Pasarela Bellini
Buenas voces y discutible montaje de 'I Capuleti e i Montecchi' en el Liceo
Vuelve al Liceo tras 31 años de ausencia I Capuleti e i Montecchi, tragedia lírica en dos actos de Vincenzo Bellini que, a pesar de su encanto melódico, nunca ha acabado de encontrar su sitio en el gran repertorio. Escrita en apenas seis semanas -La Fenice de Venecia le pidió con urgencia una nueva ópera para ser estrenada en el Carnaval de 1830-, la notable partitura seduce con melodías elegíacas en las que el tiempo parece detenerse. Pero la supervivencia de esta curiosa versión de la tragedia de Romeo y Julieta, cuyo libreto, obra de Felice Romani, bebe de fuentes literarias anteriores al célebre drama de Shakespeare, no ha sido fácil, condenada a vivir a la sombra de obras maestras como Norma, La sonnambula e I puritani, y a sufrir el capricho de mezzosopranos en busca de gloria en el papel travestido de Romeo.
Siendo una ópera de voces, con un estilo más próximo al belcantismo rossiniano que a la plenitud romántica que se intuye en algunas escenas, el Liceo ha cuidado los repartos, sorteando en esta ocasión con buena fortuna los efectos de la plaga de cancelaciones que azota la temporada: conseguir los servicios de Joyce DiDonato para sustituir a Elena Garanca es mérito de coliseos de primera categoría. La famosa mezzosoprano de Kansas se llevó con justicia los más sonoros aplausos de la velada; no tiene los graves que exige el papel de Romeo en los episodios de mayor bravura, pero compensa esta carencia con la expresividad y emotividad de su canto, buen gusto en la ornamentación y un legato de ensueño.
I Capuleti e i Montecchi
De Bellini. Libreto de F. Romani. Intérpretes: Joyce DiDonato, mezzosoprano. Patrizia Ciofi, soprano. Antonio Siragusa, tenor. Marco Spotti y Simón Orfila, bajos. Coro y Orquesta Sinfónica del Gran Teatro del Liceo. Riccardo Frizza, director musical. Vincent Boussard, director de escena. Coproducción: Ópera de San Francisco y Ópera Estatal de Baviera (Múnich). Gran Teatro del Liceo, Barcelona, 17 de mayo.
Los dúos con Giulietta fueron lo más memorable de la velada, musical y vocalmente, en plena sintonía con la soprano italiana Patrizia Ciofi, que recreó a la desdichada heroina con suma delicadeza y refinados matices; hay que quitarse el sombrero ante su aplomo; obligada por una absurda dirección de actores a cantar en posturas imposibles, bien encaramada a un lavabo, bien haciendo equilibrios al borde de un precipicio. No parece fácil, en esas circunstancias, la búsqueda de emociones a través del canto, pero encontró ayuda en la equilibrada dirección musical del italiano Riccardo Frizza, debutante en el Liceo y en pleno ascenso internacional. Mostró buen oficio, dominio del estilo y seguridad en una concertación que sacó buen partido de la orquesta y algo menos del coro, algo desajustado en las partes internas. El rendimiento de las tres voces masculinas que completan el reparto fue : con el tenor italiano Antonio Siragusa como Tebaldo de voz muy ligera y los acentos rotundos de dos bajos - el italiano Marco Spotti y el menorquín Simón Orfilam en los papeles de Capellio y Lorenzo).
Sin ser nada del otro mundo, el montaje de Vincent Boussard - una coproducción de la Ópera de San Francisco y la Ópera Estatal de Baviera (Munich) que se llevó algunos abucheos- tiene escenas plásticamente bellas, muy bien iluminadas, pero resulta algo cargante en su afán de enmarcar constantemente la acción con gestos y posturas que, en lugar de excitar las pasiones de los personajes, nos invita a contemplar su fatal sino en una especie de pasarela concebida para lucimiento del vestuario del diseñador francés Christian Lacroix, un lujo tan caro como perfectamente prescindible.
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