Nueva era a la portuguesa
El compositor debuta en España con su minimalismo efectista y liviano
Envalentonados como andan los portugueses con su escena musical, llegó Rui Massena este miércoles al Conde Duque y encandiló con esa propuesta preciosista y melosa que le caracteriza en cuanto acaricia las teclas de su piano. Hay mucho Portugal más allá del festival de Eurovisión, conste, y ya podíamos aprender de esos vecinos a los que tantas veces hemos mirado de soslayo. Massena es un clásico contemporáneo al que quizá le sobren efectismos y trucos de libro. Pero no nos engañemos: el día que un pianista con un quinteto de cuerda encabece aquí también las listas de ventas, viviremos en un país sensiblemente mejor.
El compositor luso (Vila Nova de Gaia, 1972), debutante absoluto a este lado de la frontera, ejerció de geniecillo empático y risueño, equilibrando siempre el manierismo clasicista y ese toque liberador del flequillo rebelde y la ausencia de partitura. Dividió su comparecencia entre el piano solo y su faceta camerística junto al madrileño Quinteto Arcos, infinitamente más rica y seductora. Porque en la primera parte todo resultaba más arquetípico que personal, con piezas (Familia) que apenas superaban la condición de estudios didácticos. Y con referencias estilísticas flagrantes, desde las notas largas y sostenidas de George Winston (De la fe) a los arpegios minimalistas de Philip Glass (Días así) o la sombra abrumadora de Wim Mertens en D Day.
Todo mejoró una barbaridad a partir de Aliento, la primera y muy cinematográfica obra con quinteto, una página sinuosa y delicada que remite a Ludovico Eunadi o, por extensión, a su paisano Rodrigo Leão. Mariposa, tan rauda, juguetona y amiga de Stravinsky, resulta ser una composición fantástica, mientras que Duda incluye hasta una tímida derivación hacia el jazz.
Podemos recelar del soniquete paulocoelhista de Massena, implícito hasta en sus títulos relamidos. Y podemos admitir que el crescendo de Carretera se ve venir desde la primera curva, o que Salida del sol funciona como un Nyman eficacísimo pero trillado. En realidad, deberíamos envidiar que esta nueva era a la portuguesa goce de predicamento a orillas del Tejo. Aquí solo nos viene a la cabeza algo parecido con La herida invisible, el precioso disco en solitario de Alejandro Pelayo (Marlango). Y por ahora no le ha hecho caso nadie.
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