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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El federalismo clandestino

La mirada federal, si todavía existe, de los dirigentes en Catalunya en Comú, está dominada por la timidez y el miedo a ser minoría, a salirse de la norma, a TV3 y Catalunya Ràdio

La experiencia nos ha demostrado que en los espacios que son lugar de encuentro de independentistas y federalistas, los federalistas siempre pagan un duro precio: callarse, pasar a la clandestinidad, ver censurado el término federal de los textos sustituido por otro, más neutro y descriptivo que ideológico: plurinacional. Aunque en las asambleas el aliento federal gana a la épica independentista por 80 a 20, al día siguiente vuelve al armario para no acabar de salir nunca, como la ropa de entretiempo, porque siempre hace demasiado frío o demasiado calor.

Uno puede leer decir legítimamente a Gerardo Pisarello que sí que votará y que lo hará con un crítico. Uno pudo leer hace dos meses las palabras proféticas de Elisenda Alamany: “Hi anirem”. Sin embargo, ninguna voz dirigente de los comunes ha pronunciado las palabras malditas: “yo no iré, estoy por la abstención crítica”.

Uno asiste a las asambleas y el clamor de quienes hablan es en contra de ir al 1 de octubre. Sin embargo, ninguna voz de los notables quiere, o se atreve, a representarla. El silencio del federalismo en Catalunya en Comú, como antes en ICV, es el silencio de los corderos.

El PSC, a pesar de los discursos impecables del Iceta, a la hora de la verdad, la sombra de Susana Díaz es alargada, tampoco ha tenido hasta ahora una hoja de ruta clara y realizable de reencaje de Cataluña en las Españas, asumida por el PSOE.

La culpa de donde se ha llegado es del PP, es del procesismo, pero también lo es en parte del silencio del federalismo. El independentismo presenta una alternativa: irreal, virtual y prácticamente imposible que ha llegado al final de la calle y a la que solo parece quedarle el camino de la insurrección civil. El independentismo ha sido retórica y comunicación sin política, pero al lado ha tenido un federalismo político de alma viva pero sin padre ni madre ni perrito que le ladre, que le hace parecer más retórico e irrealizable que el independentismo.

El procés ha sabido adueñarse de la hegemonía y dominar lo políticamente correcto, sin desdeñar el mobbing dialéctico en las redes. Hoy que la política necesita sumar serenidad y arrojo, la mirada federal, si todavía existe, de los dirigentes en Catalunya en Comú, está dominada por la timidez y el miedo. Un miedo místico que no físico pero que incapacita para sumar en política cerebro y corazón. Miedo a ser minoría, miedo a salirse de la norma, miedo a TV3, miedo a Catalunya Ràdio, miedo a descolgarnos más de un palmo del procés, miedo a mirar a los ojos de la gente que vive en los barrios populares, que ve más Telecinco que TV3 y vota hasta ahora EnComú Podem.

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Con ese miedo rompió Joan Coscubiela y su grupo parlamentario, con las lamentables excepciones de las malas compañías. La suya fue una intervención histórica porque por primera vez en muchos años el aliento de raíz federalista respiró en el Parlament sin complejos, en la boca de alguien de la izquierda de siempre, que sabe hablar con corazón, sujeto, verbo y predicado.

Sin embargo, mientras unos se emocionaban ante la vieja dignidad de llamar a las cosas por su nombre, nuestros dirigentes de Catalunya en Comú arrugarían el ceño y fruncirían los labios porque a las venticuatro horas aprobaban una consulta para decidir si se debía participar en la “movilización” del 1-O. Como si las 48 horas negras no hubieran existido, como si la intervención de Joan Coscubiela no se hubiera producido, o lo que es peor, como si la cosa no fuera con Catalunya en Comú.

La Constitución es un concepto tabú, como si no fuera también nuestra, como el Estatut, como el federalismo, como la transición del 78. En un año de democracia vigilada, de amenazas de golpes de Estado, con políticos franquistas, con el miedo en el cuerpo, este sí físico, con ruido de sables en los cuarteles, con atentados, con asesinatos de abogados laboralistas, se consiguió más que en seis años de manifestaciones multitudinarias y de esteladas en los balcones con el Govern a favor. En estos seis años no se ha ampliado ni un centímetro el espacio del autogobierno.

El 1-O no es una movilización, forma parte de un pack que lleva incorporado un referéndum sin garantías democráticas y la declaración de la independencia. Se vote o no se vote el 1-O, si CatComú aprueba legitimarlo con su voto, no estará a la cabeza de un proyecto plurinacional para cambiar las cosas, sino a la cola del procés para acabar de estropearlas. Sea como sea, al alma y el cuerpo federal debe abandonar la clandestinidad. Que el Joan Coscubiela no sea la excepción, sino un ejemplo a seguir.

José Luis Atienza es coordinador del grupo federal de ICV y del promotor de un manifiesto a favor de no votar en el referéndum.

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