Una locomotora desbocada
Kamasi Washington demuestra en la Sala Barts que el jazz beligerante y provocador no ha muerto
Una locomotora desbocada lo arrolló todo a su paso por la sala Barts en la noche del lunes. Una de esas vaporosas y gigantescas maquinarias estadounidenses de los años cincuenta del pasado siglo a velocidad descontrolada y vomitando humo por todos sus orificios dejó aturdidos a todos los presentes y, como se suele decir, lo puso todo patas arriba. Algunos tardarán en recuperarse, seguro. Por suerte el cataclismo fue más mental que físico y no lo causó ninguna mítica Big Boy de la Union Pacific sino un aparentemente tranquilo angelino armado solamente con un saxo tenor y las espaldas cubiertas por una banda avasalladora.
Kamasi Washington volvió a Barcelona para rematar una faena que en el Primavera Sound quedó algo fuera de contexto y minimizada por el entorno. Con solo un disco oficial en el mercado (existen tres autoproducciones previas que nunca llegaron por aquí y que él tampoco vende en sus actuaciones), Washington se ha erigido ya como la gran esperanza del jazz más prospectivo, denso y energético, ese que huye descaradamente de los sonidos de ascensor y la repetición cansina de viejos patrones. Y en Barcelona demostró con creces que su rápido ascenso no ha sido un montaje de mercadotecnia sino el resultado de un trabajo tan serio como atrevido. Y resulta reconfortante que lejos de los focos publicitarios al uso, el boca-oreja se impusiera y las entradas para su concierto se agotaran con antelación.
Kmasi Washington
FESTIVAL DE JAZZ DE BARCELONA
Sala Barts
Barcelona, 24 de julio de 2017
La sala Barts estaba rebosante en lo que fue el inicio del 49º Festival Internacional de Jazz de Barcelona, aunque en realidad el certamen no tendrá continuidad hasta mediados de octubre, cuando nombres rutilantes de otro tipo de jazz, como Diana Krall, Chick Corea o Barbara Hendricks, copen la cartelera.
La propuesta de Kamasi Washington entronca directamente con todo el jazz setentero afroamericano que siguió a la eclosión del free jazz y que parecía irremediablemente perdido ya que incluso sus creadores aún vivos están por otras cosas. Una música en la que la intensidad de la ejecución, la energía en mayúsculas, es el arma principal que te clava literalmente en tu asiento y hasta te impide respirar con normalidad. Melodías sinuosas que juegan con astucia el eterno enfrentamiento entre la tempestad y la calma y le añaden un ritmo, por momentos dominante, en otro solo insinuado, que cala hondo.
Washington y su banda entraron en Barts como quien dice a toque de degüello, con la idea clara de no tomar prisioneros y rematar a todas las víctimas. Y lo consiguieron, de allí no salió nadie indemne.
Kamasi Washington no es un genial instrumentista, ni lo son sus colegas de escenario (incluso fue un poco cansino el doble solo de batería e innecesarias las destrezas vocales sintetizadas de su teclista), pero el conjunto suena con una fuerza aplastante, llena de colores y sugerencias disparatadas, que atrae y, al mismo instante, cautiva, te atrapa.
El jazz beligerante y provocador no ha muerto. Gracias, Kamasi.
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