Técnicos de urbanismo
La Rambla es el espacio urbano por excelencia, es ciudad entera, y es preciso extender la soberanía de los opinantes más allá de los vecinos

No sé si ha sido concurso, concurso intencionado o nombramiento a dedo, pero la designación de Itziar González y su equipo para pilotar la reforma de la Rambla es una buena noticia para la ciudad. La sospecha nace porque el ayuntamiento atribuyó a Amics de la Rambla, la entidad más transversal que conozco o casi, parte de la decisión y estos lo desmintieron rotundamente en un comunicado: es la manera de hacer del consistorio, que siempre quiere tener razón sin acabar de construir la razón. Sea como fuere, bravo por Itziar.
Este espíritu independiente del urbanismo y la movilización ciudadana —que suelen ser puntos opuestos del hacer ciudad— es una arquitecta que como juramento hipocrático se comprometió a no construir jamás. Es una arquitecta sin piedra. Pronunciado el mandato hace años, cuando el gesto no se estilaba, revela una especial sensibilidad por la ciudad sostenible. Crecimiento cero en ladrillo o, si lo prefieren, crecimiento hacia adentro y desde adentro: rehabilitación, espacio público y condiciones de acceso (sociales, no mecánicas).
Itziar ganó protagonismo cuando organizó la participación en la obra de la plaza Lesseps, que es un desastre estético, un puñetazo, un exceso de hierro, pero que supo establecer bien sus itinerarios, preguntando a la gente por dónde pasaban, adónde iban. No es extraño que Itziar haya acabado creando el Parlament Ciutadà, que viene a ser el otro hemisferio de la camara política, y que, todo sea dicho, no acaba de arrancar. La participación tiene mucho de mito. En el medio, su atribulado paso a la concejalía de Ciutat Vella, donde pronto aprendió que los políticos al poder dicen A y hacen B.
Lo que el futuro le depare a La Rambla lo iremos sabiendo. Ya hemos hablado de todo esto. De momento me gustaría saber hasta dónde extenderá Itziar González el perímetro de la participación. Esto es clave. La Rambla es el espacio urbano por excelencia, es ciudad entera, y es preciso extender la soberanía de los opinantes más allá de los vecinos. Pero yo quería ir a otro punto. A la colisión entre urbanismo real y el técnico deudor del PGM —ese dibujo de una ciudad que nunca existió, afortunadamente-—, y lo digo porque hace poco volví al Forat de la Vergonya de la zona alta, al Cabanyal silenciado de Barcelona, a ese despropósito que es Vallcarca. La zona cero de la insensibilidad. Basándose en una planificación que no se alejaba del despacho y la corbata, se decidió instalar allí una gran lengua verde. Es la excusa perfecta: ¿qué vecino no la querría? Empezaron las expropiaciones y las demoliciones aleatorias, ahora sí, ahora no, hasta que un barrio modesto y equilibrado acabó en manos de un constructor emblemático que ahora mismo tiene en el bolsillo (nunca mejor dicho) la mayoría de solares generados. Genial. Más que nada porque bien cerca hay verde de sobras, desde Can Gomis a la avenida Terrades. Verde vacante, para ser precisos, poca gente.
El desastre lo iniciaron los socialistas —siempre obedientes al orden establecido por el PGM—, lo continuó con ímpetu Xavier Trias y ahora lo ha frenado Ada Colau. Hubo también un concurso para replanificar el conjunto, bajo el mandato de un nuevo urbanismo para la gente y bla, bla, bla. No he encontrado el proyecto ganador en la red municipal, más allá de este resumen conceptual que dice poco a fuerza de decir siempre lo mismo, como una letanía. Cualquier cosa, sin embargo, será mejor que lo que hay y espero sinceramente que funcione.
Lo importante, como en el Cabanyal valenciano, es frenar a las excavadoras. Y proteger lo que queda y escuchar a los vecinos: sistema Itziar. La gran pregunta es cómo y por qué los técnicos municipales, lápiz en mano en sus despachos refrigerados, deciden lo que deciden. No les tiembla el pulso. ¿Qué han aprendido y dónde? ¿Qué ciudad tienen en la cabeza? ¿Dónde viven?
Jordi Carrión acaba de publicar un libro delicioso sobre la Barcelona de los pasajes —a Barcelona se puede entrar por cualquier sitio—, un libro bello que contiene una anécdota fundamental. En un rincón de Vallcarca, precisamente, un vecino, años atrás, plantea al Ayuntamiento un proyecto bucólico, que combinaba raíces históricas con naturaleza y un intento de huerto urbano cuando el concepto no existía. Los técnicos no entendieron nada. Procedieron a asfaltarlo todo, destrozando la memoria y el futuro que siempre contiene la memoria.
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