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Noches del Botánico
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Danzando hasta el último suspiro

El panameño Rubén Blades, voz y verbo, fascina en la gira de adiós a la salsa rodeado de amigos

Coque Malla, Rubén Blades y Jorge Drexler este lunes en las Noches del Botánico.
Coque Malla, Rubén Blades y Jorge Drexler este lunes en las Noches del Botánico. Víctor Sainz

“Yo soy de allí; de San Felipe, Panamá. Y esta noche toco en Madrid”. Como cualificadísimo salsero, al ilustre Rubén Blades Bellido de Luna le encanta improvisar algunos versos en sus retahílas. Y no esperó más allá de la canción inaugural, Las calles, para ponernos en situación, por si alguno anduviera despistado. A eso se le llama arte natural. O magisterio prolongado. O, por encima de todo, empatía. Así resultó la extensa velada con el panameño: no solo propicia para la danza, que sería fácil pronóstico, sino también para la complicidad. Para la amenidad cantada y contada. La voz y el verbo. Porque sus anécdotas junto a Gabriel García Márquez, del que adaptó algunos relatos para un disco en su día incomprendido, resultaron tan encantadoras como no pocas de sus composiciones.

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Siempre son tristes las despedidas, pero don Rubén se ha encargado de que la suya no lo parezca. Entre otras cosas, porque no constituye un sonoro portazo, sino un “ya veremos”, a sabiendas de que aún puede dar unas cuantas vueltas la vida. Y porque casi no contábamos con una visita postrera, este Caminando, adiós y gracias que este lunes pasó por las Noches del Botánico complutenses con energía arrolladora, tal que si nuestro personaje no hubiera soplado en la víspera la respetable cifra de 69 velitas cumpleañeras.

Un total de 3.337 pares de retinas pueden atestiguar que la veteranía no le ha menguado el porte al hombre del sombrero. Tampoco, y esto aún importa más, le ha puesto sordina a su garganta. Blades puede que aceptara a regañadientes esta gira como colofón de casi medio siglo salseando, quizás porque los tipos brillantes sean poco dados a solemnidades y protocolos. Pero la explanada, libre esta vez de sillas, se convirtió en un dulce revoltijo de cinturas en ebullición mientras el graderío miraba de soslayo. Como si el ardor le ganara esta vez la batalla a la comodidad.

Y eso que el Poeta de la Salsa nunca abonó el bailoteo evidente, sino el sustancioso: nadie en el género ha escrito sobre el efecto de los divorcios en los críos (Cuentas del alma) o sobre El cazanguero, el hombre que espantaba a las aves en el penal de la hoy paradisíaca isla de Coiba.

El antiguo ministro de Turismo y teórico presidenciable panameño de aquí a un par de años atesora una avalancha de proyectos en la recámara (jazz, Cuba, Brasil, reggae…) a los que ni él mismo sabe cuándo ni cómo dar salida. Pero en la noche del lunes no procedían las emociones futuribles, sino las realidades intensamente disfrutables. “Rubén, no te vayas”, le espetó Coque Malla antes de abordar, junto a Jorge Drexler, una emotiva lectura sobre ese “hijo de la miseria y del hambre” llamado Pablo Pueblo. Y el jardín casi al completo bramó luego con Prohibido olvidar, valiente manifiesto contra las dictaduras rematado con un “¡Arriba, Venezuela!”.

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Puede que no regrese el Blades de Pedro Navaja, que llegó casi al final. Por lo que pueda suceder, el panameño y su escudería, con apabullante sexteto de metales incluido, nos procuraron esta vez un inequívoco y ecléctico festín.

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