El pintor de las tinieblas
La Pedrera inaugura la esperada exposición dedicada a Joan Ponç, impulsor de Dau al Set creador de un mundo fantástico y personal
Joan Ponç (Barcelona, 1927-Sant Pau de Vença, 1984) es uno de los grandes de la pintura española de la segunda mitad del siglo XX, pero hasta ahora, como a muchos otros artistas, no se le había hecho justicia. Maldito entre los malditos, su producción preciosista llena de personajes fantásticos y fantasmagóricos calificada por muchos como grotesta, torturada, diabólica, alucinante, mágica, carnavalesca e infernal, ha quedado relegada por otros que han extendido su sombra y su silencio sobre él ocultándolo a los ojos del espectador. La Pedrera, después de que el Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona fuera posponiendo año tras año —sobre todo en 2014 cuando se celebraba el 30 aniversario de su fallecimiento— la organización de la muestra que devolviera a la actualidad al pintor y tras superar disputas familiares por su herencia, quiere romper con esta imagen a través de la retrospectiva Diàbolo que llega 15 años después de la última exposición celebrada en el Palau Macaya. La muestra, comisariada por la especialista Pilar Parcerisas, permitirá comprobar que este “príncipe de las tinieblas” como lo llamaba su amigo y compañero Joan Perucho, “es además un gran creador”, tal y como explicó Marga Viza, directora de cultura de la Fundación Catalunya-La Pedrera.
La fama de personaje duro y algo siniestro le viene a Ponç de su propia pintura: sus obras oscuras y lúgubres las realizó siempre de noche, con luz artificial, desde que era niño —cuando descubrió a El Greco y su Entierro del conde Orgaz y decidió que quería ser un gran pintor—, hasta sus últimos años, cuando la ceguera producida por una diabetes le impidió continuar con la pintura. Y eso se ve en sus cuadros que están llenos de personajes misteriosos, oscuros y lúgubres que representan a los puntos más oscuros del hombre.
Nueva lectura
Parcerisas hace una nueva lectura del artista a partir de 150 obras que arrancan “cuando Ponç comienza a ser Ponç”, pero manteniendo en un segundo plano a Dau al Set que siempre ha ocultado al resto del artista, porque “Ponç no se parece a nadie más, no responde a ningún canon estético, está fuera de cualquier ismo y se ha de estudiar con otros parámetros”. Muchas de las obras son inéditas, como el impresionante La gran pastoral. Homenaje a Joan Miró, de 1948, que durante muchos años estuvo enrollada y guardada en un cajón o colgada en el comedor de una casa en la que solo la podían ver sus dueños.
El origen humilde de Ponç: sus padres tenían un guardamuebles, el padre los abandonó y tenía una hermana autista, hizo que no tuviera la misma consideración que sus compañeros de aventuras dentro de Dau al Set, como Tàpies, Tharrats o Brossa, personas con más recursos, según Parcerisas.
Del automatismo visceral de la primera postguerra al nacimiento de la revista Dau al Set junto a Modest Cuixart, Antoni Tàpies, Joan-Josep Tharrats, Arnau Puig y Juan Eduardo Cirlot en el que intentan superar la ruptura que supuso la guerra civil. De ese momento es Nocturn, una de sus obras más coloristas en la que se ve a Cuixart, Tàpies y a Ponç que fueron en barca a ver a Dalí a Portlligat aunque, tal y como contó en 2015 otro pintor, Jordi Curós, el grupo fue en realidad en un destartalado y abarrotado autobús desde Port de La Selva para pedirle una recomendación a Dalí para continuar su carrera en Nueva York, pero este no les firmó nada.
Tras el fracaso de la revista, Tàpies derivó hacia el informalismo y Ponç continuó con lo suyo, marchándose a Brasil de 1953 durante unos diez años. Allí realizó naturalezas muertas llenas de puntas, agujas y objetos contundentes en vez de frutas o jarrones. “Son los instrumentos de tortura”, explica Parcerisas que añade que acabó destruyendo muchas de las obras que realizó allí por considerarlas poco representativas de su trabajo.
Dos años después de regresar en 1962 el pintor vivió un relanzamiento de su carrera tras exponer en René Metras. Vivió en el Bruc, luego en Cadaqués donde pintó unos bellos paisajes sin personajes y más tarde en la Roca de Pelancà, Camprodón, en una casa que había sido afectada por un rayo y que acabo pintando de negro. Pese a su frágil salud fue aquí donde vivió su etapa de creatividad más prolífica realizando delicadas suites en las que reflejó lo que hay al otro lado del espejo, una crónica de un mundo en decadencia e irrespirable.
Entre las piezas más sorprendentes, una veintena de las 424 Cajas secretas, suites de dibujos en miniatura que pintó en las salas de espera de los hospitales durante las sesiones de láser con que le trataban las afecciones oculares en un momento en el que su enfermedad estaba cada vez más presente y la ceguera era mayor, y eso, para un pintor es la muerte.
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