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Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Tocando el cielo

Feinstein llenó el escenario del Palau en su debut español, compartiendo recuerdos de Sinatra

Michael Feinstein durante su actuación en el Palau de la Música de Barcelona.
Michael Feinstein durante su actuación en el Palau de la Música de Barcelona.Lorenzo Duaso

En su primera actuación española Michael Feinstein tocó el cielo. Un concierto redondo, vibrante, emotivo y cargado de buenas vibraciones que inmediatamente se contagiaron al público que llenaba el Palau. Un público dispar que reaccionó con euforia ante la propuesta del crooner estadounidense.

Hablar de concierto redondo no es exacto. Redonda fue la actuación de Feinstein, pero incomprensiblemente antes hubo una primera parte que nos podríamos haber ahorrado. Alargó de forma innecesaria el concierto sin aportar nada. La Simfònica del Vallès versionó de forma rutinaria y sin chispa On the town de Leonard Bernstein y Rodeo de Aaron Copland ante un público que indudablemente no las conocía e interrumpió en diversas ocasiones con extemporáneos aplausos.

Michael Feinstein canta Sinatra

FESTIVAL DE JAZZ

Orquestra Simfònica del Vallès. Vicent Alberola, director.

Palau de la Música, 19 de noviembre.

Todo cambió tras el descanso. Feinstein llenó completamente el escenario compartiendo sus recuerdos de Frank Sinatra, cantando alguna de las más entrañables canciones de su repertorio y mostrando un dominio total del entarimado. Literalmente se metió al público en el bolsillo con su sola aparición en escena, el arte del excelente entertainment estadounidense llevado a su cima.

Feinstein posee una bella voz, cargada de matices, que a sus sesenta años se mantiene intacta y se adapta perfectamente al repertorio de Sinatra. Un repertorio que, en el fondo, no es más que una selección de la mejor canción contemporánea. El cantante no se mostró rácano y esa segunda mitad de la velada se convirtió en un auténtico concierto de 90 minutos. Cantó arropado por la orquesta (que con significativos refuerzos jazzísticos se mostró más punzante), se sentó al piano para cantar en solitario (Time after time desbordó sentimiento), hizo una versión que caló hondo de Strangers in the night con el solo acompañamiento de una guitarra y concluyó, no podía ser de otra manera, con un profundo y reposado My way y un desbordante New York, New York que levantó los ánimos del personal.

En la tanda de bises recordó sus años como pianista de bar y hasta preguntó al público que querían oír. Ante el alud de peticiones se decantó por mezclar con muy buen humor dos Gershwins inmortales (Let’s call the whole thing off y ‘S wonderful) y salimos del Palau pensado que realmente todo era wonderful y marvelous.

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