El hombre de las multitudes
A lo mejor soy excesivamente injusto con nuestra clase política e intelectual. Ellos están trabajando para hacernos la vida más llevadera
Saco mi lista de temas prioritarios (que no preferidos) para escribir este artículo y me sale uno prioritarísimo, la nueva embestida por tierra, mar y aire contra la inmersión lingüística. Pero como observo que este asunto, desgraciadamente, tiene todavía mucho recorrido, porque da muchos votos fuera de Cataluña y siempre es un arma infalible para desgastar al adversario, lo abandono por otro, que si bien es cierto no le gana en prioridad, sí necesitamos que no se cronifique como parece que lo está haciendo.
Me estoy refiriendo a la mala educación entre los políticos, entre las instituciones y entre ambos. Como es evidente que en los contenidos nadie se pone de acuerdo, incluso los que defienden lo mismo, sería vital que se coincidiera por lo menos en las formas. Este tema sale con marchamo de instalarse en mi lista, sobre todo, después de ver cómo Pilar Rahola le hace un escandaloso desplante al representante del partido de ultraderecha Vox, en el programa de TV3 Preguntes freqüents del último sábado. Fue tanta la impresión que me dio el gesto de la tertuliana y columnista, ese apartarse despreciativo cuando el político se acercaba a darle un beso, que me dije ya tengo tema.
Claro que luego recapacité y llegué también a la conclusión que este asunto tiene mucho futuro y que no me costaría repescarlo en otro momento, que podrá ser cuando mi lista comience a pedir auxilio por su escasez temática. Como dijo alguien de la tristeza, la mala educación es infinita. Y también muy triste. Todo esto estuve pensando, mientras la Orquesta de Barcelona hacía una pausa este último domingo, después de ejecutar una saltarina y bella pieza del músico catalán Ferran Sort que desconocía (la pieza, no el músico, del cual guardo en mi memoria sus hermosas partituras para guitarra que escuchaba tocar a mi hijo pequeño) y aprontarse para atacar el concierto para violín y orquesta en Re mayor de Beethoven.
Suelo poner en práctica, una costumbre, probablemente muy perversa, cuando acudo a sitios públicos donde la gente se reúne para ver una película, una obra de teatro (aquí poco porque el teatro no me gusta), un concierto u ópera. Observo para tratar de sorprender a políticos y escritores, mezclados con el público, no haciendo ni de políticos, ni de escritores, ni de intelectuales. Quiero verlos in situ, con sus parejas, o solos comiendo palomitas, o con sus niños, o con sus amigos. Por ejemplo: hace dos semanas me impuse el siguiente programa en busca de mis objetivos. Comienzo un lunes en los cines Verdi con un visionado de Tres anuncios en las afueras, con una inconmensurable Frances MacDormand. Oteo el paisaje de butacas, al final de la cinta me agazapo en la salida y nada. Ni escritores, ni políticos, siendo esta una película tan política y tan literaria. (Aclaro que esta malsana e infructuosa operación la hago en distintas funciones del día, desde hace unas décadas). Tres días más tarde, me impongo una sesión doble en los cines Texas: primero visiono una deliciosa comedia musical española, La llamada, que recomiendo fervorosamente. Salgo de la sala, tras digestión de bocadillo, y entro en la segunda sala donde pasan Detroit, un film terrible pero imprescindible. De ninguna de las dos películas, sale ningún político ni ningún intelectual (me refiero a los que George Steiner define como intelectuales: Mujeres u hombres que leen un libro con un lápiz en la mano).
El sábado acudo a los cines Icaria de la Vila Olímpica a ver un pase de La bohème, de Giacomo Puccini, en directo desde el Met de Nueva York. (Por cierto, no creo que ni en la ficción ni en la realidad, un hombre y una mujer se amen con tanta supersónica prontitud como en esta célebre ópera. La he visto mil veces, pero sigo sin poder evitar emocionarme hasta las lágrimas con su trágico final). Mis objetivos siguen sin cumplirse. Al final, termino mi periplo el domingo en el Auditori con el concierto de Beethoven. No me topé con ni con Arrimadas, ni con Iceta (debo decir que al líder del PSC y a Tardà me los encontré un día, ya hace muchos años, en la librería Laie y La Central, respectivamente), ni con Xavier García Albiol, ni con Xavier Domènech, ni con nuestra alcaldesa, ni con nadie de la CUP. Luego me lo pienso mejor y decido que a lo mejor soy excesivamente injusto con nuestra clase política e intelectual. Ellos están trabajando para hacernos la vida más llevadera. ¿Quién tiene tiempo para tonterías, cuando se está desviviendo para hacernos más felices?
J. Ernesto Ayala-Dip es crítico literario.
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