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Hipercor, el dolor insuperable 30 años después

Una exposición en la Fabra i Coats explica la lucha de las víctimas del atentado de ETA frente al Estado

Blanca Cia
67 filamentos de luz en homenaje a las víctimas del atentado de Hipercor en la exposición de la Fabra i Coats.
67 filamentos de luz en homenaje a las víctimas del atentado de Hipercor en la exposición de la Fabra i Coats. joan sánchez

Impresiona ver a Jordi Morales, que quedó huérfano de padre y madre con 7 años, explicar que tuvo que contratar a un abogado para reclamar como víctima porque no fue considerada como tal por los tribunales. Impresiona escuchar el testimonio de Núria Manzanares y Enric Vicente, que perdieron a sus dos hijos y a la hermana de ella, cómo no han conseguido que la administración les reconozca las secuelas del atentado y les conceda prestaciones solo por enfermedad común. O escuchar a Xavier Valls, que se quedó huérfano de padre a los 9 años, contar como su madre, ante el abandono institucional, envió telegramas de pésame a Jordi Pujol y Pasqual Maragall como grito de protesta. Son algunos de los testimonios de familiares y víctimas del atentado de Hipercor de Barcelona el 19 de junio de 1987, en el que perdieron la vida 21 personas y otras 46 resultaron heridas, integrados en la exposición La Ferida d’Hipercor. Barcelona 1987 en la Fabra i Coats, en Sant Andreu, no muy lejos de Hipercor. “Una cercanía buscada porque fue este barrio el que sufrió especialmente el atentado ya que aquí vivían la gran mayoría de las víctimas”, explica el periodista Francesc Valls –ex subdirector de la edición catalana de EL PAÍS- comisario de la muestra organizada por el Museo de Historia de Barcelona y que se integra dentro de los actos del memorial por el 30 aniversario del atentado.

Una iniciativa que quiere evidenciar lo que Valls califica de “divorcio entre el poder y las víctimas” y rescatar la memoria del que fue el primer atentado de ETA masivo y con la población civil como objetivo. Las administraciones no facilitaron el contacto entre las víctimas: “algunos se conocieron 174 días después del atentado, en la sala de espera del forense”, explica. No pocos ni se enteraron de la celebración del juicio, en 1989. Fue a partir de la sentencia cuando algunos afectados empezaron a coordinarse, una movilización en la que tuvo un papel importante Robert Manrique, uno de los heridos que tiró de listín telefónico para localizarlos. “Las administraciones no ayudaron y fueron rácanos a la hora de reconocer los derechos de las víctimas”, añade Valls.

Solo 13 víctimas y familiares cobraron la indemnización por la responsabilidad civil subsidiaria de la administración por la omisión cometida al no haber desalojado a tiempo los almacenes, tal como reconoció en 1994 una sentencia de la Audiencia Nacional con un audio que recoge la muestra. “Otras 33 personas que plantearon igual demanda no la obtuvieron con el argumento de que se les había pasado el plazo”, concluye. Esa lucha por el reconocimiento es el que relatan los entrevistados. Milagros Rodríguez, una trabajadora de Hipercor que estaba embarazada de tres meses cuando estalló la bomba, explica que le dijeron que no se preocupara: “Fui al médico al día siguiente y me dijo que todo estaba normal”. Cuando parió, su preocupación era que la niña, Jéssica, estuviera realmente bien: “Y al principio eso parecía pero cuando tenía ya varios meses nos dimos cuenta de que no oía”. Jéssica López, de 30 años, que aprendió a hablar y sigue sin oír, es otro de los testimonios. “Es muy duro que te digan que no eres una víctima porque no estabas allí. Entonces qué, nos teníamos que morir también nosotros?”, expresa Enric Vicente, el padre que perdió a sus dos hijos en el atentado y a su cuñada. “Es un acto de justicia y de reparación de la ciudad hacia las víctimas. Y también es una decidida voluntad de reconstruir la memora pública de Barcelona”, ha afirmado el primer teniente de alcalde, Gerardo Pisarello, en la apertura de la muestra que congregó a unas 200 personas, entre ellas bastantes afectados.

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Escalada etarra

Hacía ocho meses que Barcelona había sido nominada para los Juegos Olímpicos de 1992 y se convirtió en objetivo etarra. En 1987, antes de Hipercor, se produjeron otros tres atentados –dos de ellos con sendas víctimas mortales- y el perpetrado contra la refinería de Enpetrol en Tarragona. El estallido de un coche bomba cargado con 200 kilos de amonal a las cuatro de la tarde y ocho minutos estacionado en el aparcamiento subterráneo de Hipercor y todo lo que desencadenó es el relato de la exposición a través de fotografías, documentación –recortes de prensa- audios con fragmentos de las sentencias y audiovisuales que registran el testimonio de siete de las víctimas y familiares del atentado.

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Una imagen tomada por el fotógrafo Cristóbal Castro en el interior del aparcamiento destrozado de Hipercor.
Una imagen tomada por el fotógrafo Cristóbal Castro en el interior del aparcamiento destrozado de Hipercor.Joan Sánchez

El espacio expositivo está dividido en varios ambientes separados por cortinajes con diferentes grados de opacidad. En algunos se proyectan imágenes de aquel día. Un espacio sobrio, diseñado por Marta Galí y Marta Oristrell: “se ha querido crear un ambiente de introspección, hasta de cierta inquietud”, apunta el comisario. Esa es la sensación que se tiene al entrar en un espacio circular, casi negro, solo iluminado con 67 filamentos de luz –una por cada víctima- que bajan del techo, en homenaje a todos ellos.

Valls se ha entrevistado con familiares y víctimas y ha buceado en la gran cantidad de información, tanto judicial como de prensa, de archivos y bibliotecas de Cataluña y del País Vasco, que generó la explosión de Hipercor. “Resulta muy significativo reseguir las crisis y los cambios en el mundo abertzale que generó el atentado a través de las páginas del diario Egin”, comenta. Diez días antes del atentado, Herri Batasuna obtuvo cerca de 40.000 votos en las elecciones europeas en Cataluña.

La exposición, que es gratuita y estará hasta el 11 de marzo, da buena cuenta de aquella tensión con artículos durísimos, como el que insertó la Patronal de Fomento del Trabajo Nacional en prensa que justificó cualquier método contra el terrorismo. Un todo vale que incluía una velada alusión a la utilización de la guerra sucia de los GAL que fue contestado el mismo día – el uno de julio de 1987- por el editorial Terrorismo verbal de EL PAÍS en el que calificaba el argumentario de la patronal de “fascistoide” y a favor de “tácticas de desestabilización de terroristas”.

La bomba en Hipercor fue toda una sacudida social que dejó aterrorizada a la población que salió a la calle de forma masiva, cerca de medio millón de personas en Barcelona. Un espanto que propició una acción espontánea en la Rambla donde se escribieron mensajes en el suelo, según se aprecia en una de las fotografías de aquellos días. Trágica ironía del destino, la misma escena que se vio este verano tras el atentado yihadista. Fue, además, una acción de ETA que quebró hasta el entonces compacto mundo abertzale con las primeras críticas a lo que fue calificado de “grave error”.

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Sobre la firma

Blanca Cia
Redactora de la edición de EL PAÍS de Cataluña, en la que ha desarrollado la mayor parte de su carrera profesional en diferentes secciones, entre ellas información judicial, local, cultural y política. Licenciada en Periodismo por la Universidad Autónoma de Barcelona.

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