El cabrón Fermín morirá de viejo
El santuario Wings of Heart acoge a 300 animales que viven hasta que mueren de manera natural
Fermín es rubio y gallardo y se roza contra uno con insistencia, haciendo notar su pelo duro, buscando una relación más íntima, quizás una caricia. Fermín es un cabrón, es decir, un macho cabrío, y es tan simpático y echao p'alante porque vive en un santuario animal llamado Wings of heart (algo así como Alas del corazón), en el este de la Comunidad de Madrid. Los 300 animales que viven aquí no parecen temer a los humanos y tienen bastante buen carácter: es porque aquí no conocen la crueldad, según explican los promotores de esta iniciativa que visitamos en una excursión organizada por Matadero Madrid como cierre de actividades de la exposición Santuarios, dentro del festival Capital Animal.
Un santuario es un lugar en el que se rescatan animales, un lugar donde los humanos están a su servicio y les cuidan para que tengan una vida feliz hasta que mueran de muerte natural y no en el abandono o los mataderos. Digamos que tratan a los animales de granja como solemos tratar a los animales domésticos, a los gatos, a los perros. Aquí conviven el gran cerdo Barbosa, la inquieta oca Parchís o el indomable jabato Rayito, que es como un torbellino. "Por donde pisa no crece la hierba", bromea Laura Luengo, cofundadora junto a Eduardo Terrer. No es el único lugar de estas características, en la Comunidad hay otros como El Valle Encantado o Salvando Peludos. Los hay de animales de granja, como este, pero también de simios, de grandes felinos, etc.
"Salvamos animales que han sufrido el maltrato y el abandono, muchas veces los ganaderos ya no los quieren porque ya no producen", explica Luengo, "queremos transmitir las difíciles historias de superación de muchos de ellos y el mensaje de que merecen respeto, tanto que les dedicamos nuestra vida". Cuidan de la vieja burra Luna, de 28 años, que tiene problemas de cadera, y a la que hay que levantar con una grúa varias veces al día. O de una cabra accidentada que ha perdido la movilidad en las patas traseras y ahora se sienta en una especie de silla de ruedas animal. Necesita que alguien se ocupe de ella durante dos o tres horas cada jornada. Un puñado de vacas fueron rescatadas de una granja en Boiro, Galicia, donde habían sido abandonadas a su suerte cuando la instalación cerró. "Todos morirán de viejos y en paz, junto a sus familias", dice Luengo. En el santuario muchos animales tienen nombres humanos, como los toros Mario y Javi, o las vacas Mónica y Angelines, para recalcar la idea de que aquí estos seres son más personas que cosas. "Nunca llamaremos a un animal Platanito", afirma, con ironía, Terrer.
El santuario consta de dos fincas y es cuidado por cuatro personas a tiempo completo y la colaboración itinerante de voluntarios. Se gastan unos 12.000 euros al mes en alquiler del terreno, pienso, veterinarios, tratamientos, etc, que salen de la aportación de unos 850 socios, además de otras donaciones. "En cierto modo, esto te hace renunciar a tu vida. Trabajamos desde que nos despertamos hasta que nos acostamos. Yo llevo dos años sin descansar ni un día", dice Terrer. Estas son las cosas que más sorprenden de este lugar: la existencia de animales de granja de los que no se requiere ningún fin (ni leche, ni carne, ni piel, ni lana, ni tracción mecánica) y el fuerte compromiso de estas personas que han convertido, desde hace cinco años, este lugar en su vida. Por supuesto, practican y promueven el veganismo. "A pesar de la dureza del trabajo, estoy contento de haber renunciado al resto y que me sea llevadero", dice Terrer, "hago lo que creo que debo hacer".
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