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Diez años rompiendo la quinta pared

‘Escenaris Especials’, un proyecto que busca la integración de personas con discapacidad mediante el teatro, celebra su aniversario con una programación especial

Josep Catà
Una escena de la obra de Escenaris Especials.
Una escena de la obra de Escenaris Especials.Irene Serrat (Escenaris Especials)

Un astronauta en una nave espacial y una mujer en una cocina. En realidad están en el mismo lugar, pero no se encuentran. Sobre la posibilidad de comunicarse y de amarse de dos personas cuyas mentes están a varias galaxias de distancia versaba la comedia teatral L’home sense veu, en la que Cecília tiene que cuidar a Tomàs, un chico que no habla y al que le apasionan los viajes espaciales. Esta última obra de Clàudia Cedó, autora que ganó un premio Butaca en 2015, debe la temática y los personajes, en parte, a la aventura teatral que la dramaturga, directora y también psicóloga empezó hace diez años: Escenaris Especials. El proyecto busca la inclusión social, mediante el teatro, de personas con autismo y otros trastornos o discapacidades intelectuales. Pero, como en L’home sense veu, las discapacidades no son las protagonistas: lo son las historias y los actores, a los que se les consigue dar voz encima del escenario.

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Si una de las grandes revoluciones teatrales fue interactuar con el público y romper la llamada cuarta pared del escenario, en el caso de Escenaris Especials los actores se esfuerzan por derribar una quinta pared. Es una pared muy gruesa, que les acompaña en su día a día y que parece inquebrantable cuando, por ejemplo, tienen que hacer algo tan simple como hablar con alguien o saludar. “Los ensayos de teatro son también ensayos de la vida cotidiana: montamos escenas en las que los alumnos van a comprar el pan o tienen que hacer alguna gestión, y así conseguimos que rompan la barrera y normalicen estas situaciones”, explica Marta Iglesias, psicóloga y profesora de teatro en el proyecto.

Escenaris Especials cuenta con unos 120 alumnos, que provienen de centros y fundaciones de Girona y de Banyoles, ciudad en la que reside Cedó. Cada grupo tiene una hora y cuarto de teatro a la semana, y a final de curso montan una obra conjuntamente. El principal objetivo de la autora y directora del proyecto es que el escenario quede libre de todo prejuicio o paternalismo que pueda rodear la vida de los que padecen autismo y otros trastornos. “Hay quien necesita terapia para trabajar la autoestima o mejorar la gestión de las emociones, pero tenemos muchos alumnos cuyo único problema es que vivimos en una sociedad que no los acepta ni valora por lo que son”, afirma Cedó: “Necesitan una voz y hablar de los temas de los que tienen ganas de hablar, y subirlos al escenario es una manera de solucionarlo”.

Después de diez años de ensayos y obras, Cedó está segura de haber aprendido algo: “Para que funcione la terapia y a la vez consigamos sensibilizar a la sociedad, lo que está claro es que tenemos que hacer un teatro de calidad: nos exigimos mucho y les exigimos también a los alumnos”. Teatro como el de El rei bastard, una obra que se estrenó este mes en los baños árabes de Girona en el marco de los diez años del proyecto, y que fue escrita recogiendo las ideas de todos los alumnos. Una historia de un rey, el rey Manolo, que es tan bueno que el verdugo del pueblo está aburrido y tiene las herramientas oxidadas. La bondad del rey no gusta a todos, y el relato se tuerce con un hermano maligno, un regicidio, un hijo bastardo y una obra de teatro dentro de la obra. Lo tiene todo.

Los ejemplos de superación y mejora no se acaban. El que hace de rey Manolo, sentado en el trono con un gesto muy soberano, consigue en el escenario una comicidad que contrasta con el mal humor y las obsesiones que tiene en el día a día. Otro ejemplo apareció en los ensayos: “Carlos casi nunca decía nada, hasta que un día verbalizó que quería hablar más fuerte y, después de unos ejercicios, empezó a gritar”, recuerda Cedó.

“O también está el caso de Pere, un chico con autismo que siempre tenía que escoger un sitio en el que sentarse; hace años, a media obra decidió sentarse sobre un espectador porque esa era su butaca, y ahora ya se ha acostumbrado al hecho teatral”, añade. Iglesias también recuerda con afecto el caso de Quico, un chico autista que nunca saludaba y que ahora se despide cada día con un “adéu Marta” y dos besos: “El teatro es un espacio en el que no se les juzga, y en el que consiguen estar cómodos”.

Los 120 alumnos celebrarán el décimo aniversario en una gala en el teatro municipal de Girona, el próximo domingo. Ahí acudirán amigos y familiares, cuya confianza Cedó reconoce que ha sido difícil de ganar: “El primer año vinieron con la ceja levantada, preguntándose qué íbamos a hacer con los alumnos; ahora vienen los hermanos, los primos, los abuelos, todos muy orgullosos y sorprendidos de ver que alguien que no habla en casa está recitando en el escenario”.

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Sobre la firma

Josep Catà
Es redactor de Economía en EL PAÍS. Cubre información sobre empresas, relaciones laborales y desigualdades. Ha desarrollado su carrera en la redacción de Barcelona. Licenciado en Filología por la Universidad de Barcelona y Máster de Periodismo UAM - El País.

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