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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

¿Contra el turismo?

La no edificación de nuevos hoteles quizá es una victoria desde el punto de vista de unas particulares ideas, pero ¿lo es para el conjunto de los ciudadanos?

Francesc de Carreras

La semana pasada se produjo en Barcelona un hecho algo esperpéntico aunque, por los antecedentes, no inesperado. Se trata del alborozo público de nuestras autoridades municipales porque la emblemática Torre Agbar de la plaza de les Glòries, que ha sido vendida por Aguas de Barcelona a un grupo financiero, no se convirtiera en hotel, por supuesto de lujo, debido a lo que este periódico ha denominado “las trabas de Colau”. Hace un año y medio ya sucedió lo mismo con el edificio que durante muchos años albergó las oficinas del Deustche Bank en la confluencia del paseo de Gràcia con la Diagonal que también debía convertirse en un hotel, en ese caso de la cadena Four Seasons, una marca imprescindible en toda ciudad que pretenda ser de referencia en el turismo y en el mundo de los negocios. Tenemos unos munícipes a los que no les gusta el turismo.

Ese alborozo lo expresó con gran énfasis el concejal de Vivienda, Josep Maria Montaner, al comentar en la televisión municipal: “Es una muy buena noticia para toda la ciudad y, a pesar de que responda a una decisión del promotor lo consideramos un éxito, una victoria similar a la conseguida a principios de mandato, cuando logramos que el Deutsche Bank no se convirtiera en un hotel de lujo”. Y añadía: “La voluntad de los vecinos y del Ayuntamiento era que no se hiciera el hotel y la tramitación, sin duda, no ha tenido ninguna facilidad, se entiende que se lo hayan repensado”.

La no edificación de ambos hoteles y el parón a otros muchos, ¿es una victoria, tal como presume el concejal? Probablemente es una victoria desde el punto de vista de unas particulares ideas pero ¿lo es también para el conjunto de los ciudadanos? Ello es mucho más problemático y se presta a algunas reflexiones.

Una primera, puede ser de tipo económico y social. Barcelona es un municipio estancado: había sido industrial, especialmente textil, pero eso ya es una fase muy superada, sigue siendo comercial pero, sobre todo, es crecientemente de servicios y, en especial, está dotada para el turismo y los eventos del mundo de las ferias y congresos, concomitantes con el turismo.

Afortunadamente, el turismo es un sector socialmente muy beneficioso, de él se aprovechan muy diversos sectores: todas las categorías de hoteles, y apartamentos turísticos, el comercio de todo tipo, las cafeterías, bares y restaurantes, la construcción, el sector inmobiliario… Crea beneficio económico y puestos de trabajo en muchos ramos. La explotación de una planta de petróleo beneficia mucho a muy pocos. El turismo es lo contrario: reparte beneficios y puestos de trabajo. Es una bendición ser un país turístico, lo sabemos desde los años sesenta.

Pues bien, ahora rechazamos esa suerte. Porque además de poner trabas burocráticas a nuevos hoteles, desde la misma sociedad se está creando una solapada campaña contra los turistas. Se les tacha de sucios, ruidosos, borrachos, mal vestidos, tacaños… Naturalmente hay de todo, pero no creo que en estas cuestiones se distingan de los nacionales, donde como es natural también hay de todo. En lugar de ampliar las áreas de la ciudad con interés turístico, algo perfectamente resoluble mediante una política de expansión de las zonas culturales, lúdicas y comerciales, tal como se hizo en los gloriosos tiempos del alcalde Maragall con la apertura al mar y la revitalización del casco antiguo, pretendemos que los turistas se alojen en la Barcelona periférica, pues allí se quieren construir los nuevos hoteles, y vayan a pasar su día y su noche en el centro. Es difícil actuar con menos inteligencia.

Pero, además, en esa campaña contra el turismo subyace algo muy antiguo, conservador y hasta reaccionario. Es la idea de preservar el territorio para sus verdaderos propietarios, los naturales del país, sin darse cuenta de la contradicción que ello encierra: sin puestos de trabajo estos barceloneses de toda la vida deberán abandonar su ciudad y emigrar a otras tierras, lo cual no es necesariamente un drama si en esas otras tierras pueden desarrollar su proyecto de vida, pero en todo caso contrario a las ideas de quienes dicen querer protegerlos.

En conclusión, de una ciudad abierta, contenta de su diversidad y con mentalidad cosmopolita, corremos el riesgo de pasar a ser una ciudad provinciana, cerrada y decadente. Alerta porque estos cambios no se advierten de entrada sino al cabo de los años. Cuando ya es tarde.

Francesc de Carreras es profesor de Derecho Constitucional.

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