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El grupo de la gente corriente

Love Of Lesbian despidieron la gira del ‘Poeta Halley’ con dos Sant Jordi Clubs llenos

Santi Balmes de Love of Lesbian, en el San Jordi Club
Santi Balmes de Love of Lesbian, en el San Jordi ClubXAVI TORRENT

Jarvis Cocker escribió Commo’n people desde el punto de vista de la pija pudiente que aunque sea sólo una vez quiere sentir los apremios de las facturas y de las miserias reservadas a la gente común. Quería saber cómo vive esa mayoría que no vive como ella. Esa protagonista hubiese visto la otra noche un mar de gente común, ellos y ellas normales en sus vidas ordinarias, en sus atuendos, en sus niveles adquisitivos, en su forma de disfrutar sin el temor a ver dañada su imagen, sin rodeos, sin disimulada empatía. Estaban en el concierto de Love Of Lesbian, una banda común, sin guapos en la formación, sin carismas desatados, un grupo de potenciales perdedores que durante años picaron piedra hasta que la popularidad llamó a sus puertas. Y no lo hizo con porrazos, irrumpiendo con intención de atropellar, sino que se coló poco a poco, ayudando así a ser mejor digerida por unos músicos con pinta de ser lo que en realidad son, los vecinos del rellano. Fue una fiesta. Común y corriente.

Bien mirado, no tan corriente, pues no lo es que un concierto dure casi tres horas sin momentos valle, sin canciones que invitan a dirigirse a la barra. Pareció que tras el arranque apoteósico —Cuando no me ves, Bajo el volcán, Allí donde solíamos gritar— y el remache de La niña imantada o Maniobras de escapismo, éxitos de cuando acabaron los años de plomo, iba a bajar la presión en la séptima pieza, Contraespionaje. Que si quieres arroz, Catalina. Una madre finiquitando la cuarentena cantó con aún más fuerza, mientras su hijo, coqueteando con la temprana adolescencia y tan poco versado en conciertos que pedía a su madre se apartase para que otro espectador que estaba tras ella pudiese ver el escenario, aprendía a soltarse en público bajo la tutela amable de la progenitora, en ese momento desmelenada. Y cantaba también un treintañero con pinta de oficinista, un chaval de veinte y largos con dilataciones, y un grupo de jovencitas de barrio. Chavales y maduras, Juani y Marçal.

 Ante todos ellos un grupo que parece tener el ego razonablemente domesticado, como corresponde a quien no se emborrachó de popularidad. Dos ejemplos: en la penúltima canción, El poeta Halley, Joan Manel Serrat participó desde la enormidad de la pantalla del escenario, y en la última, Planeador, Iván Ferreiro se sumó a la banda. Nadie, nunca, comparte el final de una actuación a menos que se trate de un concierto benéfico. Love Of Lesbian lo hacen. Y carecen de sentido del ridículo y Santi Balmes se pone un sombrero de copa cómico, y se queda con el torso desnudo sabiendo que no lo tiene para sacar pecho, y no hacen un Sant Jordi pudiéndolo hacer —han llenado dos Sant Jordi Club agotando entradas hace días— porque van poco a poco. Porque son gente de épica doméstica, porque son el grupo de la gente corriente.

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