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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Teníamos razón

Las grabaciones entre Fernández Díaz y De Alfonso han mostrado la confesión de las fechorías de un Estado que castiga a toda la población para dañar al independentismo

Las razones del independentismo se han visto cuestionadas permanentemente y es bueno que haya sido así. Sin esa evaluación continuada no se habría llegado a las cifras que arrojan los últimos sondeos. ¿Cuánta gente quiere que Cataluña sea un estado independiente según el último CEO? Un 48% más o menos estabilizado, que en términos relativos roza el 53%, a pesar de que el camino se ha recorrido mal, sin planificación y con mil problemas. No está nada mal.

Si pese a todo se avanza es porque hay una previa sólida, puede que un tanto indefinible, pero sólida. Una mezcla de intuiciones y conocimientos que se cruzan con hechos y declaraciones. Sucedió con las balanzas fiscales, por poner un ejemplo. La vaguedad y la retórica de los números aguantó cierto tiempo, pero hoy, ni tan solo en el PP niegan la existencia del desequilibrio. Lo sabíamos pero hacía falta que los más prestigiosos economistas lo reconociesen. Pasó lo mismo con las declaraciones del ministro Wert sobre la voluntad de españolizar a los niños catalanes o con las de Ciudadanos a la hora de hacer explícita su voluntad de acabar de una vez por todas con la inmersión lingüística.

Con las grabaciones entre Fernández Díaz y De Alfonso, más de lo mismo. Lo sabíamos pero no teníamos la evidencia. Bueno, lo cierto es que nunca pensamos que podríamos tener una evidencia como esa, es decir, la confesión de las fechorías de un Estado que no duda en castigar a toda la población catalana si así puede perjudicar al independentismo. Aquel “les hemos destrozado el sistema sanitario”, fue de una sinceridad que sonroja. El “les” implica un nosotros y un ellos, la identidad de una dirección de la fuerza que por lo que vemos no ocupa a nuestros intelectuales españoles a la hora de hablar de nacionalismo.

El sistema sanitario, claro está, se puede sustituir por lo que les plazca, empezando por el citado Wert y el sistema educativo, continuando por el sistema de infraestructuras, el Centro de Telecomunicaciones o la gestión dolosa de RENFE. Cada sector controlado por el Estado debe tener un De Alfonso. La judicatura, después de que se haya reincorporado esta alhaja, muchos más que uno. Teníamos razón, esa clase de razón que no puede expresarse sin pesar.

También sabemos que es precisamente por eso que el PP ganaría otra vez si hubiese unas terceras elecciones. ¿Nos pasamos de listos? ¿De soberbios? No, hemos leído los diarios de sesiones del Congreso de hace decenios y las opiniones y las acciones son casi las mismas en todo lo que atañe a Cataluña. De hecho, son casi las mismas en todo lo que se refiere a España.

Por lo mismo, sabemos que el ansia catalanopaternalista de querer cambiar España desde Cataluña tiene un recorrido limitadísimo. El federalismo es un punto medio que nadie quiere. España se decide desde Madrid, y todo está atado tan corto que esas ansias rozan el ridículo, como sucede con el vodevil del CIE y el Ajuntament de Barcelona. Ese es el límite, pasar una nota por debajo de la puerta para que los guardias firmen el enterado y el ministro, otra vez, se tronche de risa. Lo sabíamos pero no porque seamos muy listos, es que está muy escrito, una y otra vez, una y otra vez. Antes de que se lo tragara Colau, se lo tragaron Pujol, Maragall y Montilla. Nada nuevo, más que cambiar España son ganas de sobrevivir en el Ayuntamiento de Barcelona, eso sí cargando contra el independentismo. También lo sabíamos, lo hemos visto antes y no pocas veces.

Por eso el nivel de independentistas no baja. Y por eso el Estado sigue promocionando a sus De Alfonso y a sus Fernández Díaz. Los necesita para seguir siendo el Estado. La derecha les reirá las gracias, los socialistas tienen su propio currículum de este tipo de personajes y Ciudadanos comparte fondo y incluso formas. Los comunes, ahí están, en su postureo, gustándose. Bertomeu ya compara la hoja de ruta con el totalitarismo, Raimundo Viejo utiliza vilmente a los muertos del accidente de Angrois para criticar a ERC y PDC y Domènech dice que quiere cargarse una inexistente patria noucentista. Sabíamos que acabarían así.

Lo que no sabemos, desde el independentismo, es cómo va a acabar el propio independentismo. Porque si conocemos el material de enfrente, imagínense el propio. En fin, que estamos al 50%, también pese al independentismo. Que tienen razón pero que en muchas ocasiones no saben usarla.

Francesc Serés es escritor.

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