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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La ruta del sol y Jordi Évole

Fue y sigue siendo ‘el follonero’, nacido en Cornellà. Él y su equipo han hecho programas cruciales sobre asuntos tan calientes como turbios de la democracia española

Jordi Gracia

Como en todos los iconos mediáticos, en Jordi Évole se concentran más enigmas que certezas porque es precisamente la hiperexposición pública la que multiplica las máscaras. Un periodista norteamericano que hoy vive encerrado en un austero despacho de Manhattan con una máquina de escribir analógica y un corcho para pinchar noticias y papeles, lleva dedicados unos doscientos años de su vida reciente a investigar palmo a palmo el recorrido vital del presidente norteamericano Lyndon Johnson, el sucesor de Kennedy desde 1963. Acaba de contar algunas cosas sustanciosas sobre su método en la Paris Review.

He visto sólo un segmento breve en un enlace de Internet, gracias a Marc Bassets, pero ha sido muy suculento: sin el carburante de la imaginación los hechos son planos e incapaces de capturar la dimensión más integral de ese sujeto nacido en Texas que un buen día desembarcó como ayudante de un senador en las oficinas del Capitolio. Cada mañana llegaba, jovencísimo y muy pobre, a su lugar de trabajo acelerando el paso hasta literalmente arrancar a correr, quizá por la impaciencia de ponerse manos a la obra cuanto antes, quizá persiguiendo el sol como en su Texas natal, quizá persiguiendo el Capitolio encendido de sol como metáfora del poder. Allí, en Estados Unidos, están a la espera del quinto volumen de esa biografía, y este último ha de abarcar su presidencia hasta 1969.

Sin ánimo de calcular las páginas que podrá tener la futura biografía de Jordi Évole, habría que dedicarle un capítulo extenso a su prehistoria informativa, o a la etapa en que Évole no informaba sino que reventaba informativos en un programa de Andreu Buenafuente. Era entonces el follonero, nacido en Cornellà, y yo creo que sigue siendo follonero y de Cornellà. Entre él y su equipo han ido colocando en La Sexta algunos programas cruciales para pespuntear asuntos tan calientes como turbios de la democracia española de los últimos veinte años. Porque la apariencia de programa de actualidad que tiene Salvados es perfectamente engañosa: detrás de casi todas las entregas, hay al menos veinte y hasta treinta años de historia democrática.

Los hay en la entrevista dulce y estrangulada a Otegi y los hay en el reportaje doloroso sobre el silencio en el Liceo, antes de quemarse y mientras se quemaba. A Otegi no le convino hace años ni le conviene hoy el repudio frontal de los asesinatos de ETA y en el Liceo no murió nadie cuando se quemó. El primero no mató pero disculpó una y otra los asesinatos; entre los responsables políticos del Liceo nadie salió malparado pese a la irresponsabilidad manifiesta de mantener las funciones sin las mínimas garantías de seguridad. El primero pasó por la cárcel varios años, entre los segundos nadie ha visto la cárcel.

No son comparables ambos casos pero sí lo son los efectos de sus respectivas responsabilidades, cada uno a su escala y cada uno en función de sus hechos. La absolución de culpas jurídicas para los responsables del Liceo, dijese lo que dijese el fiscal solitario, no tiene proporcionalidad alguna con sus negligencias calculadas e interesadas, mientras puede tenerla o no la condena a Otegi, pero la justicia actuó contra él tanto si contribuía como si no contribuía a acercar el final de ETA.

Évole ha escrito en El Periódico hace unos días que por muy depre que se sienta la gente, no debería pasar de votar el 26 de junio pese a la frustración galopante y los acuerdos de blindaje. Lo digo con sus palabras aunque sin entrecomillar. No sé si sale corriendo del metro acelerando el paso cada vez más hasta ponerse a correr para llegar antes a la redacción, como hacía el jovencísimo Johnson de sus primeros días como currela en Washington, pero sin duda su función sigue siendo irremplazable a día de hoy para iluminar con una mirada callada, refrescante, valiente y perspicaz los problemas del pasado, mientras se pone el sol en estos días de desengaño.

Las brumas han empezado a disiparse cuando Pedro Sánchez avisaba el sábado de que en ningún caso pactará un acuerdo de gobierno con el PP tras el 26 de junio. El sol es tenue todavía pero va saliendo por detrás de las lomas: quizá habría que empezar a acelerar el paso o los pasos en esa dirección.

Jordi Gracia es profesor y ensayista.

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Sobre la firma

Jordi Gracia
Es adjunto a la directora de EL PAÍS y codirector de 'TintaLibre'. Antes fue subdirector de Opinión. Llegó a la Redacción desde la vida apacible de la universidad, donde es catedrático de literatura. Pese a haber escrito sobre Javier Pradera, nada podía hacerle imaginar que la realidad real era así: ingobernable y adictiva.

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