Los argumentos efímeros
La diva Anastacia entretiene a 1.500 incondicionales en el Botánico, pero puede que todo se nos acabe borrando de la memoria en pocos días
¿Cuántas canciones de Anastacia seríamos capaces de tararear? Probablemente, más de las que nosotros mismos sospechamos. Con seguridad, menos de las que serían necesarias para sentirnos realizados como melómanos activos. La rubia diva neoyorquina coló este miércoles a casi 1.500 almas en las Noches del Botánico para hacerles entrega de una inapelable colección de grandes éxitos: dos decenas de aldabonazos de pop impoluto y radiable hasta el infinito. Nada se le puede objetar, en sentido estricto, salvo su absoluta irrelevancia. Todo fue tan perfecto como poco merecedor de ocupar espacio en nuestras modestas masas encefálicas. Podemos bailar, corear, sonreír. Incluso quizá contribuyamos a la secreción de serotonina. Pero tal vez el olvido se apodere en cuestión de horas de cuanto sucediera a lo largo de estos 95 minutos de espectáculo.
En realidad, Anastacia Lyn Newkirk figura entre lo mejor que puede sucedernos en el ámbito del divismo. Una cosa es segura: a diferencia de Céline Dion, ella no serviría como hilo argumental para Música de mierda, el malévolo y, en consecuencia, exitoso ensayo de Carl Wilson. La mujer de blanco (durante los tres primeros cuartos de hora), discreta en su elegancia y francamente simpática a la hora de los parlamentos, dispone de un chorro de voz desaforado, pero no invierte la mitad del concierto en una competición consigo misma en torno a la nota más prolongada o aguda. Todo es, para los estándares del gremio, razonablemente... comedido. Pero donde sí se aplica la legislación vigente es en la planicie del repertorio, escrito casi siempre con escuadra y cartabón, hijo más de un laboratorio que de un chispazo, de una idea original e inspiradora.
Ni siquiera en el culto a la personalidad, tan acentuado en otros casos análogos, se le va mucho la mano a Anastacia, que dispone una A grandota en el centro del escenario pero incluso se guasea de algunos seguidores que en las primeras filas lucen caretas con su rostro. Admitámoslo: nuestra protagonista cae bien. Salvo por el detalle de que el espectáculo se agota en su propia reiteración. Alabó Anastacia a su nuevo guitarrista porque había tenido que aprenderse 25 canciones en unas pocas semanas. No queremos restarle mérito, pero seguro que ha afrontado retos más difíciles.
La noche empezó bien porque a las segundas de cambio encontramos Sick and tired, una de las andanadas más inapelables. Y podemos agradecer la versión de Best of you (Foo Fighters), incluso desposeída de cualquier rastro de cafeína, o el complemento emotivo de You’ll never be alone, la balada con la que la autora se resarce de los soponcios que le han asaltado a lo largo de la vida. Pero casi todo lo demás es plano; como el pecho de un varón, que decía el poeta aquel. Y no digamos ya la coartada latina en Why you’d lie to me, de una sosería pavorosa.
Nos quedan el zambombazo postrero de I’m outta love, que resiste bien las comparaciones con Chic, y un par de bises potables, sobre todo Left outside alone. No es mucho. Tampoco está del todo mal. Solo que, de tan efímero, el argumentario acabará disolviéndosenos en breve de nuestras entendederas.
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