El juez Barrientos en Gran Hermano
La causa del 9-N está sometida a un completo escrutinio: cada gesto se analiza, cada mirada significa, cada palabra cuenta
Los jubilados saben mejor que nadie que un juicio es público. Cualquiera puede acceder a la sala de vistas y seguirlo. Algunos de esos jubilados lo han convertido en afición. De un modo incomprendido, saben de antemano qué juicios van a celebrarse y se sientan pacientemente a escuchar: que si un homicidio, que si un ajuste de cuentas, que si una banda de narcos. A ellos la petanca o las obras públicas no les van. Les ponen los juicios. Allí aprenden, se entretienen.
Claro que no es lo mismo que escudriñe tu comportamiento un jubilado desde su asiento que los millones de ciudadanos que (potencialmente) pueden seguir el proceso contra Artur Mas; por ejemplo, a través de la web de EL PAÍS. La causa del 9-N está sometida a un completo escrutinio. Las televisiones emiten buena parte de las sesiones en directo. Cada gesto se analiza. Cada mirada significa. Cada palabra cuenta. Y la conciencia de esa exposición mediática, de ese Gran Hermano judicial, puede alterar las actitudes en la sala.
A Jesús Barrientos le definen quienes le conocen como un magistrado celoso de su independencia. “Un juez muy juez”, signifique eso lo que signifique. Aunque afable y de trato correcto, dicen, en sala puede ser duro, cortante, hostil. Barrientos es presidente del TSJC y también preside la causa del 9-N. Su misión es dirigir la orquesta: dejar que suene la música, pero interrumpir si alguien desafina. No parece fácil. Menos aún cuando miles miran.
Leonés de nacimiento y por convicción, Barrientos ha dirigido el juicio casi íntegramente en un catalán decentísimo (recibe clases por las mañanas, de 7 a 8). También lo ha hecho el fiscal, el leridano Emilio Sánchez Ulled. No es una elección gratuita. Tampoco lo es la exquisita cordialidad que ha exhibido desde el lunes -“normalmente no es tan simpático”, ilustra un abogado- aunque ha intervenido cuando lo ha visto oportuno para frenar al propio Mas, al fiscal o a testigos que se iban por las ramas.
La obsesión de Barrientos es que el reality 9-N de ningún modo parezca una causa política. Y que nadie la use para esos fines. El lunes, cuando Mas repitió que debía “promover la participación”, Barrientos saltó: “Esto ya nos lo ha explicado. Nueva pregunta”. Y cuando el expresident se preguntó por qué nadie interrumpió las votaciones el 9-N, volvió a la carga: “Usted no puede lanzar interrogatorios, se limita a contestar si lo desea”.
Pero como dicen en los realities, al final te olvidas de la cámara. Y Barrientos se ha ido soltando. El martes, el abogado Jordi Pina intentó desacreditar a una directora que se negó a ceder el instituto para votar. Dijo que había “tomado partido”. Barrientos le cortó: “No voy a permitir preguntas de ningún partido”. El miércoles, advirtió a Xavcier Trias de que debía “contestar la verdad” pese a su “relación de aprecio” con los acusados. Y dio una muestra de que, a veces, los jueces no están tan pendientes de los hechos políticos como algunos imaginan. “¿De Gispert o De Gisbert?”, le preguntó a la expresidenta del Parlamento catalán, Núria de Gispert. La anécdota tuvo cierto éxito en medios digitales.
La declaración, hoy, de la exdiputada de ERC Gemma Calvet ha sacado a relucir al Barrientos más severo. Cinco veces le ha recordado (le ha “rogado”, incluso) que debía limitarse a contesar las preguntas, y no a hacer un mítin sobre la independencia. “Es que este juicio tiene un contexto”, ha protestado Calvet. Pero el juez le ha cerrado el paso: “A usted no le toca analizar el contexto de este juicio. Viene como testigo a contestar las preguntas que se le hacen. Ya es suficiente, señora”. Lo cual no ha impedido que la despida con la misma cordialidad (“gracias por sui colaboración”) antes de cerrar la vista, como acostumbra, agitando una campanilla.
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