Bowie en ausencia de Bowie
Tony Visconti, productor y aliado, encabeza el mejor tributo posible para el inmortal ‘Ziggy Stardust’
Una cosa es segura: nos pasaremos echando de menos a David Bowie el resto de nuestras vidas. Y, en consecuencia, cualquier intento de recuperar su figura colisionará con la impotencia, con la ausencia y con la implantación. No siendo Bowie quien ocupaba anoche el centro del escenario en la Joy Eslava, su música suena inevitablemente amputada. Pero sucede que el cancionero que desfiló ante nuestros oídos este miércoles era mayúsculo, gigantesco, por siempre inmortal. El Duque Blanco en su apogeo y esplendor, entre 1969 y 1973. Leyenda pura. Magia divina. La mismísima gloria. Y... ¿quién puede resistirse a sacar la lengua si le ponen la miel en los labios?
A falta de su creador, y sin que pueda caber un atisbo de duda sobre su vigencia, la clave en cuanto a la música de Bowie radica en la legitimidad de los oficiantes. Y estos Holy Holy constituyen (y seguramente constituirán) el acercamiento más serio a su figura mientras el bajo lo siga empuñando ese hombre de pelo cano, gafas de pasta y aspecto de entomólogo que responde al nombre de Tony Visconti. Parece un señor afable que acertaba a pasar por ahí. Pero es, al menos, dos cosas: la mano derecha del homenajeado durante gran parte de su trayectoria (10 discos le contemplan como productor) y un maldito e impoluto metrónomo.
Añadamos que la base rítmica la completa el batería Woody Woodmansey, integrante original de The Spiders from Mars (la banda de Bowie en los tiempos de Ziggy Stardust), y comprendemos que la armadura de este miércoles era asombrosa. Ziggy... sonó en orden y de principio a fin, como corresponde a los álbumes que son un hito y una unidad de medida en sí mismos. Y el resto, en fin, incluía Changes, All the Young Dudes, Life on Mars, The Man Who Sold the World... Palabras no ya mayores, sino eternas.
Quedaba despejar la ecuación irresoluble de sustituir al propio David Robert Jones, y en este sentido la candidatura de Glenn Gregory se antoja ingeniosa y funciona muy bien. Cantante de Heaven 17, banda entrañable pero no imprescindible de los ochenta, y uno de los cientos de hijos putativos que fue dejando el Duque durante su periplo terrícola, Gregory es un vocalista correctísimo, simpático y nada mimético, lo que nos ahorra comparaciones siempre abocadas a resultar desfavorables. Añadamos el aval de Jessica Lee Morgan, guitarrista, saxofonista e hija de Visconti, que sale muy bien parada cuando se le concede la voz principal en Lady Stardust.
El repaso es gozoso y sólido, más de banda propia que de tributo, y con buen tino a la hora de ampliar los exitazos con delicias menos trilladas (Black Country Rock, Supermen). No hay quien supere ni sustituya a Bowie. Pero recordar a Bowie en ausencia de Bowie fue una manera maravillosa de rematar el Día de Difuntos.
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