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La venta ilegal de mojitos en las playas resiste al acoso policial

Guerra de zonas por nacionalidades entre los vendedores ilegales

Alfonso L. Congostrina

La Guardia Urbana de Barcelona destina cada verano a sus cinco kilómetros de playa a 90 agentes para perseguir conductas fuera de la ley. Policías de paisano o con uniforme vigilan una zona donde se entremezclan miles de bañistas, turistas, vendedores ilegales y pequeños ladrones. Este grupo, creado en 2012, intenta mantener a raya la delincuencia y la venta ambulante irregular en la zona entre los meses de mayo y el final de verano. Saben como los vendedores ilegales dividen las playas por nacionalidades. El trabajo se complica si entre ellos se “pisan”. Es entonces cuando no dudan en utilizar la violencia.

Dos urbanos requisan pareos a un vendedor ambulante ilegal
Dos urbanos requisan pareos a un vendedor ambulante ilegalCarles Ribas

“Buenos días. Venga aquí, por favor”, conmina un agente a un improvisado camarero en la playa del Bogatell. A 15 metros de distancia, el vendedor ambulante ilegal responde con una sonrisa. El mojitero no tiene ninguna intención de huir. Sabe que lo que lleva en la bandeja, vasos de una suerte de combinados de ron , acabarán en la basura. Interceptado, camina lento, sin prisas. Ahora se trata de ganar tiempo, explica Pepe, el agente de la Guardia Urbana que lo ha interceptado: “Saben que así el resto de mojiteros tienen tiempo para huir”.

La forma de actuar de los vendedores es sobradamente conocida por el cuerpo de policías locales que ven impotentes cómo escapan muchos. “Mientras interceptamos a unos, pueden escapar los otros”, explica este policía municipal, que en verano deja el uniforme en el armario y sale a patrullar en bermudas, con una mochila a las espaldas y una gorra calada. Además, la red de vendedores utiliza una fórmula para que las detenciones supongan los menores daños. “Nunca llevan demasiado dinero encima ya que se lo podemos confiscar. Uno de ellos no lleva mercancía y es el que va recogiendo el dinero de las ventas”, dice Carol, otra de los miembros de la Policía que se encarga del control de las playas. Como consecuencia, es imposible confiscar grandes sumas de dinero. Los vendedores ambulantes no tienen ni cuentas corrientes ni propiedades. En ocasiones se trasladan a Barcelona para hacer el agosto en las playas y, luego, cuando acaba la temporada, se buscan la vida en otro país. No son agresivos con los agentes y saben que, como mucho pueden perder, en cada identificación, lo que lleven encima.

“Hay dos grupos diferenciados de paquistaníes e indios que no dudan en ser violentos entre ellos para controlar zonas”, asegura Pepe. Los pakistaníes son los que venden en Sant Miquel y Sant Sebastià. La Barceloneta y el Somorrostro es territorio de los vendedores indios.

Los vendedores que son interceptados por los urbanos saben cómo volver cuanto antes a la venta. “Te enseñan la última multa. Así, saben que no les llevamos a Extranjería porque ya han sido identificados”, explica la agente Carol.

‘Kits’ de ropa para víctimas de hurtos

"Es lamentable cuando topas con personas a las que han hurtado y se han quedado con lo puesto: solo un bañador", se lamenta Pepe, uno de los agentes de la unidad de playas de la Guardia Urbana de Barcelona.
Consciente de que es habitual que los hurtos acaben con bañistas sin ninguna de sus pertenencias y sin ningún billete para volver a su alojamiento, la policía municipal de Barcelona, después de que los bañistas presenten una denuncia, entrega un kit con un pantalón, una camiseta, unas chanclas y un billete de metro a todas las víctimas de robos "para que no tengas que ir desnudos hasta su casa", detalla Carol. Según la Policía local de Barcelona, el año pasado se entregaron 120 kits.

Pareos y gafas

En el caso de que porten algún tipo de material, los productos como pareos, gafas de sol u otros complementos son requisados, mientras que los alimentos son lanzados a la basura. Las condiciones con las que los vendedores ambulantes guardan los productos alimentarios deja mucho que desear. Los agentes saben donde hallarlos: desde papeleras y contenedores a las mismas tapas del sistema de cloacas. Dentro de un contenedor, en una bolsa manchada, aparecen botellas de ron, limonada fluorescente y “la novedad de este año: sangría”. Un análisis elaborado por el laboratorio MicroBac a petición de EL PAÍS halló restos de E.Coli, es decir, restos fecales, en proporciones mucho más elevadas de las permitidas en los productos que ofrecen.

La actuación policial a pie de playa se complementa desde el mar por agentes que navegan en embarcaciones semirígidas. Es la forma de aumentar el control sobre los vendedores ambulantes que, cada vez que ven policías cerca, se aproximan a la línea del mar para esconderse de los agentes que patrullan por la playa.

En verano de 2016, el grupo de playas intervino 202.730 bebidas e interpuso 20.697 denuncias por venta ambulante (14.294 por comida o bebida). Solo en junio y julio de este año pusieron 7.217 multas a vendedores ambulantes de bebidas y alimentos, y decomisaron 133.622 bebidas.

Otro de los problemas añadidos es que en alguna ocasión ofrecen sustancias estupefacientes a bañistas, por lo que la infracción administrativa se convierte en delito. La zona más conflictiva del patrullaje de Pepe y Carol se encuentra en las playas del barrio de la Barceloneta. Policías y vendedores se conocen. Ha corrido la voz de que los urbanos están por la zona y muchos de ellos sonríen, sin nada susceptible de ser confiscado, sentados en sombras del paseo. “Hay días en que les identificamos hasta media docena de veces”, lamenta Pepe. Cerca del monumento de l'Estel Ferit, en la playa de Sant Miquel, es una zona calientedonde “sobre todo personas procedente de África se dedican a traficar con drogas”. Pero donde los urbanos ponen especial hincapié es en detectar a ladrones que aprovechan el relax de los bañistas para apropiarse de sus pertenencias.

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