La belleza volátil de Torres Colón
Estudio Lamela homenajea a su fallecido fundador con un documental sobre su edificio más polémico

“Empezar la casa por el tejado”. Este refrán, que indica un mal comienzo, evidencia la única solución para erigir las Torres Colón, que, según la visión del arquitecto Antonio Lamela (1926-2017), solo podían existir si se construían de arriba a abajo. El solar era demasiado pequeño y la ordenanza municipal exigía muchas plazas de aparcamiento. Los cimientos, por tanto, no debían ocupar espacio, de modo que Lamela siguió el sentido inverso: del cielo al subsuelo. Precisamente, ese contratiempo originó una edificación única en el mundo tanto por su rareza constructiva como porque es una virguería arquitectónica que aún perdura.
Sus 23 plantas hacia arriba, más seis subterráneas, son posibles porque su artífice, el madrileño Antonio Lamela, inventó la arquitectura suspendida. Es decir, que los pisos superiores no se apoyan en los inferiores, sino que cuelgan unos de otros.
“Conocí a Antonio Lamela a través de sus edificios, que he explorado y fotografiado”, cuenta Norman Foster. “Fue un pionero con un talento creativo extraordinario. Con edificios de formas y soluciones totalmente innovadoras. Su propio estudio —diseñado por él en un edifico de la calle O´Donell 34— fue la primera oficina-paisaje de Madrid. Hasta en eso fue un pionero en los años setenta. Ha sido una inspiración para mi generación”, relata el arquitecto británico en un vídeo documental dentro del homenaje que el Estudio Lamela —que ahora dirige Carlos Lamela, hijo de Antonio— rinde a su fundador, fallecido en abril de 2017.
El reconocimiento culmina en la publicación de un libro y un documental (Torres Colón: La arquitectura suspendida de Antonio Lamela) del realizador Héctor Gómez Rioja, presentado en el Colegio Oficial de Arquitectos de Madrid y centrado en Torres Colón. “Tiene grandes obras: el complejo Galaxia; [su participación en] la T4 del aeropuerto de Barajas o la remodelación del Santiago Bernabéu. Pero estos edificios parejos fueron, para él, su obra cumbre”, resume su vástago.
El proyecto que levantó Torres Colón —inicialmente, Torres de Jerez— se inició a principios de los setenta como una serie de viviendas de lujo en el centro de Madrid, impulsadas por la constructora Osinalde. Luego derivaron en oficinas. Finalmente, fueron adquiridas (por mil cien millones de pesetas; más de 6 millones de euros) por la familia Ruiz Mateos. Cuando el Gobierno expropió, a inicios de los ochenta, las propiedades del polémico empresario gaditano, Torres Colón fueron adquiridas por el grupo británico Heron International.

“Para evitar una revocación del edificio, la constructora decidió cambiar su aspecto con una piel exterior acristalada, que en realidad era una gaza cosmética, no un cerramiento definitivo”, explica Carlos Lamela. No fue el único momento en que las, a priori estilizadas torres de la Plaza de Colón, se afearon con añadidos posteriores. El verdoso ornato que hace las veces de copete es, en realidad, una viga en forma de celosía de la que cuelga la estructura de una nueva escalera de incendios, impuesta por la normativa municipal a finales de los años ochenta.
“Era una solución temporal, con un diseño art déco, prevista para unos diez o quince años”, explica Carlos Lamela. “Estaba diseñada para poder retirarse sin muchas complicaciones, cuando se pudiese negociar con algunos inquilinos la desocupación de los pisos que impedían construir una escalera más ortodoxa”. Han pasado casi tres décadas desde entonces, y tanto la nueva “piel” como la cubierta permanecen.
En el homenaje a Antonio Lamela, su hijo se abstrae de las inconveniencias sufridas por la mayor de sus obras: “Han desvirtuado el planteamiento real de mi padre”, explica, y concreta: “Dos torres esbeltas e independientes, integradas con el urbanismo madrileño e innovadoras, aún hoy, en la arquitectura mundial”.
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