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POP / The Gift
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Baile o arrebato

Los portugueses muestran su perfil más arrollador en el Price ante un público al que le sobraron las butacas

Cuesta creerlo, pero los portugueses The Gift ya han rebasado los cuatro lustros de historia, por mucho que se les vea rabiosamente vigentes. Su reaparición del sábado ante 800 espectadores en el Price sirvió para certificar el cúmulo de anomalías que confluyen en este septeto delicioso. Una banda que nació en Alcobaça, pueblito de la Lusitania interior no más grande que Alpedrete, y ha crecido hasta dimensiones planetarias. Un ejemplo maravilloso de cómo el talento, la capacidad para absorber influencias y la ausencia de complejos permiten despedazar fronteras. Y un recordatorio necesario: a veces olvidamos a nuestros vecinos ibéricos, pero bien que podíamos tomar nota.

La banda de Sónia Tavares y el teclista Nuno Gonçalves desplegó cuatro grandes floripondios en escena para revivir sus páginas más palpitantes y avanzar contenidos de Altar, que llegará en abril bajo los auspicios del ilustre Brian Eno. La inaugural Love without violins, chirriante y robótica, aporta augurios extraordinarios y Clinic hope suena a unos jóvenes Depeche Mode de buen humor. En general, The Gift afrontan su tercera década con un talante entre expansivo y despepitado. Y así, el estreno absoluto de Big fish sugirió un desmadre no menos hortera (para lo bueno y lo malo) que aquel viejo All night long de Lionel Ritchie.

Asombra el desparpajo: The Gift son bailongos o arrebatadores, si no ambas cosas. La voz cavernosa de Tavares evoca un cruce entre Björk y Gloria Gaynor para ese pepinazo titulado Driving me slow; 11:33 es puro r’n’b contemporáneo y la solemnidad apoteósica de RGB reventaría estadios en manos de Coldplay. Acabaron con esa suite de 12 minutos, The singles, que abraza un sinfonismo moderno a lo Arcade Fire, antes de permitirse un My way (Sinatra) con solo voz y piano desde el patio de butacas. A eso lo llaman estar seguro de tus propias posibilidades.

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