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Casto: el último de la Malasaña insaciable

Eva Hache, León de Aranoa o Malalengua recuerdan al fallecido timonel de El Palentino

Velas y mensajes de despedida para Casto Herrezuelo, el camarero del bar El Palentino.
Velas y mensajes de despedida para Casto Herrezuelo, el camarero del bar El Palentino.Jaime Villanueva

Estos días se han leído muchas hagiografías de Casto Herrezuelo, pero pocas tan sintéticas y acertadas como las de la actriz y el actor Eva Hache y Jöns H: “Era un hombre elegante, muy guapo, y con un pelazo impresionante”. Los dos frecuentaban su bar, El Palentino, por las mañanas. Sito en un esquinazo de la calle del Pez, este local casi secular era el último bastión de lo que hasta hace nada se entendía como Malasaña.

Hoy, la vida de este local irrepetible pende de un hilo. La de su timonel, Casto Herrezuelo, expiró hace dos días, recién cumplidos los 79 años. Sin él, El Palentino difícilmente seguirá siendo El Palentino. Y el barrio pierde el último hito al que se agarraba su autenticidad.

Un habitual de sus sándwiches de jamón y queso con huevo a tres euros, como el director de cine Fernando León de Aranoa, recuerda: “Hacer en El Palentino el rodaje del videoclip de Me llaman calle, de Manu Chao, fue casi inevitable. Los dos lo habíamos visitado mucho, juntos y por separado. Buscaba un bar soleado, en el que la vida del barrio se colara por los grandes ventanales de cristal. Un bar de la esquina, callejero, abierto; en el que se mezclan los desayunos con las copas, las rupturas conviven con las declaraciones de amor, la conversación con la rumba. Buscaba un bar vivo, alegre, luminoso; un bar con corazón y con alma, como la canción”.

Era justo lo que quería tener Herrezuelo: un bar de tránsito. Por allí pasaron con habitualidad, y ganas de pasar, Luis Eduardo Aute, Andrés Calamaro, Álex de la Iglesia, Moncho Alpuente, Sánchez Dragó, Ignatius, Coque Malla o cualquier famoso intelectualmente refrendable que viviera en las cercanías. A Casto eso le daba bastante igual. “Quería tener el bar lleno, hablar con la gente, siempre desde la máxima cercanía y discreción, pero con la máxima confianza”, cuenta su hija mayor, Raquel Herrezuelo. Y añade: “En la familia le propusimos que subiera los precios, que redecorara el local. Pero solo quería tener el bar lleno con gente con la que departir. No quería hacerse rico. Quería compartir experiencias”.

El Palentino lleva abierto en Pez más de 61 años. Casto, nacido y crecido en Paredes de Nava (Palencia), llegó cuando apenas había rebasado la mayoría de edad. El bar era propiedad de su familia y empezó como camarero. En los años setenta se hizo propietario, pero nunca abandonó la barra. Alberto Malalengua, artífice de grupos alternativos y compositor de bandas sonoras para cine, pero músico malasañero, antes que nada, dice: “Una vez le pedimos a Casto grabar un vídeo con el grupo en su bar. Nos dijo que vale. Le pregunté si no quería cobrar nada a cambio. Me respondió, sonriendo: ‘Con lo que bebéis los músicos, me doy por pagado”.

Casto Herrezuelo abría siempre la caja registradora cuando algún empleado de un bar colindante se acercaba a El Palentino acuciado por falta de liquidez. Y si tenían un problema de goteras, se acercaba y se lo resolvía. No sabía, Herrezuelo, de leyes de mercado. El capitalismo salvaje no iba con él. “Nunca entendió el cambio de pesetas a euros, y por qué eso obligaba a subir los precios. Por eso era el único bar del barrio que mantenía las copas a tres, aunque le recomendábamos que las subiera”, dice su hija, y añade: “Mi padre valoraba la relación con la gente por encima de todo. Aún estamos discutiendo en la familia qué pasará con El Palentino a partir de ahora”.

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Alberto Malalengua resumió hace tiempo, en su canción Surf de niño, lo que ha significado el encastillado imperio de Casto para Madrid: “Insaciables surgieron mil noches en El Palentino”. Y así ha sido, desde hace medio siglo.

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