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FUNK Maceo Parker

El padrinazgo honorífico es para él

El saxofonista que fue escudero de James Brown honra medio siglo de música negra con tanto amor como sentido del espectáculo

Actuación de Maceo Parker en el Teatro Apolo.
Actuación de Maceo Parker en el Teatro Apolo. Santi Burgos

Los derechos de autor de esta consideración inaugural pueden girárselos a los herederos de Perogrullo: a los 74 años, la energía que atesora nuestro protagonista no es la misma que sacaba a relucir en los años sesenta, recién fichado como escudero de James Brown. Maceo Parker ha sido uno de los mayores huracanes con carnet de saxofonista que ha pisado el planeta Tierra, pero es evidente que ahora no conserva tanta inmediatez para la pirotecnia como en aquellos años de oro y lentejuelas. Pero tengan cuidado: las caderas y rodillas de este hombre de 74 años ya las quisieran para sí algunos jovenzuelos con medio siglo menos a las espaldas.

Parker ha aprendido el sentido del espectáculo en la mejor escuela. Lo asume como un compromiso irrenunciable en cualquier circunstancia, y esas enseñanzas no se desvanecen jamás. Concurría este lunes en el Teatro Nuevo Apolo con traje y corbata, hecho un figurín, armado de una simpatía demoledora y de unas habilidades coreográficas (sí, coreográficas) equiparables con las de algún imitador de Michael Jackson. Y se encargó de ejercer como anfitrión arrebatador, aprovechando que se las sabe todas. En sentido figurado y literal.

Impartió una jocosa lección de jazz en dos minutos, cantó a capela mientras su banda simulaba morirse de aburrimiento o heredó por unos momentos el padrinazgo del soul (quién mejor que él) asomándose a Make it funky, aquel festín orquestado por James Brown. Sí, el hombre que le hizo crecer y con cuyo volcánico carácter colisionó, en distintos grados de intensidad, a lo largo de 27 años.

Faltó al principio la potencia, la intensidad, la profundidad y, por encima de todo, las cosquillas. La furia. El latigazo de alto voltaje. El puño en el estómago. Pero son demasiadas horas de vuelo en el expediente de nuestro maestro de Carolina del Norte como para que el panorama no mejorase. Lo hizo casi más desde la faceta cantora que en la instrumental. A Maceo siempre lo catalogaremos como saxofonista, pero no hubo en toda la noche un momento tan ardoroso como cuando extrajo de sus mismísimas entrañas el primer verso de Let’s get it on, ese “Lo he estado intentando tanto, cariño” que pareció como si pronunciara por primera vez en su vida.

Sucedió algo parecido pocos minutos después con una sentidísima lectura de You don’t know me, para la que Parker se colocó unas gafas oscuras como homenaje a Ray Charles, el intérprete más célebre que ha conocido aquel clásico de Eddy Arnold. Sin duda, hay algo de grandes éxitos para todos los públicos en un espectáculo que deriva al rato en una intersección entre Chain gang (Sam Cooke) y Stand by me (Ben E. King). Y algo de zalamería en un hombre que repite jams inabarcables en torno a un reiterado motivo vocal, “We love you” (“Os queremos”). Pero queda la honda sospecha de que el piropo, casi erigido en mantra, sea del todo sincero. Y tan palpable como esas lucecitas que forman la palabra “Love” desde el centro de las tablas.

La fiesta acabó con Pass the peas, uno de los argumentos más legítimos en la historia del funk, con Maceo sacando otra vez brillo a aquellas florituras de The J.B.’s fechadas hace 45 años. Para entonces, nuestro septuagenario superaba las dos horas y cuarto de concierto. Todos hemos sido más jóvenes; también Parker. Pero pocos hombres ostentan el padrinazgo honorífico de la música negra con tanto orgullo como él, ni con tanta ilusión por seguir pisando los escenarios.

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