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POPULAR / Mastretta

Sonrisas impuras

El clarinetista estrena un quinteto cada vez más plural y mestizo a lo largo de una semana completa en el Central

La banda Mastretta, en una imagen de archivo.
La banda Mastretta, en una imagen de archivo.Cristóbal Manuel

Mastretta en el Central: a eso se le llama jugar sobre seguro. Hay pocos músicos tan disfrutones sobre el escenario como el cántabro; muy pocos que irradien esa indisimulada felicidad con la música entre las manos. Y casi ninguno que se maneje tan bien en las distancias cortas, que él ya se encarga de convertir en milimétricas: empezó este sábado el concierto entre el público y terminó el primer pase saliendo directamente a la calle. Con su nuevo fichaje, el espléndido guitarrista y cantante caraqueño Augusto Bracho, más en papel de instigador que de mero cooperador necesario.

Desde siempre ha ejercido Nacho Mastretta como verso libre, pero sigue reformulándose cada cierto tiempo. Ha aprovechado esta semana para exhibir sus nuevas debilidades, menos peninsulares y más latinoamericanas, no tan cercanas a las orquestinas populares como impregnadas por el aroma caribeño que Bracho imprime a la coalición. Mastretta se circunscribe ahora al formato de quinteto, frente a los ocho efectivos de hace nada; alterna clarinete con piano, armónica y (fantásticas) segundas voces, y hasta relaja el vestuario. Adiós al traje ceñido, hola al sombrero de paja y la camisa blanca por fuera del pantalón.

Los cinco moldean un esfuerzo cada vez más colaborativo y se interesan antes por transmitir que por trascender. A Nacho ni siquiera le importa asistir a un mano a mano compositivo entre Bracho, sabrosura candente, y la violonchelista Marina Sorín, más cantautora y amiga del compás ternario. A la fiesta también se unen el batería Coque Santos, madrileño con un ojo en Brasil, y el contrabajista Pablo Navarro, padre de una fantasía de jazz latino que desemboca, contra pronóstico, en La tarara. Puede que haya algo de mestizo en el resultado, de totum revolutum. Pero las sonrisas impuras siempre dieron más gustirrinín que las solemnidades de punta en blanco.

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