_
_
_
_
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Nunca sabes lo que te tocará vivir

Perdida el alma europea, se impone la pulsión del repliegue. Y cada Estado busca refugio en las viejas reliquias del nacionalismo más tradicional

Josep Ramoneda

1. André Glucksmann cuenta en Una rabieta infantil como el 26 de junio de 1979, Raymond Aron y Jean Paul Sartre, después de treinta años de enemistad se presentaron juntos al Elíseo para pedirle al presidente Giscard d’Estaing que interviniera para salvar a los boat people, los vietnamitas que arriesgaban su vida en el mar para huir del nuevo régimen comunista. Giscard les escuchó atentamente y provocó la más absoluta perplejidad cuando les preguntó: “¿Por qué huyen?” Al salir del decepcionante encuentro —todo lo que hizo Giscard fue ofrecer mil visados—, en la escalinata del Palacio, Aron le dijo a Glucksmann: “Han olvido que la historia es trágica”. Y, ya en el coche, Sartre expresó la misma sensación, “aunque en términos más vivaces, más terrenales y más hirientes”. ¿Lo han olvidado o no quiere saberlo?

Los tiempos cambian. La figura del intelectual comprometido, tan francesa por otra parte, ha decaído, sustituida por el experto (portador de la verdad científica que hace inútil el debate político) o por la estrella mediática, a la que los líderes acuden reverencialmente pensando que así se ganan el favor del público. Pero si en alguna de las grandes cancillerías europeas pudiera darse una visita de este calibre para recordarle al gobernante correspondiente que los refugiados sufren y mueren, podría saldarse con una respuesta parecida a la de Giscard. La pérdida del sentido trágico deshumaniza la política. Entre las cosas que hay que reprochar a la modernidad es haber alimentado la idea del progreso inexorable de la historia hacia el happy end, habernos proyectado en un horizonte teolológico que permitía convertir las peores atrocidades en astucias de la razón o simples tropiezos en el camino.

La política democrática ha perdido definitivamente el alma al entregar la legitimación a los expertos —que pretende reducir los negocios de los hombres a fenómenos de la naturaleza— negando las contradicciones de la vida en sociedad, que dan sentido a la democracia. Y sólo desde la arrogancia del saber técnico se pueden imponer políticas salvajes de austeridad, capaces de provocar enormes fracturas en la sociedad, sin inmutarse. ¿Por qué se sienten mal los que han perdido la mitad de su salario? ¿Por qué huyen los refugiados? Cuando se pierde el sentido trágico de la historia, la humillación se convierte en modo natural de la política. Avishai Margalit nos recordaba que una sociedad decente es aquella en que los gobernantes no humillan a los ciudadanos. El trato a Grecia durante las negociaciones de 2015 y el intento, condenado al fracaso, de deportación de refugiados a Turquía quedarán como iconos de esta incomprensión del mundo que Aron y Sartre denunciaban. China ha pasado del comunismo al capitalismo de estado sin conceder un breve paréntesis a la democracia. ¿Es esta nueva forma de despotismo asiático nuestro destino?

2. La ciudadanía está salvando el honor de la democracia. El novelista Pierre Maertens transcribe en un artículo la emocionante reacción de un ciudadano belga que estaba en el aeropuerto en el momento del atentado del martes: “Nunca sabes lo que te tocara vivir”. Es una profunda expresión del sentido trágico de la vida que tanto se echa de menos en los dirigentes políticos. Algunos dirán que es pura resignación. Todo lo contrario afirma Maertens: es una manera sabia, ni histérica ni fatalista, de responder al odio, al fanatismo y a la traición.

Perdida el alma europea, se impone la pulsión del repliegue. Y cada Estado busca refugio en las viejas reliquias del nacionalismo más tradicional. Incapaces de levantar el vuelo juntos, cada cual vuelve a su nido. Es el contrario de la reacción del personaje de Maertens que sabe que la historia no encierra promesa alguna: sólo la experiencia, este difícil encuentro del sujeto con el otro, con la vida. En el ensimismamiento nacional, la cooperación no funciona, cada cual quiere combatir a Daesh por su cuenta, los muros físicos y mentales crecen, en mi casa que no entren los refugiados. Y así Europa se va desplomando poco a poco. El 13 de noviembre pasado, François Hollande declaró que Francia estaba en guerra contra el Estado islámico. ¿Y Europa dónde queda? Un manifiesto de personalidades franco-alemanas pide a Merkel y Hollande que hagan frente a la descomposición de Europa. Me temo que quedarán tan decepcionados como Aron y Sartre.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_