Cantaor o presidente
El artista de Badalona se vuelca durante dos horas y media en el primero de sus cuatro conciertos consecutivos en el Teatro Philips
Ahora que no nos ponemos de acuerdo ni con los husos horarios, llega Miguel Poveda y durante dos horas y 31 minutos se obra el gran milagro, el espejismo del consenso. Poveda no es de nadie y, de puro natural y sincero, nos lo hemos acabado apropiando todos. O todos los que no engrosan las filas del abstencionismo, porque la respuesta de ayer quedó lejos de aquellos llenazos de enero. No importa: bendito sea quien nos arrulló anoche en el Teatro Philips, sin que la dosificación formara parte de su vocabulario, y repetirá otras tres noches consecutivas. Con el pecho al descubierto y la sola arma de ese melisma celestial.
A don Miguel lo piropeaban anoche los flamencos de alcurnia y los payos de ciudad. Los caballeros perfumados y la chavalería de bermudas sin ínfulas. Las señoras que le guiñan el ojo y los hombretones que no lo encuentran guapo, pero sí resultón. Y Poveda, que es cuarentón (“soy del 73, hagan ustedes la cuenta”) y aún se nos antoja jovenzano, ese charnego tan murciano y tan de Sevilla, los engatusó a unos y otros. Haciendo bueno ese sortilegio tan suyo, y tan difícilmente alcanzable, de la universalidad.
No hay aquí sudor escatimado. Ni lenguas pendientes de rasurar. Miguel da la cara por Lorca (“después de 80 años, a Federico nadie lo calla”) y aporta a Anda, jaleo unos acentos tan sutiles que solo pueden ser cosa de Joan Albert Amargós, su docto arreglista, que en el tramo final fue destinatario por sorpresa de un homenaje en forma de vídeo conmemorativo. Envía “un cariñito” a Aute (al que nos sumamos), reivindica a Lole y Manuel, propina “un tirón de orejas a todos los malvados” y deja espacio a Chicuelo para que se enseñoree con su guitarra gigante. Puede discutirse su apuesta reciente por el soneto, una forma poética constreñida que, por derivación, imprime monotonía a su trasvase musical. Pero se engrandece con Gil de Biedma y alcanza la enormidad como flamenco (¡esas malagueñas!) y coplero.
El de Badalona es tan considerado como para incluir in extremis en el repertorio un tema de Juan Gabriel, Amor eterno, como tributo al recién desaparecido autor mexicano. No hay fronteras, geográficas ni estilísticas; solo las de la autenticidad y el buen gusto.Miguel sería presidenciable. Que corra la revelación, o la revolución, como la pólvora.
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