “No soy nadie”, repite. Unos paneles con fondo en rojo precisan su ubicación exacta: 07 T-Azc 560. Una puerta metálica de la galería está bloqueada por la suciedad que se agolpa frente a ella: bolsas, plásticos, sobras de comida, excrementos y botellas vacías de bebidas alcohólicas.
Las personas que viven en estas galerías están esparcidas por carriles, áreas para dejar el coche en caso de avería, salidas de emergencia y oscuras galerías. Para llegar al lugar donde viven algunos de ellos, como Omar, hay que atravesar el túnel en coche y subir a un segundo nivel justo antes de que comiencen a vislumbrarse las farolas del paseo de la Castellana. Es necesario abandonar el vehículo y dirigirse a pie hacia una puerta metálica cerrada. Al traspasarla hay que subir unas escaleras por las que comienza a disiparse la luz. Al final, una vela alumbra la entrada a una habitación extensa y diáfana. Hay varios colchones repartidos por el suelo, mantas, multitud de botellas colocadas con esmero, un carro de la compra con ropa y una mesa metálica con cacerolas, champú y especias. Son las únicas posesiones.
“Nadie hace nada por nadie”
Un hombre despierta, enciende un mechero y consiente en hablar, pero no que se le fotografíe. Se levanta de la cama, se calza unas sucias chanclas y señala que no ha solicitado ayuda a la Administración: “Nadie hace nada por nadie, ni siquiera por los mismos españoles que vivimos aquí”. No obstante, algunos reciben comida de varias asociaciones del distrito (Tetuán) y se duchan en dependencias de la Asociación Bokatas, que trabaja directamente con personas sin hogar. Una portavoz del Ayuntamiento revela que Samur Social pasa ocasionalmente por el túnel para ofrecerles recursos y albergues para pernoctar. “No quiero ir. La gente que va está podrida: no se lava, huele mal y está borracha”, se queja Omar. Y añade: “En el túnel ahora somos unos 20, pero hay gente muy peligrosa: ladrones, toxicómanos y violadores. La policía entra aquí de vez en cuanto para detenerlos”.
Un portavoz de la Policía Municipal explica que la mayoría de las actuaciones que hace en el túnel se realizan por las quejas de los vecinos: “Ocupan la salida al exterior y eso puede conllevar peligro, así que se les echa de allí”. Vuelven pasados unos días. A veces, en cuestión de horas. Mercedes González, concejal socialista, cree “inadmisible que haya gente viviendo en los túneles de forma permanente, cuando arriba se supone que está la ciudad de los negocios. Es intolerable. Es una señal del descontrol que vive esta ciudad. Y denota”, dice, “la falta de control de la concesionaria y del Ayuntamiento”.
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