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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Patti Smith en el Cabanyal

Una narrativa de la supervivencia recorre ‘M Train’, un tren interior que atraviesa y explora geografías y éticas del recuerdo

Mercè Ibarz
La cantante Patti Smith
La cantante Patti Smith ARCHIVO

Acabo de descubrir a Patti Smith como escritora, no la poeta de sus canciones sino la narradora. Un día llegó a mi buzón la versión francesa de su último libro, que me mandaba el amigo y escritor Jordi Bonells, M Train, y ahora se edita la española (Lumen, traducción de Aurora Echevarría). Me he leído las dos. Sabía que Patti había escrito su vida joven al llegar a Nueva York y su fundamental encuentro con el fotógrafo Mappelthorpe, cuando eran casi unos niños, que así tituló aquellas memorias, sin el casi: éramos unos niños. Aquí relata su presente, su tiempo de mujer de 70 años que ve cómo tanto desaparece, como ese bar, el ’Ino, con el que empieza el libro, donde cada mañana va a escribir en su libreta y a tomar pan negro con aceite de oliva y mucho café. También habla de tanto que permanece, como el Cabanyal, en Valencia.

No es una anécdota sin más, el Cabanyal. Bien poco lo es en este relato que no da cuenta del trabajo (así se refiere a sus actuaciones, conferencias y recitales) sino de cómo los sueños sobreviven y nos despiertan. Patti Smith llega a la capital valenciana en un viaje privado, huyendo de las secuelas del vendaval Sandy en su tierra, que se ha llevado casi todo en una playa donde justo se acababa de comprar un bungalow desahuciado. Que estaba resistiendo: “Pero mi pequeña casa, construida cien años atrás, despreciada por los corredores de fincas, condenada por los inspectores y rechazada por la aseguradora, había aguantado en pie hasta el final. Aunque con daños severos, mi Álamo había sobrevivido su primera gran tormenta del siglo XXI”. En el autobús que le lleva a Valencia se entera de lo del Cabanyal, algunos de los pasajeros van a protestar en sus calles para salvarlo de la demolición.

Se suma a la manifestación. “Viejas casas de azulejos de colores, barracas de pescadores y bugalows como el mío. Estructuras frágiles que nunca podrán ser reemplazadas, solo lloradas. Como mariposas que un día simplemente desaparecen. Me uní a ellos y sentí su orgullosa ira mezclada con cierto grado de impotencia”. Se da cuenta de que tampoco ella sabe muy bien qué será de su casa, su Álamo tardaría mucho en ser habitable. “Todo es presente en esta escapada, es físicamente imposible mirar atrás”. En la pensión, no puede dormir. Algo la espolea, no obstante, a sacudirse el letargo, “despiértate y vocea (…) Envolví la almohada con una pancarta que proclamaba Salvem el Cabanyal, me acurruqué y me refugié en mi interior, buscando un consuelo que podía ser mío solo con pedirlo”.

La muerte de la alcaldesa valenciana que puso en la picota al Cabanyal me ha traído a la memoria la germinal aparición del barrio en las páginas de M Train, un tren que recorre y explora geografías, éticas y estéticas del recuerdo. Sus valores literarios radican en una cierta moral del uso de la palabra que le da calidad visionaria. Que pasa por el movimiento, actitud heredera de los beat que sobrevive y se actualiza en tantos artistas norteamericanos de la música popular. Así llega a Valencia. Dieciocho años llevan los vecinos del Cabanyal-Canyamelar-Cap de França en su brega por salvar sus casas. El 23 de noviembre causó impacto en el barrio. Moría la política que quiso destruir sus moradas y sus calles, y ellos recordaban que “muchas personas han muerto con el dolor de no saber si sus casas y, por lo tanto, su memoria, perdurarían en el tiempo o serían destruidos”. Rita Barberá in memoriam.

Estos casi veinte años de pugna, ¿terminarán pronto? Parecía que se había dado un primer paso. El 16 de noviembre se vieron las tres instituciones implicadas: el Ayuntamiento, la Delegación del Gobierno Central y la Generalitat. La plataforma que reúne a los vecinos activistas se congratulaba aquel día de la formación de una comisión —técnica, transversal y abierta a todas las asociaciones y vecinos del barrio—, que debe abordar de manera permanente y coordinada los diversos aspectos de estas calles, “en materia de seguridad y en el aspecto social”. Diez días después, sin embargo, la plataforma ponía en circulación otro comunicado: “Continúa el vandalismo y los intentos de establecer narco-salas en el Cabanyal, que producen beneficios a las personas que las administran”, a pesar de la tal comisión que debe abordar todo esto. Justo aquel día terminaba en la ciudad de Valencia el duelo institucional por Rita Barberá.

¿Va a sobrevivir de verdad el Cabanyal?

Mercè Ibarz es escritora y profesora de la UPF.

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