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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Los clásicos nunca mueren

Seducir a los electores españoles a costa de Cataluña nunca se hizo sobre las brasas de un fuego candente que tiene a los habitantes del lugar tan divididos como dolidos

Josep Cuní
Puigdemont este martes, en Copenhague.
Puigdemont este martes, en Copenhague.reuters

En el planeta Netflix donde vive la política española orbitada por la catalana, esta semana han emitido Borgen. Esta serie danesa describe los avatares de los intereses públicos, miserias incluidas, como ya había hecho El ala oeste antes de que secuelas como House of cardsse convirtieran en despropósito. Sólo que si aquello sucedía en la Casa Blanca, esto pasa en el palacio de Christianborg, conocido popularmente por Borgen, del país de Hamlet.

Allí donde algo olía a podrido, según Shakespeare. Allí donde la protagonista asume el poder contra pronóstico compaginando sus virtudes públicas con los condicionantes de sus problemas personales. Allí donde todo tiende a confundirse porque así es la vida. Allí donde Carles Puigdemont esta semana ha pasado sólo un par de días pero que han dado para mucho. Han dado para tanto, que el juez español que le mantiene encausado no facilitó su detención internacional como pretendía la fiscalía, que el gobierno español tuvo que volver a las andadas intentando rebajar la tensión diplomática y la ilusión informativa sin conseguirlo y que el propio expresident se vio obligado a enfrentarse a la dureza de un interrogatorio que, de haberse producido en Cataluña, sus huestes habrían saltado a la yugular de la provocadora dejándole a los pies de los caballos. Eso es, de ellos mismos.

Ignoro si el candidato propuesto a renovar el cargo a la Generalitat había visto la serie y si ello le marcó su recorrido por el interior de la cúspide del poder danés. Incluso si fue motivo de conversación con los diputados que le acogieron. De lo que sí que estoy seguro es que compartieron algunas astucias aplicadas para seguir marcando la pauta a través de sus mensajes permanentes y sus titulares impactantes. Porque el tiempo sigue demostrando que Puigdemont domina esa habilidad ya definitivamente negada a la maquinaria propagandística del Estado. Porque mientras le ridiculizan, le menosprecian o le insultan siguen hablando de él, de sus andanzas y de sus provocaciones.

Le van a la zaga. La misma que él consiguió imponer durante su mandato. La misma que el tiempo y la distancia le permiten tramar y desplegar con el apoyo ahora de sus contactos internacionales. Pequeños pero lo suficientemente efectivos como para que los medios le sigan. Estrategia de la nueva temporada de la serie. Cosa distinta es cuánto va a durar, cómo va a acabar y cuál será el papel determinante del público al que tanto debe y todo le debe. Porque este ciudadano motivado primero y activista después dejó su mensaje en las urnas y está por ver si lo interpretan adecuadamente teniendo en cuenta el reciente pasado convulso. “Sobretodo hubo palabras: el relato que alejaba la política catalana de la realidad, el relato que buena parte de la sociedad catalana prefirió a la descripción de la realidad. Un relato que flirteaba con la posverdad y creaba una falsa sensación de consenso”.

Jordi Amat en La conjura de los irresponsables remata el desengaño íntimo con los políticos catalanes concluyendo que: “cuando después de años de relato nos despertamos el día que la pureza se había concretado en algo trágico, más allá de centenares de miles de personas comprometidas, no había nada sólido”. Y, efectivamente, no lo había allí donde hubiera correspondido que estuviera pero sigue hoy existiendo en el legítimo anhelo de esa parte importante de la ciudadanía que refrendó su propósito antes de Navidad.

La cuestión aún por descifrar es si todavía sigue existiendo por el legítimo anhelo de una esperanza inquebrantable o por la defensa genérica del sentimiento enraizado de país que sigue amparándose en el hecho diferencial convertido en baza indestructible. Y que se tradujo en una advertencia a Rajoy y, por ampliación, a los defensores del 155. Un gesto, entre sólido y sereno, equivalente a un acto de resistencia a través del voto. Más democrático, imposible. ¿No se trataba de decidir? pues decidieron. Libremente. Y repartieron su solidaridad entre presos y huidos, sí, pero sobretodo blindando la esencia del país que no merece ni tanto despropósito ni tanta afrenta.

Un país hoy en riesgo de convertirse en el ring donde se enfrenten los dos púgiles que ya calientan ante su combate para las elecciones generales. PP y Ciudadanos. Su reto está en la contundencia. Seducir a los electores españoles a costa de Cataluña es habitual pero nunca antes se hizo sobre las brasas de un fuego candente que tiene a los habitantes del lugar tan divididos como dolidos. Tanto por las formas abruptas como por la ausencia de alternativas. Y como cada uno es cada cual, resurgen los motivos reales del sentido del sufragio. En cualquier caso, fuera por razones sentidas o por emociones pensadas estas pueden verse desbordadas por intereses individuales o partidistas. Todos envueltos con la bandera del bien común. Por supuesto.

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