La actualidad sube a escena
A pesar de la supuesta polémica levantada por la zarzuela de Paco León, el teatro siempre ha tenido un componente político. Actualmente, una oleada de obras tratan el tema
La actualidad llegó a la zarzuela pero a algunos espectadores de zarzuela no les hizo demasiada gracia. Las funciones de ¡Cómo está Madriz!, dirigida por Miguel de Arco y protagonizada por Paco León, sufrieron frecuentes abucheos y pitidos y, el día que se lió más gorda, numerosas personas dejaron la sala (unos días antes ya lo había hecho el exministro y exalcalde Alberto Ruiz-Gallardón) y llegaron a interrumpir el espectáculo soplando silbatos. El motivo: la obra hacía sangre sobre algunos corruptos del día a día, como Rodrigo Rato o Luis Bárcenas, cosa que no gustó demasiado a algunos miembros del respetable, además en una escena del segundo acto se le practicaba una felación a un obispo que levantó ampollas en las butacas. “Esta disputa me ha producido mucha curiosidad”, dice Del Arco, “la propia zarzuela La Gran Vía comienza con una sublevación de las calles contra la municipalidad, nosotros hemos tratado de refrescar ese sentimiento satírico que hay en el original”.
Pero lo cierto es que, escándalos aparte, el hecho de que la coyuntura política,económica y social ha subido a las tablas es irrefutable y parece no tener freno. En grandes teatros pero sobre todo en salas alternativas, en premios como los Max y en festivales de creación como Surge o Frinje: desde el bofetón de la crisis los creadores parecen haber puesto el foco en la problemática de la realidad, y no solo en el mundo teatral, sino también en otras disciplinas artísticas como el cine, el arte plástico o la literatura.
Si hablamos de teatro comprometido tenemos que hablar del cooperativo Teatro del Barrio, en el que hay casi monocultivo de propuestas relacionadas con la actualidad política y social, a veces tan pegadas a lo que ocurre en las páginas de los periódicos que parece puro periodismo en escena, como en el caso de montajes como Ruz-Bárcenas o El Rey. Esta sala también albergó un hito histórico: la presentación al público, en enero de 2014, de un incipiente proyecto político que se llamaba Podemos, y más recientemente un pase de la obra que llevó a dos titiriteros a pasar unos días prisión preventiva. “La relación entre teatro y lo politico-social es natural e inevitable”, explica Alberto San Juan, uno de los promotores del espacio, “ya lo dice Hamlet: el teatro ha de ser espejo de la vida”. Eso sí, aquí aseguran no haber tenido problemas como los que tuvo la zarzuela de Del Arco. Sin ir muy lejos, dentro del también muy combativo barrio de Lavapiés, la Sala Mirador también explora estos caminos. No en vano en un mural de su patio se puede leer lo que se ha convertido en algo así como un lema: “Cuando el parlamento es un teatro, los teatros deben ser parlamentos”.
Obras como Ruz-Bárcenas o El rey tuerto (de Marc Crehuet, sobre la pérdida de un ojo de un ciudadano por un pelotazo de los antidisturbios) ya conocen versión cinematográfica. En los últimos premios Max el gran éxito La piedra oscura, de Alberto Conejero, dirigido por Pablo Messiez, se llevó cinco premios, un montaje en torno a las víctimas de la Guerra Civil olvidadas en la cunetas, mientras que No nos mataremos con pistolas, de Víctor Sánchez, fue el premio al espectáculo revelación, al hilo de la generación perdida tras la crisis. Sánchez ha estrenado una nueva obra, A España no la va a reconocer ni la madre que la parió, que proyecta paralelismos entre la situación actual y la ilusión (y el desencanto) de Transición española. “Antes de la crisis el teatro político no estaba bien visto: o tenía una alta densidad semiótica e intelectual, o era considerado panfletario”, dijo entonces Sánchez a este periódico, “aquel desprecio era consecuencia de la llamada Cultura de la Transición que vino a despolitizar la cultura y hacerla inofensiva y ornamental. Ahora se ha superado el Régimen del 78 y creo que el teatro tiene que incluir lo político como una faceta más, e importante, de la vida”.
Al transcurso de sus cuatro ediciones (en julio comienza la quinta), en el festival Frinje han ido percibiendo un mayor protagonismo de los temas políticos y sociales. Ya en la pasada edición crearon una categoría para este tipo de temáticas, este año la relación con la actualidad ha sido uno de los criterios fundamentales para el comité de selección. “Como hemos detectado un mayor peso de este tipo de propuestas en nuestra convocatoria, nosotros también hemos decidido poner el foco ahí”, dice la coordinadora artística Marion Betriu, “al fin y al cabo nuestro trabajo es reflejar el tono de lo que se está creando en estos tiempos”. En el festival se tocarán temáticas como la libertad de expresión y el atentado contra Charlie Hebdo (Tres días sin Charlie, de Nuevenovenos), el estilo de vida de los lobistas en Bruselas (Europe Endless, de Ana Cembrero Coca) o los desmanes de un proyecto urbanístico en un barrio de Bogotá (Testigo de las ruinas, de los colombianos Mapa Teatro). El martes 28, Día Mundial del Refugiado, se representará en Matadero, dentro de la programación del Teatro Español la obra Elegy, de Douglas Rintoul, y dirigida por Carlos Alonso Castellano, inspirada en las vidas de refugiados iraquíes en Siria.
¿Auge del teatro político? Habría que matizar: “Hay mucho teatro social, pero no es cierto que el teatro político abunde”, dice el César de Vicente Hernando, coordinador del Centro de Documentación Crítica y experto en teatro político. ¿Las diferencias? “El teatro social muestra las consecuencias de las estructuras de dominación y opresión, mientras que el teatro político ataca directamente esas relaciones”. Por ejemplo, según explica el experto, hablar de desahucios es teatro social, hablar del mecanismo de las hipotecas, teatro político. El tema de los refugiados entraría dentro de lo social, la naturaleza de las leyes de extranjería, dentro de lo político. Algunos de los autores que han practicado este teatro que va a la médula del sistema podrían ser Bertol Brecht, Peter Weiss, Heiner Müller o Erwin Piscator.
“Creo que hemos espabilado como sociedad civil”, dice Miguel del Arco, “cuando no había tantos problemas hemos vivido algo adocenados y silenciados. La crisis ha servido para hacernos reflexionar, y el teatro ayuda a esa reflexión”. Está por ver si, en el caso de que alguna vez volvamos a conocer la bonanza, la cultura perderá parte de esta conexión con las miserias que nos aquejan.
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