_
_
_
_
_

El incesante chabolismo de Poble Nou

Las 46 personas desalojadas esta semana de las naves de la calle Pamplona subsisten durmiendo en la calle o en furgonetas

Alfonso L. Congostrina
La nave de la calle Pamplona desalojada esta semana.
La nave de la calle Pamplona desalojada esta semana. Albert Garcia

Los bomberos sofocaron, la madrugada del pasado 24 de abril, un incendio en un asentamiento de barracas de la calle Joan d’Austria de Barcelona. Nadie sabe cómo se produjo el fuego. Una de las personas que dormía entre cartones resultó herida y trasladada al Hospital del Vall d’Hebron. Los servicios sociales del Ayuntamiento atendieron al resto de chabolistas. Ninguno pidió que lo realojaran. Ahí siguen, escondidos entre cartones y maderas, una decena de rumanos que cada mañana toman el pulso a la ciudad armados con carros de supermercado en busca de chatarra.

La red de apoyo de asentamientos de Poblenou asegura que en este barrio barcelonés sobreviven dos centenares de personas en unos sesenta asentamientos, barracas o pisos ocupados.

Si alguna vez alguien pudo aspirar a ser feliz en una chabola, no fue esta semana. El miércoles la Guardia Urbana desalojó el asentamiento donde vivían 46 personas en unas naves de la calle Pamplona, en Poblenou. Un lugar ocupado desde hace ocho años y parcelado en barracas. Un submundo que esta semana se ha empezado a demoler.

"Los asentamientos no desaparecen por arte de magia”

Cuatro personas perdieron la vida tras arder una chabola a principios de abril de 2012 en la calle Bilbao. Manel Andreu, uno de los representantes de la red de apoyo de asentamientos de Poblenou, asegura que esas muertes evidenciaron un problema que su entidad llevaba estudiando desde 2010. En julio de 2013 se desalojó una nave en la calle Puigcerdà donde vivían cerca de 350 personas. “Ya no tenemos asentamientos tan grandes”, informa Andreu. “La gente que vive en asentamientos no desaparece por arte de magia, se reubica en otros lugares cuando les desalojan, ahora están en la calle, furgonetas, bajo los puentes o en pisos ocupados y sobreocupados”.

“No he visto ni un gato y, sí muchas ratas”, explica uno de los operarios encargados de la demolición. A su alrededor montones de maderas, hierros, restos de colchones y ruinas de la pura miseria. “Hemos sacado ocho camiones de basura y necesitaremos ocho más”, anuncia. El lunes empezará el derribo. “Será complicado, esta gente vivía con tejados de uralita hecha de amianto”, susurra mientras señala, con secretismo, al veneno del tejado.

Fuera de las naves, a 20 metros de la puerta, Raguan, un joven marroquí, hace las funciones de alcalde de este submundo. “Sólo vivíamos hombres, la mayoría marroquíes, tres argelinos y siete subsaharianos”, informa. Mientras, en una fuente de la calle Tanger uno de los exhabitantes de las naves limpia, sin jabón, un pantalón repleto de grasa.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Mohamed Bellache es un argelino de casi 70 años. No deja de temblar. Era el chatarrero de mayor edad de las naves de la calle Pamplona. Ahora duerme sobre un cartón a unos metros del lugar que ha sido su hogar los últimos tres años. Bellache llegó a España hace 26 años, trabajó en el campo en Zaragoza. Sus manos son duras y están quemadas. Gajes del oficio, antes de vender el cable hay que chamuscarlo, quitar el plástico y entregarlo limpio “lo pagan mejor”. Mustapha Aitec es un marroquí de 56 años que también se ha quedado sin techo. Llevaba un año viviendo en la nave. “Yo vendía en el mercado pero llegó la crisis y no tuve otra solución que la chatarra”, recuerda. Desde el pasado miércoles duerme en una furgoneta. “No la muevo, no he pagado el seguro y la ITV está caducada; si me la quitan tendré que dormir en la calle”, lamenta.

Raguan recuerda la primera noche del colectivo dentro de las naves. “Nos dio las llaves un señor que se fue porque no podía pagar el alquiler”. Algunos vecinos de la zona comentan que se alquilaban las barracas construidas dentro de las naves. “No es cierto, lo que pasa es que sólo queríamos a gente buena y que no diera problemas”, sentencia el joven que ejercía como primer edil.

El Ayuntamiento justifica el desalojo porque en el lugar había un peligro real para las personas. El pasado miércoles, cuando la Urbana les echó, sólo había 20 personas. Cuatro pidieron ser realojados unos días por los servicios sociales del consistorio. “No nos dan ninguna solución, iremos a otras barracas, a pisos ocupados”, lamenta Raguan, del asentamiento de la calle Pamplona dentro de unos días no quedarán paredes.

A muy pocos metros de allí. En un pequeño solar próximo que sirve de aparcamiento el tanatorio de Sancho de Ávila sobreviven otras seis personas en barracas. “Somos familia de las que viven en Joan d’Austria”, informa una joven rumana. “Llevamos tres años viviendo aquí, nadie nos ayuda”, lamenta el compañero sentimental de la mujer. Ningún menor vive aquí. “Tenemos familias que tienen pisos y allí están”, informan mientras vuelven a recordar el fuego que hirió a uno de los chabolistas el pasado fin de semana. Uno de los tejados está construido con un póster publicitario de unos conocidos almacenes de electrodomésticos. “Enhorabuena, has encontrado los mejores precios”, reza el cartel. Al lado, uno de los habitantes carga con un termo eléctrico oxidado. “El mejor de los días puedes ganar seis o siete euros”, sonríe.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_