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Seseña aún vive con mascarilla

El humo continúa acosando el barrio de El Quiñón y muchas casas permanecen cerradas a cal y canto, como el colegio

Una madre y su hijo caminan este martes con mascarillas por El Quiñón, en Seseña.Vídeo: Claudio Álvarez / EL PAÍS VÍDEO

El Quiñón es un barrio fantasma de Seseña (Toledo) en el que emergen bloques de ladrillos con ventanas cerradas a cal y canto. No se necesita mucho tiempo para percibir lo que está pasando: una lengua de humo se alza sobre los tejados y, en sus anchas y verdes avenidas, los pocos vecinos que se han atrevido a salir a la calle van provistos de una mascarilla para mitigar el mal olor que inunda la zona desde el viernes. Esa madrugada comenzó a arder el vertedero de neumáticos instalado a pocos metros de las viviendas construidas por Francisco Hernando, El Pocero. Las autoridades aseguran que los parámetros son normales, pero muchos residentes recelan. Quien no ha abandonado su hogar, se protege. La mayoría afirma tener miedo, pero todos sin excepción tienen una preocupación mayor: la incertidumbre. No saben qué va a pasar a partir de ahora, pero sí piensan lo que van a hacer: luchar para que desaparezca el cementerio de neumáticos y mejorar el lugar en el que viven.

Josefina Medrano, de 52 años, se marchó el viernes a primera hora a Madrid para trabajar. No advirtió lo que estaba sucediendo a pesar de que vive a escasos metros del foco del incendio. "En el autobús hablaban de que se habían quemado los neumáticos, pero yo pensé que eran los de un coche que habían robado". Josefina ignoraba que al lado de su casa había un vertedero de neumáticos. Lleva apenas una semana viviendo en El Quiñón. "Me llamó mi hija al trabajo. Me dijo que se estaba quemando mi pueblo. Yo le aseguré que no tenía nada que ver". Ahora ironiza, pero al principio se asustó. Pensó que nunca más volvería a su casa. Aquella noche durmió en Madrid, en la vivienda que su hija tiene cerca del Estadio Vicente Calderón. El sábado volvió porque en Seseña tiene todas sus pertenencias. Notó el olor ya por la tarde y porque había cambiado la dirección del aire. El peor día, subraya, fue el domingo por la tarde. "No se podía respirar".

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Desde las últimas plantas de los pisos de la calle de Domenico Veneciano se avista todo aquello que ha arrasado las llamas. Una isla negra rodeada de jardines y árboles de media altura. Sonia Heche, de 43 años, ocho en su casa de El Quiñón, acaba de barrer el balcón, pero las cenizas han vuelto a tomar el pavimento. La mujer señala los rescoldos del fuego. "Esto no es nada, el viernes era un infierno". Su hija se marchó a la playa con los abuelos. Ella, su hijo y su pareja abandonaron su hogar para marcharse a casa de unos familiares. Al principio vivieron el incendio con miedo, pero con las informaciones que han ido apareciendo se han tranquilizado. "Creo que no nos engañarán". Denuncia que lo que ha ocurrido en el vertedero se veía venir y explica cómo estos días han padecido el mal olor a ratos. También les ha picado la garganta y los ojos. "El sábado, cuando nos enteramos que podíamos volver, volvimos. Estar fuera es un trastorno". Si algo ha cambiado el incendio, afirma, es que, a partir de ahora, los vecinos piensan luchar para mejorar las cosas.

La zona va recobrando poco a poco la normalidad. El colegio del barrio aún permanece cerrado, pero los negocios han reabierto sus puertas, aunque no gozan de gran afluencia. Solo unos cuantos valientes se atreven a salir de su vivienda. "Van de casa al trabajo y del trabajo a su casa. No salen si no es necesario", ha remarcado Jesús Gutiérrez, portero de uno de los bloques de pisos. En la calle de El Greco la familia Zho ha vuelto a levantar el cierre de su restaurante chino después de tres días. Susana, de 18 años, sostiene que cerrar el comercio les ha ocasionado notables pérdidas económicas. "No venía nadie y, además, nos informaron de que era peligroso que los clientes se llevaran la comida que preparamos". La clínica de fisioterapia Philes, sin embargo, apenas ha notado las consecuencias del fuego. "El viernes cerramos todo el día porque no se podía respirar. El lunes reabrimos como un día normal y las citas que cancelamos fueron porque los clientes estaban fuera al ser festivo", explica Philippe Muñoz, director del centro.

Preguntas sin responder

Para otros, como Paloma Álvarez, abandonar su casa no fue una decisión, sino más bien una imposición. "El incendio me ha trastocado mucho porque he tenido que cambiar los planes. Me he tenido que ir varios días a casa de un familiar porque no podía estar en mi propia casa". Ella y su familia viven con miedo. "No sabes si van a limpiar todo, si los niños van a poder volver al colegio o ir al parque, si van a desinfectar... Son muchas preguntas que nadie responde". La joven, que además de vivir en el barrio trabaja en él como jardinera, no se despega de su mascarilla: "La llevo porque todavía no creo que los niveles del aire sean correctos. Lo que no se ve es lo que te afecta. Mi día a día va a ser llevar la mascarilla siempre que salga a trabajar. No voy a salir siempre que no sea estrictamente necesario".

El depósito de neumáticos de Seseña seguía ardiendo este martes.
El depósito de neumáticos de Seseña seguía ardiendo este martes.Claudio Álvarez

Este martes ha llegado un medidor portátil de calidad del aire desde Extremadura. Al frente de él está Martín Bastos, jefe de Sostenibilidad de la Consejería de Medio Ambiente en esa región. "Estos equipos miden los parámetros que determinan la calidad del aire y los compuestos que se originan en la combustión. Si las mediciones continúan así, los vecinos no tendrían problemas". Sin embargo, la furgoneta con los equipos está a medio kilómetro del epicentro del fuego, por lo que Bastos advierte: "Si estás más cerca del foco, hay que tener más precaución. Todo depende, además, de la dirección del viento". 

Luzdani Pulgarín, una vecina, asegura que "es una incertidumbre porque no sabe uno qué va a hacer". A su lado, Adalipsa Rivas le complementa: "No sabemos cuándo va a parar esto y si nos va a traer enfermedades. Eso es preocupante". Olga Villegas, jefa del Servicio de Control de Calidad Ambiental de Castilla-La Mancha, intenta tranquilizar. "El olor se percibe, si les molesta pueden cerrar las ventanas, pero respecto a valores objetivos de emisión, todo está correcto".

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