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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Pereza intelectual y realidad transversal

Recuperar el denostado eje derecha / izquierda introduciría sana complejidad en un debate polarizado entre lealtades patrióticas

Josep Ramoneda

No es la política un acelerador de ideas ni un multiplicador de conocimiento. Más bien lo contrario: la política gira en torno a la conquista y conservación del poder y el que lo tiene lo que busca es no perderlo. Por eso el buen político es aquel capaz de anticipar el riesgo y adelantarse a las preocupaciones de la ciudadanía. No abundan. Son los aspirantes los que se permiten ser más osados y ofrecer epifanías que muchas veces acaban estrellándose en las rocas del poder. El debate político en democracia sufre alteraciones en los decibelios —momentos de silencio e indiferencia y momentos de ruido— pero solo de vez en cuando se producen situaciones de ruptura: cuando cambia la hegemonía ideológica fruto de la evolución económica, tecnológica y cultural de la sociedad. Estamos en uno de ellos.

En contextos de incertidumbre, reviven conflictos políticos recurrentes que canalizan un malestar todavía no concretado en forma de alternativa. Y por economía de esfuerzo intelectual se tira de tópicos, como hemos visto en el caso catalán. Se recupera todo el arsenal de las peleas entre nacionalismos (entre un nacionalismo con Estado —que nunca se reconoce como tal porque su condición se da por añadidura— y un nacionalismo sin Estado). Sin duda, cierta tradición carlista puede jugar un papel en el nacionalismo catalán y, más allá del franquismo, la sombra del autoritarismo es alargada en un Estado en que, hasta 1978, la democracia era una rara excepción. Y es indudable que todo nacionalismo tiene algo de excluyente, en la medida en que se configura en torno el eje nosotros / vosotros, pero eso vale para todos, como hemos visto con el cierre de filas en defensa de la unidad de la patria española, púdicamente etiquetado como constitucionalismo. Tanto el discurso de la Cataluña cerrada, fanática, retrógrada como la de la España irredenta e incompatible con la democracia se agotan en sí mismos, pueden dar gusto a los creyentes pero no llevan muy lejos.

Uno de los mitos que no ayuda a avanzar es la homogeneidad de los dos bloques en conflicto. ¿Alguien puede creer seriamente que el 47 por ciento de electores que votan a partidos independentistas son conservadores, abducidos por fantasías del pasado, clases medias que se mecen en el clientelismo, educadas en el odio a los españoles? ¿O que el 43 por ciento que vota a partidos llamados constitucionalistas son inadaptados, reactivos a todo lo que sea catalán, henchidos de españolismo e incapaces de entender la tierra en que viven? Y, sin embargo, vivimos de estos y de otros muchos tópicos. Por supuesto que el lugar en que nacimos y la lengua que hablamos pesan sobre nuestra condición. Pero intentar encasillar a partir de ahí a porcentajes tan altos de ciudadanos es una simplificación que no ayuda. Y que el voto independentista tenga sus bases más sólidas en las clases medias y el voto constitucionalista en las clases populares del área metropolitana barcelonesa, no debería impedir ver la enorme transversalidad de cada bloque.

Entre el 47 por ciento de electores por probabilidad estadística hay de todo. Y además hay constancia de ello: en el independentismo están alienados desde neoliberales radicales que sueñan con una Cataluña desregulada al límite, hasta los anticapitalistas de la CUP, pasando por la tradición del nacionalismo conservador que el pujolismo encarnó, por el socialcristianismo y la democracia cristiana, por decantaciones de la socialdemocracia o por la simple adhesión a un país que se siente como propio. Y lo mismo puede decirse del unionismo, donde sin duda hay fervorosos nacionalistas españoles, pero también una gama muy diversa de personas que, simplemente, no ven la necesidad de romper con España. Una transversalidad que se traduce tanto en la pirámide social como en la demográfica. Una parte importante del electorado independentista está en la franja de los jóvenes, ¿son éstos los rehenes del pasado que dibuja el unionismo? El constitucionalismo tiene una parte importante de su voto en las clases populares castellanohablantes, ¿son estos los neofranquistas que denuncia el independentismo?

En la lucha por el poder gana quien suma más y para sumar hay que conocer. Quizás recuperar el denostado eje derecha / izquierda introduciría sana complejidad en un debate polarizado entre lealtades patrióticas, que, parafraseando a Alfredo Pastor, nos presentan como una cuestión de ser lo que es una cuestión de poder. Y a los electores libres como creyentes sectarios.

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