Del caserío me fío
Puigdemont compareció dando la cara como lo hace un hermano empollón, o que por lo menos ha hecho los deberes
Resulta que Junqueras suspendió Presupuestos en junio, pero a la recuperación de septiembre se ha presentado Puigdemont. No como quien suplanta a su hermano gemelo para ver si da el pego, sino que, al tratarse ante todo de una cuestión de confianza, compareció dando la cara como lo hace un hermano empollón, o que por lo menos ha hecho los deberes. Acompañando a Puigdemont, salió del despacho del president en el Parlament el anterior president Artur Mas. Es decir, quien le dio la vez antes que la voz. Y se les unió, ya camino del hemiciclo, el consejero de Economía, Oriol Junqueras, y así se representó sobre la marcha una nueva forma de convergencia (de presidentes) y unión (de consejero).
La diferencia entre el president Mas y el president Puigdemont es de trazo y por tanto de estilo y por tanto abismal. En Mas la camisa siempre ha sido de un blanco nuclear, fascinantemente impoluto, atómico, y el traje sobriamente negro. Con Puigdemont la cosa cambia: camisa azul celeste, como en las láminas de la Purísima, y el traje, azul marinero en tierra de nadie. Mas es un monje blanco, austero y ascético pintado por Zurbarán. Puigdemont pertenece a un barroco más tendente a los angelillos. En Mas hay sufrimiento. En Puigdemont hay penitencia. Y esto es lo que vino a explicar Puigdemont a la sesión de este miércoles, que duró una hora exacta (el tiempo que se da a las visitas de compromiso).
La presidenta del Parlament, Carme Forcadell, abrió la sesión, Puigdemont subió al atril, se abotonó la americana andando, le preguntó al vicepresidente primero de la mesa, su compañero de partido Lluís Corominas, y bebió un sorbo de agua. Entonces es cuando empezó a repetir la palabra excepcional muchas veces. Resulta que todo lo que ocurre en estos momentos es excepcional, y así el president garantizó que el proceso irá de “excepcionalidad en excepcionalidad hasta la normalidad final”. Vía penitente, camino de perfección. Pero para culminarlo va a necesitar la confianza precisamente de los más desconfiados. De los que no se fían, para empezar, ni siquiera de este sistema en el que estamos atrapados. Puigdemont, como buen liberal, sabe que la confianza se sustenta sobre el dinero y viceversa, que el dinero es posible porque existe la confianza, y por eso ha conminado a los diputados de la CUP advirtiéndoles que para nada querrá su confianza si luego no le van a aprobar los presupuestos.
Desde la tribuna de invitados le contemplaban Artur Mas (a la derecha) que asentía y aplaudía como preguntándose si tal vez también esos aplausos hubieran tenido que ser para él, y el diputado en el Congreso Francesc Homs (a la izquierda), que todo el rato miraba el móvil, y permanecía para siempre cabizbajo igual que un campesino orante en un cuadro de Millet. Esto, visto desde la tribuna; pero desde el punto de vista de Puigdemont, Mas estaba a la izquierda y Homs a la derecha. Aristóteles dijo que hay que confiar en los sentidos. Al acabar, no había público jaleando ni esperando a las puertas del Parlament, no había nadie..., más que un solitario montón de coches oficiales recalentándose bajo el sol.ç
Javier Pérez Andújar es escritor.
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