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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La mutación del trabajo

Si la productividad aumenta y crece la riqueza, pero esta no se reparte a través del trabajo, alguna otra forma de reparto habrá que buscar. De lo contrario el sistema se derrumbará

Milagros Pérez Oliva
Controladoras de calidad en la fábrica Trefinos, en Palafrugell.
Controladoras de calidad en la fábrica Trefinos, en Palafrugell.MIRIAM LÁZARO

En los próximos años, la palabra trabajo va a ocupar el centro de nuestras preocupaciones. Y no solo porque las fluctuaciones de la economía generen más o menos desempleo, sino porque estamos inmersos en lo que el sociólogo alemán Ulrich Beck califica en su obra póstuma como un tiempo de metamorfosis. No hace mucho decíamos que estábamos en una época de cambios, luego vimos que en realidad era un cambio de época pero ahora hasta ese término se nos queda corto. Lo que viene es la metamorfosis del mundo que conocemos.

En La riqueza de los humanos, Ryan Avent explica que la robotización y la revolución digital van a provocar tal convulsión en las sociedades avanzadas que pueden caer los fundamentos del Estado moderno. De hecho, esa convulsión ya ha comenzado. La mitad de las grandes empresas que en el año 2000 figuraban en la lista Fortune 500 han desaparecido, la mayoría por no haberse adaptado a la digitalización. Lo que sea que surja de la metamorfosis en curso será completamente nuevo y en el centro del gran cambio estará el trabajo tal como lo conocemos ahora.

Rudy Gnutti, autor del documental In the same boat, recuerda en un libro que acaba de publicar (El mundo sin trabajo, Ed. Icaria) que cuando en junio de 1930 J.M. Keynes fue invitado a dar una conferencia en la Residencia de Estudiantes de Madrid sobre cómo sería el mundo un siglo después, dijo: “Será mucho más rico y la tecnología permitirá al hombre trabajar solo 15 horas a la semana”. Faltan solo 12 años para que se cumpla el plazo y efectivamente el mundo es hoy mucho más rico. De hecho, en el tiempo en que se ha doblado la población, el PIB mundial se ha multiplicado por seis. Pero para que se cumpla la segunda parte del vaticinio han de cambiar aún muchas cosas. Ni la riqueza ni el trabajo se reparten de forma que eso sea posible. Y desde 2010 la desigualdad crece de forma alarmante.

La robotización puede acelerar la creación de riqueza, pero por primera vez el aumento de la productividad puede no ir acompañado de un aumento del trabajo. Cada generación de computadores es más barata que la anterior, y eso es extensible a toda la automatización. Hasta el punto de que, según datos aportados en un seminario sobre el futuro del trabajo organizado por la Asociación Catalana de Universidades Públicas, se ha iniciado el proceso inverso a la deslocalización. La robotización hace que en algunos casos resulte más barato volver a fabricar en el propio país que hacerlo en un país asiático. Eso ocurre justo cuando los trabajadores de estos países están empezando a reclamar mejoras salariales y derechos laborales. Algunos expertos advierten de que el mayor impacto de la robotización no recaerá en los países ricos, sino en los países en desarrollo.

Los países con mayor automatización productiva no son ahora mismo los que más empleo destruyen. Al contrario, aquellos con mayor densidad de robots por cada 10.000 trabajadores industriales (Corea del Sur, Japón, Singapur y Alemania) son al mismo tiempo los que tienen menor tasa de desempleo. Y esto no es porque las nuevas tecnologías creen más puestos de trabajo de los que se destruyen en los sectores obsoletos, sino porque el aumento de la productividad y la riqueza permiten invertir en otras actividades como servicios a las personas y ocio. A corto plazo, sin embargo, los trabajos con más posibilidades de ser robotizados son los de baja cualificación, lo que crea un grave problema social y supone un reto sin precedentes para el sistema educativo.

El trabajo no es solo importante porque proporciona ingresos para la subsistencia. Toda la vida social y económica está organizada en torno al trabajo. También la vida de las personas. Si la productividad aumenta y crece la riqueza, pero esta no se reparte a través del trabajo, alguna otra forma de repartirla habrá que buscar, pues de lo contrario el sistema se derrumbará. Por muchos robots que haya para producir bienes y servicios, de poco servirá si una parte importante de la población no tiene recursos para acceder a ellos. Desconectar un robot será más fácil y más barato que despedir a un trabajador, desde luego. Pero la lógica del mercado sobre la que se sustenta el sistema capitalista se habrá destruido.

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La gran cuestión es pues cómo se distribuye la riqueza y cómo se organiza el trabajo disponible de manera que podamos asegurar unos niveles de subsistencia dignos para toda la población. Ese es el reto. La automatización productiva nos brinda la oportunidad de seguir creando riqueza sin tener que estar atados a un turno o a una cadena de producción tanto tiempo. Puede librarnos de tareas repetitivas y pesadas. Pero hay tareas en las que los robots nunca nos podrán sustituir: todas aquellas que requieren creatividad, inteligencia social, interacción o habilidades de manipulación y percepción. Ahí, el trabajo humano es insustituible.

La robotización es la continuación de la maquinización. En toda revolución hay ganadores y perdedores. Con la llegada de las máquinas, el mundo artesanal se vino abajo. Las fábricas eran insalubres y se trabajaba doce, catorce horas diarias, incluidos los niños. Pero la sociedad reaccionó y construyó el modelo de Estado social. La metaformosis que ahora vivimos trae grandes nubarrones, pero también nos brinda la oportunidad de cambiar la forma de repartir la riqueza y pensar en el trabajo como una actividad creativa y de realización personal.

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