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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Con renglones torcidos

La aparente unanimidad de los cuadros del PSC en el rechazo a Rajoy expresa una pulsión mucho más poderosa: el instinto de supervivencia

Miquel Iceta y Núria Parlon.
Miquel Iceta y Núria Parlon.Carles Ribas

El resultado de las primarias a la primera secretaría del PSC supone, ante todo, un triunfo del principio de conservación o, si lo prefieren, de aquella máxima ignaciana que recomienda, “en tiempo de desolación, no hacer mudanza”. Es lógico que una militancia diezmada y envejecida apueste por aquello que le parece más seguro, más conocido, más de casa, y Miquel Iceta posee con creces todos estos rasgos. No, no ha tenido el apoyo del aparato; él es el aparato, a pesar de que esta vez algunas estructuras territoriales prefiriesen a Núria Parlon.

Miembro de la Ejecutiva del partido desde 1984 bajo la protección de Josep Maria Sala, tres años después ya era —aunque barcelonés de souche– concejal en uno de los municipios del todopoderoso Baix Llobregat, y cuatro más tarde comenzaba a ejercer de fontanero en la Moncloa, con el vicepresidente Narcís Serra. Diputado en Madrid durante el primer mandato de Aznar, viene ocupado escaño en el Parlamento de Cataluña a lo largo de las seis últimas legislaturas, y ha sido durante una década brillante portavoz de su grupo.

Ciertamente, los dos años largos que acumula en la primera secretaría del PSC no han conllevado una mejora de los registros electorales, que siguen anotando mínimos históricos y se sitúan en una horquilla entre el 12,7% y el 17% de los votos. Eso sí: en cada una de las noches de escrutinio con que le ha tocado apechugar, Iceta ha sabido encontrar alguna frase (“es una recuperación”, “las encuestas nos daban la mitad”, “el resultado es razonable”...) que, eventualmente aderezada con unos pasos de baile, ahuyentase la depresión de las bases con un tácito “venga, que no estamos tan mal”. Y por supuesto que Núria Parlon representaba un relevo generacional, pero el veterano Iceta, a los 56 años, tampoco aparece como un anciano jubilable.

Tenemos, pues, que el revalidado líder del PSC encarna la más estricta ortodoxia de su partido, la sempiterna hegemonía del aparato, toda la panoplia de ambigüedades, tacticismos y espantajos (“¡Pedro, mantente firme, líbranos de Rajoy y del PP!”) que hicieron la fortuna del Partit dels Socialistes durante más de tres décadas. Una ortodoxia que incluye, en el núcleo de su ADN, la subordinación a los intereses del PSOE y el no poner nunca a Ferraz en dificultades graves.

Pues bien, la gran paradoja es que, bajo este liderazgo, las relaciones entre el PSC y el PSOE son hoy más tensas que nunca, peores que en tiempos de Raimon Obiols o del díscolo Pasqual Maragall; y que la ruptura de la disciplina común a ambos partidos resulta verosímil como no lo había sido desde los remotos días de la LOAPA. Pero no por una cuestión identitaria vinculada al procés, sino por una divergencia ideológico-política: vetar o permitir la investidura de Rajoy.

Sería un error interpretar la insistencia de los socialistas catalanes es el no al presidenciable del PP como una manifestación de lealtad póstuma a Pedro Sánchez. La aparente unanimidad de los cuadros del PSC en el rechazo de Rajoy expresa, a mi juicio, una pulsión mucho más poderosa: el instinto de supervivencia. Después de haber perdido a la casi totalidad de su militancia y su electorado catalanistas (el primer secretario Iceta, para ganar cohesión y quietud interna, empujó a muchos de ellos a la salida en 2014) y de haberse autoexcluido del derecho a decidir, al partido sólo le queda un halo “progresista” que, desde hace un cuarto de siglo, se traduce por antagonismo con el PP (“si tu no hi vas, ells tornen”). ¿Y ahora sus siete diputados van a abstenerse para que el PP siga gobernando? Sería un suicidio, y un banquete para las hambrientas fauces de los Comuns.

Y después están el perfil y la actitud de la gestora del PSOE. Lo relevante no fue que, el otro día, el inefable Julio Villacorta (ex compadre de Vidal-Quadras) y unas decenas más de especialistas en fracasos políticos sucesivos se reuniesen para reclamar la resurrección de la Federación Socialista Catalana del PSOE. Lo grave es que esa idea está en la recámara del hoy presidente de la gestora, Javier Fernández, y flota sobre sus llamamientos a la coherencia y a la disciplina del PSC.

Tendría gracia que quién emancipase al PSC de la tutela del PSOE fuese Iceta, quién debutó como militante del Partit Socialista Popular de Tierno Galván.

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