Terrorismo y ciudad
El concejal de Seguridad de Madrid apuesta por un trabajo comunitario, también policial, basado en la interculturalidad, la integración social, los derechos humanos y el reconocimiento recíproco
El 22 de marzo, Bruselas se vio azotada por el terror, una experiencia ya conocida, también desafortunadamente, en nuestra querida Madrid y en otras ciudades europeas.
Los expertos en lucha antiterrorista se preguntan cuáles son las herramientas policiales más efectivas para combatir esta lacra. Nadie duda de la necesidad de unos servicios de inteligencia bien dotados y formados en materia de terrorismo. Sin embargo, llenar el centro de las ciudades o las infraestructuras claves de policías y de militares, como ha ocurrido en Bruselas en los últimos meses, aunque pudiera tener un determinado efecto disuasorio, por desgracia no ha eliminado las posibilidades de un atentado.
El parlamento francés decretó el Estado de emergencia tras los atentados de París del 13 de noviembre, otorgando poderes especiales a sus fuerzas de seguridad, algo que fue criticado por diversas organizaciones de Derechos Humanos del país vecino. El propio primer ministro, Manuel Valls, ha llegado a afirmar, tras los atentados de Bruselas, que "estamos en guerra", una lógica política que, a mi entender, tiene el riesgo de promover determinadas réplicas de carácter islamófobo, por un lado, y eurófobo, por otro, nada útiles. Generar, en definitiva, un clima de guerra, puede alimentar actitudes detestables, por generalización sobre la composición del "bando enemigo".
Hace pocos días conocimos los datos aportados por ‘Global Terrorism Database’ según los cuales el 87% de los atentados perpetrados por organizaciones terroristas islamistas entre 2000 y 2014 se produjeron en países donde la mayoría de la población es musulmana y fue víctima de los mismos. Estos datos nos invitan a reflexionar acerca de esos discursos islamófobos que tratan de señalar a los miembros de la comunidad musulmana como verdugos o, por generalización, como cómplice de los mismos.
Asimismo, en línea xenófoba, estas narrativas hablan de atacantes procedentes de otros lugares del mundo, lo cual parece cuanto menos cuestionable. En el caso de los atentados de París, independientemente de sus vínculos con el Estado Islámico, los terroristas habían crecido o incluso nacido en ciudades europeas. De los tres atacantes de la sala Bataclan de Paris, dos lo habían hecho en una banlieue parisina y el otro en una pequeña localidad francesa, lo que lleva a preguntarnos cómo perciben la ciudad en la que han crecido y habitado.
Son ya muchas décadas y diferentes modelos de políticas que han apostado supuestamente por la incorporación de la población migrante a las sociedades europeas, sin embargo, algo no está funcionando cuando vemos que las mismas no han podido parar ni el crecimiento del aislamiento y la exclusión social, ni han podido cortocircuitar la ruptura del vínculo social y del sentido de pertenencia que todos hubiésemos deseado.
Se han dado una desafección y desconfianza por parte de un sector de la población migrante hacia la sociedad de acogida que, unido a la falta de oportunidades reales, se ha traducido en la proliferación de formas de vida que, en muchos casos, atraviesan los márgenes de lo legal. Es decir, si los procesos de interacción, de participación social, de formación, de apertura al mercado laboral no me facilitan una conexión con los otros como reconocimiento en condiciones de simetría, al final seré yo y mi propia comunidad quienes procuraremos estructuras de sentido, de pertenencia y de seguridad y al margen de los poderes públicos. Por ello, va a ser central que nuestros barrios y sus comunidades no se conviertan, desde el aislamiento, en la ausencia de oportunidades reales, la marginalidad o el acoso, en caldo de cultivo de fundamentalismos de cualquier índole que pretendan legitimar actitudes y prácticas violentas en las y los jóvenes que los habitan.
En Madrid, queremos apostar por poner en valor la diferencia, es decir, por construir sociedades interculturales en las que la población de origen migrante no viva en guetos aislados, sin conexión e interacción con el resto de la población, sino que queremos crear espacios de intercambio cultural, espacios en los que la interacción posibilite la construcción de identidades híbridas. Se trata de conocer al otro, de reconocerlo en condiciones de simetría y, lo más importante, de convivir con él.
Si el otro en su diferencia, es concebido como una riqueza y no como una amenaza será mucho más fácil la cooperación con él y el beneficio mutuo. Una sociedad intercultural que interacciona desde el respeto y reconocimiento del otro, permitirá que todos sus componentes, independientemente de su identidad cultural de base o su creencia religiosa, la puedan defender. Y muy posiblemente esta será nuestra mejor protección antiterrorista en el medio plazo.
El pasado jueves presentábamos el Plan Director de la Policía Municipal de Madrid, que tiene como eje transversal el concepto y la experiencia de policía comunitaria, política basada en organismos internacionales como la Organization for Security and Cooperation in Europe (OSCE), en su documento "Prevención y lucha contra el extremismo violento y la radicalización que conducen al terrorismo: Un enfoque de fuerzas policiales comunitarias". La lucha contra el terrorismo tiene, por tanto, a nuestro entender, dos ejes fundamentales: un Servicio de Inteligencia potente y actualizado, que corresponde organizar al Estado; y un trabajo comunitario, también policial, basado en la interculturalidad, la integración social, los derechos humanos y el reconocimiento recíproco, que permita que la ciudadanía sienta que esa ciudad que habita sea un lugar a promover y a proteger.
Javier Barbero es el concejal de Salud, Seguridad y Emergencias del Ayuntamiento de Madrid.
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