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“Para dedicarse a esto hay que ser un poco friqui”

Oriol Guillén es guitarrista de La loca histeria y en verano toca sin parar de pueblo en pueblo

Toni Polo Bettonica
Oriol Guillén,con su guitarra en el balcón de su casa.
Oriol Guillén,con su guitarra en el balcón de su casa.Carles Ribas

De lunes a viernes es profesor de guitarra en la Escola de Música Sant Gervasi, en Barcelona. De viernes por la tarde a domingo, se desmelena con La Loca Histeria. En verano, no para. Oriol Guillén tiene 38 años y disfruta rasgando las seis cuerdas por escenarios de toda Cataluña y más allá. Si no se lo pasara en grande, no lo haría. “Como guitarrista, tocar en directo y a todo volumen es un subidón. Se nota en el cuerpo”, dice. Económicamente no lo necesita: “Vivo de dar clases, los conciertos son una ayuda”, explica, cifrándola en unos 500 euros mensuales. “Y sí, creo que para hacer esto hay que ser un poco friqui… Pero me gustan los conciertos a lo grande, en la plaza de un pueblo, o en un pabellón, o en la playa… A veces, ante cerca de 15.000 personas. Otras”, añade con humildad, “ante unas 40…”

La loca histeria es un grupo de música un tanto especial. Seis músicos, dos actores y cuatro técnicos cuyos conciertos son toda una explosión de ritmos de los años 70, 80 y 90 de dos horas y media con una buena dosis de acción y un punto teatral. Bajo divertidas proyecciones y embutidos en extravagantes disfraces, hacen popurrís temáticos que a todos nos suenan, desde el pop español hasta combinados de Disney, pasando por la movida madrileña, el rock català, ritmos eurovisivos aliñados con un Raphael pletórico o con el mítico Príncipe de Bel Air…

"De mayor quiro ser una estrella del rock"

¿Dónde iría de vacaciones? A Irán, me interesa la cultura persa y ahora es uno de los lugares más seguros del mundo. También regresaría a Grecia como voluntario en un campamento de refugiados, donde ya estuve en Navidades. Claro que también volvería a Brasil…

¿Qué quiere ser de mayor? Una estrella del rock.

¿A qué huele el verano? A diversión.

¿Es más de tinto de verano o de gin tónic? Cada cosa a su tiempo. A mediodía, tinto de verano; por la noche, gin-tonic.

Llevan 14 años dando caña y se han ganado un respeto, como mínimo, en el tema contractual: “Nunca actuamos más tarde de las dos de la madrugada”, dice Guillén. Además, los conciertos están pautados, controlados incluso en la supuesta improvisación: “Guardamos una horita para poder hacer bises en función de cómo vemos al público”. Y otro privilegio adquirido: “No tocamos la canción del verano”, dice, encantado. “Ni Despacito, ni Enrique Iglesias, ni el Bisbal de turno. Siempre hay alguien que las pide, sí, pero no las tocamos”. No entran ni en su repertorio ni en su filosofía.

Si actúa a más de 150 kilómetros de Barcelona, La loca histeria se monta en una furgoneta y tragan autopista. “Cuando hacemos noche en el pueblo del concierto, pues sí, nos tomamos alguna cerveza, alguna copa…”. Faltaría más. A Sabina a veces le dan las 10 y las 11, las 12 y la 1 y las 2 y las 3… “Alguna vez a mí también me han dado, no demasiadas, pero sí”, dice, con humor, humildad y una pizca de orgullo y sin nada que esconder: “Soy soltero, no pasa nada... De todas formas, ¡aquello de ‘sexo droga y rock and roll’ es un mito! Si te tomas cuatro birras después del concierto al día siguiente estás KO y tienes que ir a otro lado, montar, probar… ¡Seguro que para una estrella del rock es distinto!”

Así que la liturgia romántica que brinda el “carretera y manta” se da en pocos casos. La mayoría de las veces regresan después del concierto y se desplazan en coches particulares o, incluso, en metro. “Desde Barcelona suelo compartir coche con uno de los teclistas”, cuenta Oriol. “Llegamos con tiempo para comer por ahí, conocer el lugar. He descubierto sitios que si no fuera por los conciertos nunca habría visitado”. Pero por la tarde hay faena. “Sobre las siete empezamos con las pruebas de sonido. Luego, ya, cenamos algo y al lío”.

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No tocamos la canción del verano. Ni 'Despacito', ni Enrique Iglesias, ni el Bisbal de turno. Siempre hay alguien que las pide, sí, pero no las tocamos.

El público sabe lo que le espera y está dispuesto a disfrutar de esas sesiones de diversión, música y ritmo. “Suele ser gente del pueblo y, en esta época, veraneantes, sobre todo de Barcelona”, dice el guitarrista. Y, aunque no son conciertos para niños, Guillen reconoce que a menudo hay padres que van acompañados: “Los de 30 años para arriba son un público muy agradecido. Muchos vienen con sus hijos y se lo pasan en grande”. Luego están los que se han pasado con el alcohol: “Si actuamos tarde, hay mucho borracho y eso no anima, al contrario, porque algunos van muy desfasados”.

Y en verano, como es lógico, la distinción entre mar y montaña es importante: “Hay una gran diferencia entre el público de playa y el de interior”, dice Guillén. “No sé por qué, pero el carácter del de montaña es más difícil. Se lo pasan bien, y así nos lo dicen, pero (sin generalizar, ¿eh?) son más parados. Los de las zonas de playa bailan mucho más”. No generalizamos, claro que no, de hecho, uno de los sitios preferidos de La loca histeria es Caldes de Malavella (La Selva), que no tiene mar pero tiene un público con marcha: “No fallamos nunca a esa cita”, dice Guillén. Pero donde más disfruta es en el extrarradio de Barcelona: “Son conciertos brutales, porque se nota que son currantes que están en fiestas y captan ese buen rollito festivo”.

A fin de cuentas, el trabajo es exigente: “Es cansado, físicamente es un curro, ¡ya no tenemos 20 años! Es verdad que algún miembro de la banda no llega a los 30, pero el resto somos veteranos”. Aun así…: “Lo recomiendo. Es duro, son muchas horas, mucho trabajo de noche. Pero estoy encantado”.

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Sobre la firma

Toni Polo Bettonica
Es periodista de Cultura en la redacción de Cataluña y ha formado parte del equipo de Elpais.cat. Antes de llegar a EL PAÍS, trabajó en la sección de Cultura de Público en Barcelona, entre otros medios. Es fundador de la web de contenido teatral Recomana.cat. Es licenciado en Historia Contemporánea y Máster de Periodismo El País.

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