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Villanueva de Sijena, un pueblo derrotado por la historia

La población oscense espera el retorno del patrimonio de su monasterio para resucitar un municipio en declive

Cristian Segura
Monasterio de Villanueva de Sijena (Huesca).
Monasterio de Villanueva de Sijena (Huesca).MASSIMILIANO MINOCRI

Jesús Saba, nacido en 1925 en Villanueva de Sijena (Huesca), enumera a los fusilados de la Guerra Civil. Saba se sienta en una mesa de La Bodega, el único restaurante del pueblo, propiedad de sus hijos. Ahí está en su memoria el cura que la avanzadilla de la columna Durruti dejó malherido y suplicaba que le remataran; aquel vecino que subieron a un camión a golpe de culata y que él, niño de 11 años, recuerda sobre todo porque vestía chaleco y lucía un reloj de bolsillo. También tiene presente la hoguera que hicieron con toda la madera y tallas de la iglesia. Saba no vio cómo quemaron la virgen románica de madera de Nuestra Señora de Sijena, icono del monasterio, para encender una estufa. “Utilizada por las milicias catalanas para encender una estufa”, dice un panel informativo del Gobierno de Aragón.

Sijena es un lugar derrotado por la historia. Todavía hoy lo es. Tiene 442 habitantes, un 16% menos que hace diez años, la mitad que hace un siglo. Los jóvenes buscan trabajo en Zaragoza, Barbastro, Huesca, Cataluña o la vecina Sariñena, capital de Los Monegros. Es un pueblo agrícola y deprimido pese a que fue uno de los centros católicos más importantes de la Corona de Aragón. En Sijena nació el genio humanista del siglo XVI Miguel Servet; hay una casa museo inaugura en 2002. Hoy es un núcleo de edificios de dos plantas que depende de una agricultura cada vez menos rentable. El punto de inflexión en la mentalidad sijenense fue el incendio que arrasó el monasterio en agosto de 1936 causado por “las milicias catalanas”. Siete vecinos, entre ellos el abuelo y el bisabuelo del alcalde, Ildefonso Salillas, salvaron 800 legajos del archivo y todas los objetos sagrados posibles. El bisabuelo Salillas cayó en una depresión, dejó de comer y murió poco después. La familia Salillas, picapedreros durante generaciones, trabajaban haciendo reformas para las monjas sanjuanistas; les esculpían las lápidas, las enterraban.

“Queremos que Sijena sea como Poblet”, dice un vecino

“Los catalanes” volvieron aquel 1936. Funcionarios de la Generalitat republicana capitaneados por Josep Gudiol se llevaron las pinturas murales que se salvaron del incendio. Jesús Saba dice que conserva en su mente la imagen de tres hombres hospedados en el hostal del pueblo, que habían colado en sábanas las pinturas del monasterio. “Los catalanes” volvieron en los 60, esta vez liderados por Ainaud de Lasarte, para finalizar el traslado del patrimonio del monasterio a Barcelona y a Lleida, explica Salillas llenando la mesa de plenos del Ayuntamiento con documentos del caso. El alcalde viste un polo de la selección italiana de rugby, habla acelerado. Son dos décadas reivindicando el patrimonio del monasterio; por fin ve la luz al final del túnel. Entre los papeles aparecen informes que le han servido para ganar el juicio: la carta de 1991 de la priora de las monjas sanjuanistas pidiendo a Jordi Pujol que devuelvan las obras porque no han recibido ni un duro de lo acordado en 1983. Cartas de la Diócesis de Lleida que exigen el control del patrimonio de Sijena; informes de técnicos del MNAC que detallan hasta cuatro traslados de los murales entre 1992 y 1993; desperfectos causados por las cagarrutas de las palomas dentro del museo; la oreja que Ramon Gudiol pintó a un águila románica, chapuza de la que el MNAC solo se dio cuenta en 1994 cuando fueron advertidos por un doctorando norteamericano.

Hermanas de Belén

Las Hermanas de Belén ocuparon el monasterio en 1985. Las sanjuanistas, pocas y envejecidas, se habían mudado a Valldoreix (Vallès Occidental). Las monjas de Belén solo abren el monasterio los sábados. En el pueblo lamentan su poca colaboración para promocionar el turismo. El alcalde cree que “a ellas les da igual lo de las obras de arte, no son de aquí y no quieres visitantes”. En el pueblo aseguran que la mayoría son francesas, aunque la monja que nos guía por el monasterio dice que la mayoría son españolas. La comunidad no quiere hacer declaraciones sobre el litigio. Nos muestran los pocos frescos que quedan y las tallas que ellas han esculpido para decorar el refectorio.

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El antiguo claustro, reconvertido en la guerra en cuadra para los caballos del Ejército, está inundado de agua. El monasterio se levantó sobre una laguna y cada tantos años hay que drenarlo. Los muros están marcados por la altura de las humedades. El monasterio está en obras por reformas; la sala capitular, donde deben exponerse los frescos del MNAC, está casi a punto para ser utilizada.

María Jesús Saba, la hija de Jesús, recuerda cuando de niña iba con su padre a los campos junto al monasterio, en el que se cobijaban si llovía: “Las sanjuanistas nos hacían regalos, cantábamos las novenas... Aquella relación se ha perdido”. María Jesús cuenta que cuando el monasterio abría más días, llegaban autocares. Su padre, a su lado, sigue contando historias: cómo el vigilante del monasterio descubrió a un hombre arrancando retablos para hacer leña: “El señor Benito frotó las maderas con unos ajos y aparecieron los dibujos. Aquel hombre entendió que aquello era arte”.

En la pastelería del pueblo, Inés y José quieren que vuelvan las pinturas porque son suyas. No han visto nunca las piezas de arte: “Solo faltaría que nos hicieran pagar por algo nuestro”. Mientras dan a probar magdalenas recién hechas, explican que el acontecimiento turístico más destacado en Sijena es un festival hippie que reúne a 2.000 personas en la sierra de Jubierre.

“Los catalanes lo quieren todo y no dan nada”, dice Inés al despedirse. Julio, albañil, con un hijo que estudia Derecho en Lleida, es el único que consume el mediodía del miércoles en el bar del Club Sigenense. Dos chicas colombianas detrás de la barra esperan la llegada de los socios. En la entrada hay un panel del Sindicato de Regantes de Lasesa con una oferta de trabajo colgada en 2013. “Queremos que Sijena tenga las mismas opciones que el monasterio de Poblet, nada más”, reflexiona Julio: “Antes compartíamos la Corona de Aragón con aragoneses, catalanes, valencianos, Baleares. Ahora en Cataluña hablan de la Corona de Cataluña y Aragón y quieren ser independientes. Pues nada, que cada uno se quede lo suyo”. Julio sí ha visitado el MNAC y el museo diocesano de Lleida. De las obras de Sijena en el MNAC, la que más le gusta es el retablo de la virgen que el Gobierno de Aragón no ha incluido en la restitución porque fue adquirido antes de la ley de patrimonio nacional de 1923.

Jesús Saba continúa con anécdotas de cómo el patrimonio de Sijena se ha difuminado como la piedra arenisca del monasterio: “El Obispo de Lleida vino con una cuadrilla, arrancó una puerta de la hostería de las monjas y se la llevó, sin más. Pero se la llevó el obispo, no los catalanes”. Salillas lamenta el cariz identitario del conflicto: “Yo estudié en Lleida, el 80% de mi familia vive en Cataluña. Yo no tengo nada en contra. Si los frescos estuvieran en otro museo, hubiera hecho lo mismo”.

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Sobre la firma

Cristian Segura
Escribe en EL PAÍS desde 2014. Licenciado en Periodismo y diplomado en Filosofía, ha ejercido su profesión desde 1998. Fue corresponsal del diario Avui en Berlín y posteriormente en Pekín. Es autor de tres libros de no ficción y de dos novelas. En 2011 recibió el premio Josep Pla de narrativa.

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