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Euforia bajo techo

Arcade Fire, una banda de multitudes, incendió Razzmatazz en un concierto exclusivo

Arcade Fire haciendo enloquecer el Razzmatazz.
Arcade Fire haciendo enloquecer el Razzmatazz.Albert Garcia

A un pueblo tranquilo llega una troupe de comediantes. Visten de colores, imaginativamente, como salidos de un cuento. Parecen saltimbanquis, alegres y desenvueltos, tanto que en vez de andar parecen saltar. Delante va uno que es alto grande y rubio y del que los más viejos del lugar dicen se parece a Rick, el anarquista de la serie “Els joves”. Nadie puede contarlos, son muchos y se cambian de instrumentos mientras miran como diciendo que los locos son los demás, los que les observan como bichos raros resistiéndose a su música. Esta troupe moderna, hecha con retales de tejidos y de sonidos, esta vuelta de tuerca al hipismo, esta guerrilla se llama Arcade Fire, una banda de festival, un grupo de multitudes que en la noche del martes se refugió en la intimidad de una sala bajo techo. Fue Razzmatazz y aquello fue una juerga.

Y más allá de la popularidad de estos saltimbanquis con aspecto de haberse fugado del Circo del Sol, es que sus canciones, carentes de intríngulis, están escritas para multitudes. Un dislate recurrente en el mundo de la música indica que las buenas composiciones son aquellas que pueden ser defendidas con una sola guitarra, lo que no resulta aplicable a las de Arcade Fire, que sólo vuelan cuando son empujadas por miles de gargantas, que sólo generan empatía compartidas, convertidas en un grito unánime. Buenas o no, sencillas seguro, son canciones de masas, tocadas por una épica en calzoncillos de aire campechano henchidas con uuuuhhhhh y oooohhhhhh que las connotan como himnos del despiporre. Imagínese la presión de unas canciones para estadio embutidas en una sala con apenas dos miles de personas. Eso se vivió en Razzmatazz. Jamás las huríes estuvieron tan cerca de los fieles.

Permanecieron así de cercanas una hora y media, tiempo para representar de manera equilibrada sus cuatro discos en el repertorio, en lo que fue un paseo por su cancionero más popular. Del inicial Ready To Start al postrero Wake Up, casi veinte temas nacidos para ser tarareados, bramados para más detalle. Sin excesiva parafernalia, apenas unos cabezudos y unos confetis de charanga popular en el tramo final para una banda que es en sí misma un espectáculo, algo así como unas milicias populares de la euforia y el desbarajuste, el concierto apenas tuvo altibajos y repartió sonrisas por toda la sala. Un lenitivo de fácil aplicación para tiempos complejos y cambiantes. La cara del payaso que siempre reconforta.

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