El separatismo se pondrá de acuerdo
No está claro si Puigdemont y Junqueras se arriesgarán a ir de nuevo colgados del brazo de la CUP o buscarán acomodo con los comunes
Durante el último ciclo político catalán, el que va de 2012 a 2017, se ha producido un auténtico cambio en su sistema político. Las razones son varias, aunque sin duda la principal es que CiU, el eje alrededor del cual se vertebraban todos los demás partidos, desapareció del mapa político al convertirse en una formación declaradamente independentista. Pero no sólo desapareció, sino también cada uno de los dos partidos que la componían, es decir, tanto Convergència como Unió.
En efecto, el paso a la independencia del principal protagonista de la política catalana causó una onda expansiva que ha dividido el sistema político catalán en dos bloques, el unionista (o constitucionalista) y el separatista (o independentista). Este proceso, que venía gestándose desde 2003 con el primer tripartito, puso la directa en las elecciones de 2012 y se aceleró en las de 2015. Las del pasado 21 de diciembre no han hecho otra cosa que consolidar ambos bloques con significativas transformaciones en el interior de cada uno de ellos. Veamos sucintamente en este artículo la situación del bloque independentista.
Lo que había llegado a ser CiU, incluso en sus últimos años de una cierta decadencia a partir de comienzos de siglo, ha cambiado sustancialmente y ahora mismo no está ni siquiera claro cual será su destino final. Hace ya tiempo que Unió se desgajó de Convergència y emprendió un vuelo en solitario que al poco tiempo fracasó. El paso emprendido por Artur Mas, sin convencimiento alguno, hacia la independencia, empezó a alejar de Convergència a su votante moderado y al mundo empresarial, dos pilares de ese partido. La confesión pública de Pujol sobre sus depósitos financieros en el extranjero desde que empezó a ser presidente y los procesos judiciales a los miembros de su familia, fueron un duro golpe al prestigio moral del partido. Entonces vieron claro que había que cambiar hasta de nombre.
Carles Puigdemont, el inesperado Presidente que al final aceptó la CUP, pertenece al sector convergente de base que, al contrario que Mas, tenía claro que la independencia era la finalidad inmediata y principal de su partido. En realidad, más parece un dirigente de Esquerra que de Convergència, especialmente por su manera de actuar, por su desprecio a las normas jurídicas y su confusión sobre los principios más elementales de la democracia. Si pensamos en pasados dirigentes de CiU como Miquel Roca, Macià Alavedra, Cullell o tantos otros, incluso Pujol mismo, no parece que sea de su misma cuerda política y, en todo caso, practica un estilo muy distinto.
Pero, además, desde su huida a Bruselas y la imposición en las pasadas elecciones de una lista electoral propia en la que los miembros del partido eran minoría frente a personas relativamente desconocidas pero de su absoluta confianza, parece que vuela sólo y no se sabe adónde irá a parar. No me extrañaría que todo acabara, a corto o medio plazo, en una fusión con ERC para formar el que podría denominarse Partido Nacionalista Catalán, nombre que es raro no se dé en Cataluña de forma similar a lo que sucede en el País Vasco, Quebec o Escocia. Al fin y al cabo, a los partidos nacionalistas les une más esta condición que la política económica y social. La misma ERC hoy se parece más al partido Estat Català de la II República, básicamente separatista y dudosamente democrático, que al socialdemócrata, además de independentista, que pretendían Puigcercós o Ridao hace pocos años.
Por tanto, el bloque independentista aún puede dar sorpresas y no está claro en este momento cual será su oferta para un futuro gobierno. Incluso no está claro si Puigdemont y Junqueras se arriesgarán a ir de nuevo colgados del brazo de la CUP, que les impide discurrir por vías intermedias y les precipita a callejones sin salida, o preferirán buscar un cierto acomodo con los comunes de Ada Colau, quizás buscando su abstención, una vez comprobado que estos siempre están dispuestos a la ambigüedad nacionalista, a pesar de los malos resultados que le ha dado, más todavía al haberse éstos desembarazado de los rigurosos demócratas Rabell y Coscubiela, los últimos de Iniciativa per Cataluña, por cierto un grupo político desaparecido en combate sin haberse celebrado siquiera un funeral.
De todas formas, como el objetivo es compartido, pienso que el separatismo se pondrá de acuerdo. Siempre ha sido así, no tiene porqué ser de otra manera.
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