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Pedro Guerra, poesía mañanera

El cantautor canario enamora con un concierto lleno de sensibilidad y buen humor en Los Matinales de EL PAÍS

Pedro Guerra en los matinales de EL PAÍS.
Pedro Guerra en los matinales de EL PAÍS.Víctor Sainz

A Pedro Guerra Mansito se le han aplacado esos rizos ingobernables que le caracterizaban en sus años más mozos, y el pelo le luce ahora como si se lo espolvorearan. Pero le sienta bien ese aspecto sereno y experimentado al hombre que aportó la paz y la palabra a la mañana de este sábado en la Galileo Galilei. Fue una matiné para la lírica cargada de sosiego, con las mesas hechizadas por la voz y el verbo de quien cerraba esta intensa nueva entrega de Los Matinales de EL PAÍS.

El canario habla con la miel y la dulzura del apellido materno, ameno e irónico siempre, con docenas de historias en el zurrón y esa habilidad para suministrarlas que confieren tantos kilómetros de escenario, carretera y manta. Pedro en estado químicamente puro —voz, micrófono, guitarra, banqueta y una tableta, por si la memoria se le trabuca con algún verso— es un artista amenísimo, embaucador, la sólida versión evolucionada de aquel chiquillo canario que en 1993 desembarcó en Madrid con poco más que su guitarra. Un cantautor que acabó haciendo fortuna después de muchos martes en el Libertad 8, no siempre multitudinarios ni arrolladores. “El primero de todos”, recordaba con sonrisa de regocijo, “había solo dos parejas en el local. Y me entraban ganas de ejercer como público, porque el espectáculo que ofrecían era algo que yo no podía superar…”.

Hubo muchos otros motivos para la sonrisa en la calle Galileo, pero Guerra también dejó el poso del apellido paterno, el que determina su faceta más inconformista y reivindicativa. Es ese Guerra quien escribe Arde Estocolmo, el más personal de los dos discos que entregó el año pasado (“en 2016 me vine un poco arriba”, bromeaba). Una canción que nació a partir de un reportaje periodístico sobre conflictos con inmigrantes en la capital sueca, capital teórica del Estado del bienestar. “Resultó que en Suecia tampoco barren la porquería bajo el sofá. Claro que lo de aquí es peor: corremos el sofá y la metemos debajo de la alfombra. En España nos dedicamos al trasvase de porquería”. Ese mismo cantautor concienciado es quien ha sabido escribir Márgenes, una de sus últimas composiciones, o Debajo del puente, que figura entre los grandes éxitos primerizos. Ambas dejaron ayer un temblor, un atisbo de estremecimiento entre las mesas de la Galileo Galilei, que casi se llenó pese al comienzo del éxodo estival y las fiestas del Orgullo.

Pero es el amor quien acaba ganando la batalla en el cancionero de Guerra. El amor en todas sus facetas, modalidades, expresiones, combinaciones y preferencias, como acredita Otra forma de sentir, un himno a la diversidad que esta vez sonó con un espíritu más arcoíris que nunca.

Dijo Pedro Guerra que canción y poesía son géneros distintos y diferenciados, y aprovechó para anunciar la próxima edición, allá por diciembre, de su primer poemario. Pero algunas de sus canciones sonaron como auténticos abrazos poéticos: desde Deseo, maravillosa composición iniciática de amor, hasta La risa (sobre la mejor de las epidemias posibles) o Pasa, donde la música se convierte en el más acogedor refugio para el alma. Sea cantada o contada, incluso relatada, lo de Pedro es poesía a cualquier hora.

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