Muerte y primavera de (otra) Rodoreda
Club Editor lanza una nueva edición, amén de una traducción al castellano, de la poliédrica novela que cambia la imagen de la escritora
Hay una Mercè Rodoreda literaria más allá de la candidez o la melancolía que roza lo cursi marcada por el sino de la Guerra Civil y el exilio que la escuela, la cultura popular y hasta cierta academia, ha fijado, básicamente, a partir de La plaça del Diamant. La otra, la de la nueva dimensión novelística, es una Rodoreda compleja por poliédrica, con marcada reflexión política, existencialista, con un punto fantástica o de ciencia-ficción, filosófica, casi utópica y distópica, que propone una sedición personal, pero también política, sobre todo si se mira con lentes de hoy. Y está toda en La mort i la primavera, hasta ahora considerada su obra tardía cuando quizá sea al revés, la matriz de la mayor parte de su producción literaria. La mejor manera de descubrirla es a partir de la nueva edición que acaba de lanzar Club Editor, con un epílogo de un centenar de páginas de Arnau Pons. La también nueva edición castellana simultánea (La montaña pelada) cuenta con otro apéndice no menos indispensable, obra del traductor Eduard Jordà.
“La obra está inacabada, pero no incompleta”, apunta Jordà para desmentir tópicos y fijar las múltiples claves de una obra que la autora nunca daba por terminada y que se publicó tras su muerte y cuya génesis no se explica sin su contexto. Rodoreda aborda La mort i la primavera tras haber presentado, sin éxito, La plaça del Diamant al premio Sant Jordi de 1960. Al año siguiente hará lo propio con La mort... Tampoco ganará. En el fondo, acabará siendo un primer borrador de una obra que irá creciendo, fermentación facilitada por la metodología de la autora: escribe a máquina y hace siempre una copia con papel carbón. Alentada por su compañero y mentor literario, Armand Obiols, con las décadas aumentará en partes (hasta un total de cuatro), personajes y en capas de lectura. En 1986, la editora Núria Folch buceará en todas las versiones para dar el máximo de riqueza sin romper el hilo argumental que ya daba la primera versión, que tenía principio y final. En 1997, Carme Arnau lanzará una edición crítica.
“Había dos opciones de abordar este texto: coger el último estadio de cada una de las partes, trabajadas de manera diferente en épocas diferentes, y publicarlo así o intentar entrar en la organización, la coherencia y las claves interpretativas que da, siempre desplegando el hilo argumental de principio a fin de la obra y dejándose llevar por la obra, cogiendo distancia a diferencia de otras versiones”, dice Pons, que ha trabajado casi diez años en ello a partir de la segunda vía y consultando tanto los archivos de la escritora (llevaba unas libretas donde anotaba los cambios y los porqués) y con la edición de Folch.
Como en toda la obra, el argumento de La mort… no es fácil. Quizá sea la historia de un amor adolescente en un pueblo que encarna una sociedad cruel y donde la muerte es la liberación; en el escenario es clave un bosque que funciona como espacio sagrado, en el que todo tiene una carga simbólica: las mariposas son almas y las abejas encarnan ese muerte y renacimiento; el fuego es purificador de verdad… “Es una reflexión sobre el poder político y social y el de las creencias, cómo las personas podemos dominarlas unas a otras y el amor como una de esas formas, cómo una persona te puede subyugar así”, dice Pons, que recalca el claro componente autobiográfico de la novela.
“Rodoreda está mirando las cenizas que hace poco han dejado la Guerra Civil y la segunda guerra mundial; está saliendo de la catástrofe”, lanza Pons, en un tema que no le es ajeno por sus estudios sobre Paul Celan. “Están sus sombras poéticamente expresadas en esta obra que no deja de recoger todo lo que ha dejado, no tanto física como espiritualmente”, apunta por su parte la editora, Maria Bohigas Sales. “Con su exilio ella no sólo huye de la guerra sino que deja atrás finalmente su fracasado matrimonio con su tío y las críticas del entorno gremial en el exilio por su relación con Armand Obiols”. Tampoco olvida la editora el papel “en la zona gris del colaboracionismo” de Obiols, que en 1942 es incorporado a un campo de trabajo francés tutelado por los nazis.
Figura de cartón-piedra
El Kafka de El proceso o En la colonia penitenciaria, Cocteau, Pasolini o Artaud son algunas de las referencias que cita Pons y que, añadiendo incluso a los hermanos Grimm, parcialmente comparte Jordà, si bien cree que “tiene muchas y ninguna, es una obra inexplicable, no tiene género, Rodoreda crea uno propio”. También le parece engañoso el estilo: “Es aparentemente sencillo, pero su prosa es diabólicamente complicada, parece escrito en estado febril creativo, es un texto que quema; entiendo que cuando le creció en personajes y capas lo fuera dejando y retomando porque de una tirada le habría costado la vida”.
Recuerda asimismo Jordà el papel de obra de culto y de boca-oreja de una obra que ha impresionado a un coreógrafo como Cesc Gelabert (si bien no la culminó), a un director como Agustí Villaronga (que trabaja un guion, y que fue en casa de él donde Pons descubrió la novela) o al poeta y dramaturgo Albert Roig, que hizo un diálogo teatral hace una década. “En cambio, no hay mucho novelista y eso es por desconocimiento, en especial de los prosistas en castellano; pero autoras bien actuales como Mariana Henríquez o Samantha Schweblin tienen ahí, en su espíritu de escritura rebelde, a su tía-abuela”, dice.
“No me gusta la explotación mecánica de un catálogo a base de reeditar sin más; Rodoreda necesita ser leída de otra forma y hacer caer del pedestal la figura de cartón piedra que se ha construido de ella”, dice Bohigas. Eso: La mort i la primavera de (otra) Rodoreda.
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