Pablo Tusset: “No os fiéis, ¡la mayoría de los japoneses son robots!”
El autor del 'fenómeno cruasán' publica 'Sakamura y los turistas sin karma', una delirante novela sobre turistas e inteligencia artificial
Parque de la Sagrada Família. 9.30 horas. El sol ya no perdona. Los turistas, tampoco. "No os fiéis, la mayoría de estos japoneses son robots", advierte Pablo Tusset (seudónimo de David Cameo, Barcelona, 1965), con la autoridad que le otorga haber escrito Sakamura y los turistas sin karma (Destino). Es una novela delirante protagonizada por un policía octogenario y maestro zen que, con la ayuda de una hacker antisistema, sigue la pista de unos presuntos turistas japoneses que siembran el pánico a base de dar collejas a los niños y escupir a los ancianos. Pero nada es lo que parece. Los agresores son, en realidad –y no revelamos nada– niponoides, robots creados en Japón y puestos a prueba en Barna City, la capital de la Extrema Europa.
"La Barcelona de Vázquez Montalbán ha desaparecido; la postolímpica [la que aparecía en Lo mejor que le puede pasar a un cruasán], también. Y en la que estamos entrando es esta, es Barna City", comenta Tusset. Una ciudad que está al servicio descarado del turismo hasta el punto de cambiar su nomenclátor poniendo a las calles nombres que ubiquen a los foráneos (avenida Bruce Springsteen, plaza Gloria Gaynor, el Gothik Side o Little Barna Beach). "Carece de vanguardia, no existe una contracultura... A cambio, tenemos a Gaudí y fingimos habernos inventado el modernismo y los turistas se lo tragan", dice Tusset.
Tony Gaudí, de hecho, se presenta en la novela como "el arquitecto con más seguidores japoneses en Twitter". "A mí no me interesa mucho", reconoce abiertamente Pablo Tusset. "Soy más de Le Curbussier, el neogótico chorreante me pone de los nervios... ¡pero atrae a los turistas!". Y mira, entre palos de selfie y paraguas de guías turísiticos, la obra magna e inconclusa de Gaudí: "Es un pastel, y ahora le han puesto hasta frutas". En la novela, se ha convertido, incluso, en parque acuático.
El neogótico chorreante de Gaudí me pone de los nervios... ¡pero atrae a los turistas!
Pero no hace una auténtica crítica, porque el autor se declara optimista ante esta situación: "Seguiremos viviendo la mar de bien en Barcelona porque esto [el turismo] no se acabará nunca, es como la Sagrada Família", asegura, tan tranquilo: "Algunos barrios los hemos perdido, como el centro o las Ramblas, pero vivimos bien mientras tengamos hueco para nosotros".
La idea de la novela la tuvo hace dos años, cuando se hablaba de un turismo agobiante, exagerado, incómodo, pero no se había acuñado, todavía, el término turismofobia. "Hemos convertido a los turistas en seres sospechosos, en el enemigo que nos echa de nuestros pisos, invade nuestros barrios y ensucia nuestra ciudad", dice Tusset. "Pero este odio pasará. Yo creo que la mayoría de los barceloneses ve el turismo como un activo importante".
En la novela leemos: "Todos los turistas nos parecen seres infrahumanos excepto cuando somos nosotros mismos, claro". Tusset, de todas formas,huye de la conducta borreguil de muchos visitantes. "Cuando voy a París, por ejemplo, me escondo, intento pasar desapercibido y conocer a franceses". Le caen mejor los robots que los turistas. "Yo aspiro a tener un robot, tipo un R2D2 que me planche, me dé conversación, me cocine...", dice. No se refiere a los androides de la novela, de forma inquietantemente humana (¡irreconocibles!): "Nos quedan cinco minutos para crear replicantes como los de Blade Runner", sostiene. Y con ellos, llegará la polémica, por descontado: "Con la inteligencia artificial llegará también la estupidez artificial", advierte Tusset. "Y todas las barbaridades que un día se pensaban de los negros, o de las mujeres, se dirá de las máquinas. Nacerá la xenofobia contra los robots".
Pablo Tusset no solo es el escritor y narrador de la novela. Es un personaje más que dialoga con el lector a lo largo de las páginas y mantiene una enemistad con el protagonista que viene de una novela anterior, Sakamura, Corrales y los muertos rientes. "Lo odio", admite. "Comparto con él mi afición al zen, pero es que él es espantosamente zen. De todas formas, me sirve para describir esta situación. Lo pienso explotar y putear hasta que me venga bien", afirma, dejando entrever que puede reaparecer en futuros proyectos literarios.
"Ahora toca ponerme serio"
A Pablo Tusset lo atropelló el éxito de Lo mejor que le puede pasar a un cruasán (2001). "Me salió demasiado bien", bromea. "Y todavía necesitaba ser completamente anónimo, así que desaparecí del mapa". Tusset dejó Barcelona, recorrió mundo y llegó a perderse en un pueblo entre Vic y Olot, trabajando en un bar sin que nadie, ni su editor, supiera nada de él. Y aprovechó para dar rienda suelta a su versión de escritor serio. Y escribió, entre otras, En el nombre del cerdo (2007) una novela dura e irónica. Aunque al mercado editorial le cueste entenderlo, tengo dos línesa de publicaciones, las gamberras y las serias", dice. "Me acabo de pasar un año escribiendo chistes y ahora toca ponerme serio".
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