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Espadas en las Arenas

Diario de un espadachín infiltrado en el 'flashmob' de 'Scaramouche' que se realizará hoy por la tarde en el centro comercial barcelonés

Jacinto Antón
El grupo de los nobles que combaten en la 'flashmob' de 'Scaramouche' (solo falta uno).El maestro Esperanza, a la derecha.
El grupo de los nobles que combaten en la 'flashmob' de 'Scaramouche' (solo falta uno).El maestro Esperanza, a la derecha.

Recibí con entusiasmo la propuesta de incorporarme al reparto de la flashmob, la acción sorpresa, de Scaramouche, que tiene lugar esta tarde en el centro comercial de las Arenas, en Barcelona, en sesión continua (pases 18h, 19h y 20h) para promocionar el musical de capa y espada de Dagoll Dagom que se estrena el día 23. Me pareció lógico: uno tiene, aparte de planta, su pedigrí de esgrimista, más aún después de veinte años de batirse el hierro en la Escuela Húngara y de aparecer en una novela de Arturo Pérez Reverte como maestro de armas (es cierto que ahí el escritor disparó por elevación). Cisquella y Bozzo, sorprendidos e incluso alarmados por mi ardor, me pusieron en manos del jefe de Producción, Rubens Piquer, que me recibió en los camerinos del Victòria y me miró inquisitivamente de arriba abajo como un sargento de marines o, ya que estamos, un reclutador de mosqueteros. Movió la cabeza. "Ya está todo el elenco cubierto, pero veremos qué se puede hacer". Entendí que eso significaba: "A ver dónde pongo al enchufado este que no moleste demasiado".

Como tengo experiencia en estas cosas —una vez hice de egipcio en una producción de Aida y mi discreción me proporcionó un empleo de escriba en vez de figurar de simple carne de triunfo— fingí humildad franciscana y sumisión. No me sirvió de mucho porque tras examinar sus papeles, Rubens masculló que me podrían hacer un hueco como miembro del pueblo revolucionario. Caramba, pensé, cómo hemos de vernos, suerte que la abuela que tanto temía a la columna Durruti ya no está. Y yo que me imaginaba haciendo del Marquis de Maynes, la espada más letal de Francia, flis, flis. Pregunté si al menos iba a ir armado. "Bueno, los del pueblo llevan palos, horcas, palas de panadero, esas cosas. Tragué saliva. Practique usted media vida la esgrima fina de sable para acabar dando garrotazos.

Al día siguiente fui a la prueba de vestuario en la tienda Época. Tenían burros —esos percheros grandes— con ropajes vistosísimos, incluso un uniforme de oficial de las SS, imagino que para otra producción. Pero lo que me dieron a mí eran prendas muy modestas, de gente humilde y oprimida. Me las probé cariacontecido. Parecía una mezcla de figurante de la Guerra dels Segadors y primo de Kropotkin. Por un momento me dio tanta rabia y humillación que me sentí capaz de tomar solo la Bastilla y comerme todo el brioche de Maria Antonieta.

Preparado para el último ensayo de la 'flashmob' de la obra de Dagoll Dagom 'Scaramouche'.
Preparado para el último ensayo de la 'flashmob' de la obra de Dagoll Dagom 'Scaramouche'.

Como soy esencialmente positivo pensé que me podía crear un papel a medida; yo sería como el propio André Moreau, el protagonista del Scaramouche clásico: un joven apuesto y educado (Stewart Granger) obligado a esconderme en los bajos fondos y el mundo de la farándula bajo un disfraz, aunque fuera de panificador. Más tranquilo con mi suerte de Tercer Estado me encaminé el día después a la sala de esgrima del SAM en Sarrià donde se celebraba la siguiente convocatoria. Igual me tocaba manejar la guillotina. Ya estaban ensayando. Una mezcla abigarrada de esgrimistas deportivos, profesores y alumnos, y gente variopinta (el simpático elenco de la flashmob) se tiraban estocadas entusiásticamente bajo la atenta mirada del maestro de esgrima que organiza los combates del Scaramouche de Dagoll Dagom, el gran Jesús Esperanza. Tardaron en fijarse en mí. Pero entonces Rubens me dio la buena noticia: ¡iba a ser noble! La verdad, es sorprendente que te ennoblezcan tan deprisa, vamos ni Arturo de Bretaña. Como uno es de natural ambicioso pensé si no me pondrían la jarretera. Detecté algunas miradas envidiosas. Acaba de llegar y ya es noble. Los hay que nacen con suerte, jo, etcétera. Enseguida me metieron a tirar. Tardé en pillar los movimientos. No era fácil y todo el mundo, para mi sorpresa, se manejaba con una maestría digna de la sala de armas de M. Bertrand des Amis, el Maître en fait d'Armes de la novela de Sabatini. La idea del flashmob, aprendí, era una serie de persecuciones y enfrentamientos en el centro comercial que culminarían en un duelo a esgrima múltiple entre nobles y representantes del pueblo armados. Mi papel consistía en reñir con un pueblerino y matarlo. No parecía muy noble precisamente, pero De Maynes también ensartaba al pobre Valmorin, que apenas sabía el uno-dos, y era marqués el tío. Mi contrincante, Natalia, resultó ser además una mujer. Le tiré unas estocadas. Difícil de roer. Me explicó que había participado de niña en los campeonatos de España de florete. Por suerte el guion exigía que cayese bajo mi espada, no sin antes haberme propinado una buena patada en los nobles bajos. Nacía una buena amistad.

El miércoles (y ayer) ya hubo ensayo hasta la madrugada en las Arenas. No voy a desvelar la acción, que es espectacular y entretenida, y en la que aparece el propio Scaramouche, pero corrimos arriba y abajo del amplio espacio echándolo todo, alguno incluso la cena. El encuentro con el vestuario definitivo fue glorioso. Más para mí que ascendía de clase social hasta otorgarme a mí mismo un marquesado. Louis-Hyacinthe, marquis d'Antoinette, libertino y depravado; ese es mi papel. "Joder tío, pareces Flotats", me soltó un colega noble cuando me acabé de vestir, con medias, pantalones, chaleco, casaca, gorguera de encaje y puñetas. Es verdad que estaba sensacional. Practiqué un acento de la Comédie soltando unas afectadas líneas del Bayaceto de Racine. "Esto va a ser grandioso", me dije para mis adentros. Desgraciadamente, no había pelucas para todos. Así que me repeinaron convirtiendo mis hermosas greñas en un copete y unos rulos. Ahora ya estaba depravado y feo. Me reconocerán enseguida: soy el que parece una versión ajada de la Pimpinela Escarlata.

Por contrato de confidencialidad, decía, no puedo describirles todo lo que va a pasar esta tarde, que es mucho y sangriento. Pero les adelanto que los nobles luchamos como señores. Y que yo muero —a traición-—antes de la lucha final. Quiero verlo como una oportunidad de lucimiento individual y la culminación de una vida aristocrática, pero me temo que es la forma en que se me sacan de encima para que el espectacular duelo final salga mejor. Ah, Scaramouche. ¡No se lo pierdan!

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Sobre la firma

Jacinto Antón
Redactor de Cultura, colabora con la Cadena Ser y es autor de dos libros que reúnen sus crónicas. Licenciado en Periodismo por la Autónoma de Barcelona y en Interpretación por el Institut del Teatre, trabajó en el Teatre Lliure. Primer Premio Nacional de Periodismo Cultural, protagonizó la serie de documentales de TVE 'El reportero de la historia'.

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