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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Cuaresma, penitencia y desenfreno

Estamos instalados en una normalidad que compatibiliza contratos en precario con tráfico de influencias. La cuenta se paga siempre a escote

Francesc Valls

La Cuaresma tuvo este año un telonero de lujo. El presidente del Eurogrupo, Jeroen Dijsselbloem, premiado en 2007 por las juventudes protestantes por denostar el sexo en televisión, señaló con precisión el origen del mal de los países del sur de Europa: la lujuria y el desenfreno. “Yo no puedo gastarme todo mi dinero en licor y mujeres y a continuación pedir ayuda”, dijo el holandés. Católico de espíritu calvinista, socialdemócrata de alma neoliberal, Dijsselbloem interpretó en su literalidad el óleo El combate entre don Carnal y doña Cuaresma. Se tragó con la fe del carbonero la parodia, incapaz de compartir la socarronería erasmista de su compatriota Brueghel el viejo.

Si este era el aperitivo de purificación, la despedida de la Cuaresma tuvo también una componente penitencial. Christine Lagarde, directora gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI), proponía hace unos días en una entrevista a este diario una nueva reforma laboral para España. Lagarde —en un cargo previamente prestigiado por Rodrigo Rato y Dominique Strauss-Kahn— sugería acabar con la dualidad de “trabajadores temporales muy expuestos” frente a poseedores de “contratos fijos más protegidos”. Consejos que tienen la fuerza moral del personaje del que proceden, con un expediente tan inmaculado como valorado por la justicia francesa, que ha impedido que en su historial penal figure que fue investigada por su rol en el arbitraje del empresario-amigo Bernard Tapie, al que —según algunos testimonios— favoreció con 400 millones de euros públicos. Así que España, según Lagarde, precisa otra reforma laboral que no redundará —a la vista de la experiencia de la de 2012— en mejorar la calidad del empleo sino en engrosar las filas de precariado, esa masa que trata de sobrevivir en un universo salarial que no le permite llegar a fin de mes.

Pues bien, mientras la voz de los predicadores atronaba en los púlpitos, algunos datos han venido a colorear su fresco penitencial. Este diario contó la historia de Lucía, una doctora de 37 años que lleva dos años encadenando contratos mes a mes. El Colegio de Médicos de Barcelona, en un informe, relata que casi la mitad de los facultativos menores de 45 años tienen contratos temporales, de los que el 30% son de menos de un año. Claro que, aplicando la doctrina Lagarde, en el sector sanitario debe haber mucho “contrato fijo protegido”.

Nada pues de privilegios. Se acabó la protección de papá Estado, que solo debe actuar en cuestiones estructurales serias. Amén del rescate bancario —que a España ya le ha costado el 4,8% del PIB—, también se debe hacer frente solidario a la mochila de la deuda de las autopistas radiales mayoritariamente de Madrid, que a mediados del año pasado sumaban —según estimaciones del Gobierno— más de 4.000 millones de euros.

A cada ciudadano le correspondería pagar unos 50 euros por esas vías en caso de que el Estado decidiera finalmente nacionalizarlas. Vivimos en una sociedad que ya ha perdido su capacidad de asombro cuando alguien afirma durante un juicio sobre blanqueo y corrupción que las comisiones del 4% son “habituales” para lograr que algunas empresas logren adjudicaciones de la Administración.

Estamos instalados en una normalidad que compatibiliza contratos en precario con tráfico de influencias. Viven en conllevancia natural el evasor de impuestos y el que percibe un salario inferior al mínimo interprofesional.

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Es habitual que sobreprecios y pagos de comisiones con cargo al erario público envíen al calabozo a lo más granado de la clase política, como Ignacio González, ex presidente de la Comunidad de Madrid. El Canal de Isabel II, utilizado en beneficio propio. Y como colofón, la declaración como testigo de Mariano Rajoy en la trama Gürtel da idea de ese agujero negro para el dinero público en que se ha convertido el PP.

Tampoco nadie se rasga las vestiduras cuando, en el juicio del caso Pretoria, se reproduce una grabación en la que Lluís Prenafeta, ex consejero de Jordi Pujol, le pide a Artur Mas un encuentro con “un señor controvertido” de Terrassa que quiere “facilitar cosas”. Y Prenafeta le sugiere a Mas que asista al desayuno de marras con el hombre de las finanzas del partido, Germà Gordó. Verde y con asas.

Quizás Dijsselbloem debería haber precisado más en su brochazo sobre ese sur de Europa entregado al desenfreno. La fiesta la han vivido unos cuantos. Lo peor es que la cuenta se paga siempre a escote.

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