He aquí Andalucía
El sentido de lo imposible hace de esta tierra el agarre perpetuo a la libertad y a los valores de los que no se doblan
Ahora que la primavera se acerca para derramarse por las tierras andaluzas. Que el mar comenzará a apaciguarse para abandonar el salvajismo y la audacia que le procura el invierno a sus aguas. En ese instante preciso en el que todo recuperará el ritmo y la rutina de los días de sol. Y en el que la monotonía de los verdes alucinantes de nuestros campos, se trocarán en explosiones de colores, vamos a hablar de Andalucía.
Desplazarse por las curvas incesantes de su piel, por las mojadas riveras de sus costas y dejar discurrir entre los pies las heladas aguas de sus torrentes, es impregnarse del sabor de una tierra indómita, dura y castigada.
Los senderos se convierten en marañas de nervios que hacía el cielo coinciden en el punto de fuga de un cuadro mágico de luz y color. Los olivos se agolpan a recibirnos al abandonar la meseta, dejando atrás, los minúsculos muros de piedras que zigzaguean por tierras extremeñas y las tierras amarillas y planas castellanas. Las cigüeñas, que añoran sus viejos nidos eclesiásticos, parecen acostumbrarse a convivir con las inmensas aspas sembradas en el suelo de Andalucía.
Las aguas movidas por el ímpetu de sus vientos, lo mojan todo y hacen fértil una tierra de por si riquísima. Una tierra que a duras pena se ha acostumbrado al lento pasar de un tiempo y que ha dejado cicatrices profundas en su cara.
Iniciamos un viaje por algunos aspectos interesantes de la historia de Andalucía. Mostrar una tierra cargada de oportunidades e irremediablemente dirigida a la más absoluta de la pobreza y al atraso. Emprendemos un periplo por una tierra antigua y cubierta del hermosísimo regalo que le dejo el paso del tiempo.
Muchos han sabido modelar con palabras la hermosura de la tierra hispana, y describir la fascinación que le producía la Bética, la Turdetanía. Algunos de ellos, jamás pisaron el suelo fértil que tanto defendieron en sus escritos, ni contemplaron la riqueza de sus vides o de sus minas. Pero mantuvieron vivo y fomentaron la visión de una región rica y llena de parabienes.
Trogo Pompeyo, Plinio, Justino y Estrabón coinciden en el verdor de los campos, en la luz azul divina de su cielo, en la altivez de sus mujeres y en la enorme riqueza que brindaban sus costas, montañas y tierras.
Era el territorio más idealizado de todos los continentes y tierras habitadas por los hombres. Sus ríos, llenos de vida, Anas, Guadiana el rio de los patos, y el Betis, Guadalquivir inundan de vida y riqueza todos los parajes por los que discurren, haciendo a los hombres que habitan sus tierras felices.
Calpe, Algeciras, Punta Paloma y Bolonia inicio de un viaje por el sur desde Roma, los saladeros de Menlaría, al puerto Menesteo del Puerto de Santa María. Cómo no llegarse a los antiguos esteros de Asta y Lebrija, al altivo, dulce faro de Chipiona y al Santuario del Lucero junto a Sanlúcar de Barrameda.
Cruzar su estuario en antiguas galeras para viajar a otros esteros, de ríos llenos del color rojo de las minas, el Tinto, el Odiel, el Piedra. Sin fronteras, sin banderas hasta el cabo San Vicente, en Algarve.
Doscientas ciudades hacia el interior de los ojos de los hombres que nacieron en el tiempo en que se parió la filosofía, Córdoba, Sevilla y Jaén. Y por medio el rio Betis, pudiéndolo todo, mojándolo todo. Bajando hacía el océano al compás de los martillos extrayendo los minerales de Sierra Morena.
Y de la antigüedad clásica de imperios y repúblicas, a la estirpe de los califas y los aguerridos cristianos. Hombres que con atuendos tan llenos de contrastes convirtieron esta dulce tierra en lagar de dátiles y palmeras. No creo en la imposición violenta de aquellos hombres de tez oscura. Soy partidaria más del abrazo tras la batalla de Guadalete, más del recuento de olivos y encinas para comprobar la riqueza de la zona, más del olor azahar de las naranjas y más del esplendor de las perlas y las sedas de la gloriosa Córdoba. Soy más del reflejo de la nieve del Veleta sobre la rica vega. Más de echar la vista al Gibralfaro y al San Cristóbal buscando las apuestas alcazabas malagueña y almeriense.
Abogo por la seducción más que por una lucha encarnizada. El enamoramiento de una tierra sabía a la luz de las mezquitas, al sonido del almuédano y a la visión alucinante de la Alhambra.
Entonces aquellos hombres que usaban el arjamí, se convirtieron en los hombres y mujeres más ricos de la tierra. Emoción o evocación de un sueño, seguramente más irreal que verdadero, pero sin duda envidia absoluta de los emires. La moral, la artesanía, la agricultura e incluso las fiestas marco el sello de la impronta de estos hispanos convertidos al Islam. Un país de occidente anexo del imperio islámico.
Y si la ficción de los cuentos árabes imprecaron las voces de nuestros antepasados en el tiempo de los moros, no lo fue menos en la reconquista cristiana. Dónde estaban aquellos cientos y miles de hombres castellanos y leoneses que fueron capaces con un soplo de viento de levante de acabar con aquel sustrato riquísimo, o es solo la ignominia de los pretenciosos. Solo y simplemente la riqueza combinada de las tres culturas, en las que las fiestas judías, moras y cristianas, se convertían en un solo punto de encuentro y de júbilo. Suerte de tolerancia y convivencia.
Y los hombres de luz traspasaron el umbral del tiempo, y dejaron en las casas encaladas, bóvedas nervadas y vergeles, acequias y aljibes, zaguanes y albercas. Y se extendieron en los nombres de las tierras que poblaban, de los ríos que cruzaban y en los pagos que sembraron bajo las estrellas. Y dejaron, como dijo Al- Zuhri, el espíritu de hombres amables, elegantes, descarados, insolentes y distinguidos.
Y el mar, y solo el mar que bordea las costas andaluzas, ese tibio punto de encuentro entre océanos y mares, que copulan en el estrecho, la mantuvo en alza. Unida a un mediterráneo colapsado, se abría pletórica aun atlántico virgen e inexplorado, hasta el punto que su ubicación la obligo a ser la matrona de la historia americana, la portadora de aquellos valientes y necios hombres que se atrevieron hacerse a la mar.
Un mar que trajo el esplendor de la tierra y con este la búsqueda incesante de exponer ante los ojos de los hombres, la poesía, las letras sin tapujos y el amor por la historia.
Y todo esbozado en los hermosísimos relatos de viajes. Franceses, ingleses, alemanes y americanos deambularon por tierras andaluzas a lo largo de la primera mitad del siglo XIX; época de represión contra los liberales, de exilio, de crisis económica y problemas sociales motivados por un país que acababa de concluir la Guerra de Independencia.
La búsqueda del viajero romántico en Andalucía, es una búsqueda de la estética, ya no cuenta los principios ilustrados que juzgaban las cosas y los acontecimientos por su cercanía o lejanía de la razón. Lo que cuenta ahora es la belleza de los lugares, de las mujeres, de las ciudades y sus monumentos, porque lo que cuenta es todo aquello que sirva para la meditación, para la reflexión con el corazón y con los sentimientos. Andalucía era vista por poetas y escritores en prosa como un lugar que se había mantenido fuera de esas corrientes basadas en la razón, se presentaba como algo virgen, distante, extraña, llena culturalmente de vestigios del pasado, más africana que europea, más marginada y exótica cuanto más pobre y postrada.
Los mismos soldados venidos a la Península descubren una región desconocida, y sus impresiones a pesar de la guerra dan cuenta de un territorio esplendido en la fuerza de su naturaleza física y en la de los hombres y mujeres que la habitan. A esta visión se le uniría la de los exiliados que extrañando su origen, escriben y fantasean en círculos literarios publicaciones sobre las ciudades que añoran.
La Alhambra, la Mezquita de Córdoba, el Alcázar de Sevilla, monumentos que acompañados por el exotismo y el orientalismo serán continuamente evocados no solo por los viajeros que anduvieron por los lienzos de sus murallas, también por algunos como Puschin que jamás estuvo en España.
Pero también la naturaleza en su estado más puro represento un atractivo impresionante para los románticos. Las montañas, los pueblos asentados en lugares difíciles e inhóspitos, el mar que parece rodearlo todo, sus jardines dehesas y bosques. Todo lo andaluz expresado con tal volumen de afecto que ser andaluz, supone ser todo lo español posible, extrapolando los tópicos sobre Andalucía a toda España.
Para Gautier, viajero francés, toda Andalucía está llena de los rasgos y emociones de lo árabe, en las costumbres, en el aspecto físico de mujeres y hombres, en los monumentos, en el ruido de las fuentes y en el murmullo de los molinos de agua. Para Washington Irving, autor de los Cuentos de la Alhambra, la época musulmana es un espejismo frente a la opacidad y miseria de la Edad Media en la que vivían el resto de ciudades españolas. Para Richard Ford, inglés, los lugares donde siente todo el esplendor de la belleza se encuentran, como también le ocurre a Doré, en los escenarios naturales en los que vivieron almohades y califas, como un enorme escenario donde se desarrollaron los romances moriscos y las batallas entre moros y cristianos. Merimée, lleva al máximo su apuesta por presentar a la mujer andaluza, romántica, apasionada y rotunda.
Una imagen paradisíaca fundamentada en la luz, el sol, el calor, el clima, la fertilidad del suelo, el color de los paisajes. Exageradamente inventada, exotismo africano, arabismo, especies de animales nunca vistos, un paisaje en el que no existen llanuras, solo riscos, serranías y montañas. Todo acompañado de la constatación de una pobreza real solo superada por tres grupos de personas, los bandoleros, toreros y contrabandista que junto a una población ingente de gitanos forjan el total de andaluces creando un tópico que aunque venera y en gloria a Andalucía no es comprendida en la magnitud de sus verdaderas condiciones de miseria.
La Andalucía del siglo XIX poseía según estos viajeros todos los elementos que el romántico quería encontrar en sus viajes: exotismo tanto en su gente como en las costumbres y forma de vida, irracionalidad en la forma de creer y expresar sus afectos, exotismo y esplendor en algunos de sus paisajes; y en donde no vieron nada más que los mismos rasgos que en el resto de Europa, lo inventaron creando un mito que durará hasta nuestros días.
Como dice el profesor González Troyano, más que viajar lo que hacen es vagar, siguiendo la expresión del viajero inglés Borrow, en ese modo de enfrentarse al paisaje cabe la sorpresa, el desvío del itinerario marcado, las encrucijadas en el camino que haga descubrir nuevas rutas de lo que todos consideran una Andalucía llena de magia. El deseo más perseguido del romántico, transportarse a tiempos pasados gracias a las calles, plazas y los monumentos reconstruyendo los recuerdos con nostalgia a su modo, a su antojo.
Y ese mismo sentido de lo imposible hace de esta tierra el garfio, el agarre perpetuo a la libertad y a los valores de los que no se doblan, de los que en los últimos siglos de nuestra historia pospusieron el valor de la vida personal a la de la tierra.
Hilda Martín García es historiadora
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