El fin de una idea de Europa
El temor a los miedos de las clases medias y populares está contagiando al continente y la extrema derecha determina cada vez más la agenda pública
1. No hay peor pecado en política que renunciar a las responsabilidades. Y forma ya parte de la cultura de la Unión Europea declarar los problemas insolubles para no afrontarlos. Es la actitud conservadora por excelencia. En esta dirección ha evolucionado la crisis de los refugiados. Los eurócratas, un grupo endogámico que ha hecho de la arrogancia su segunda naturaleza, insensibles al discurrir de las sociedades complejas, son incapaces de mantener vivo el espíritu y los valores que deberían dar sentido al proyecto. Por más que se consideren propietarios de lo que genéricamente se llama Bruselas, dependen de la voluntad de los gobiernos. Y principalmente de los que por su ascendencia se sienten destinados a marcar el paso de la Unión: Alemania, y su espacio de influencia; Francia, contrapeso incapaz de rebelarse; Gran Bretaña, siempre especulando con la amenaza de irse.
Mientras los conflictos conciernen a la economía, el rodillo alemán amparado en los poderes no electivos y con la servicial complicidad de los eurócratas, se impone hasta la humillación, como vimos cuando Grecia osó desafiar la austeridad expansiva. Si se trata de los derechos y de los valores, la disciplina se relaja. Y la Unión se muestra impotente ante el chantaje de gobiernos autoritarios y xenófobos, especialmente de los antiguamente llamados países del Este, que incumplen sistemáticamente los principios fundacionales sin que se hayan planteado sanciones ni exclusiones.
El temor a los miedos de las clases medias y populares está contagiando al continente, de modo que la extrema derecha determina cada vez más la agenda pública. La escandalosa subrogación del papel de vigilante de la puerta de Europa a Erdogan, que ha hecho de los refugiados un arma de chantaje y extorsión a la Unión Europea, es la culminación de una deriva que viene de lejos. Europa fracturada por sus políticas económicas da una nueva muestra de su debilidad. El crecimiento de las desigualdades y el fin del mito de las clases medias nos ha devuelto a los peores recuerdos de la historia reciente: la destrucción de la sociedad europea en los años veinte y treinta. La producción de la islamofobia a la que asistimos estos días, remite inevitablemente a la construcción del antisemitismo. Y los dirigentes europeos, vestidos de policías, alimentan la caza del chivo expiatorio.
2. Cuando las primeras avalanchas de refugiados llegaron a Alemania, Angela Merkel, ante la perplejidad de los eurócratas, tuvo el coraje de plantear el problema como una oportunidad y de convocar al pueblo alemán a afrontarlo con el mismo compromiso que la unificación. Movida por un resorte de indignación moral, la canciller lanzó el objetivo sin haber trabajado los instrumentos políticos —el consenso con otras fuerzas— y prácticos —-recursos, procedimientos, planes estratégicos—. Se entró así en un período de improvisación insólito en Alemania, aunque con una significativa complicidad ciudadana. Por primera vez, Angela Merkel tomaba una iniciativa que no era ni partidista, ni de estricto interés nacional, sino auténticamente europea. Pero su osadía mereció el repudio activo de algunos países, sobre todo del mundo exsoviético, y el rechazo pasivo de otros, como España, cuyo gobierno ha vivido siempre este problema con hostilidad y con un discurso culpabilizador de los que vienen.
Poco a poco, Angela Merkel se ha ido encogiendo, para acabar urdiendo un miserable acuerdo con la Turquía de Erdogan. Europa se queda sin alma: niega el sagrado derecho de asilo y entra en el mercadeo de grupos humanos con una transacción —regada con nueve mil millones de euros— con Turquía. Una operación con todos los visos de ser inútil, que abrirá nuevas vías más peligrosas a los refugiados, y que supone una triste claudicación ante la extrema derecha. Incapaz de obligar a sus gobiernos a cumplir con los principios básicos de la Unión, Europa renuncia a sí misma, a favor del autoritarismo, la demagogia y el repliegue nacionalista. Se dijo que la crisis de los refugiados podría acabar con Europa. Ya ha ocurrido. Pero la llegada de los sirios no ha sido la causa, ha sido sólo el detonante de la decadencia que hizo inexorable desde la crisis de la Constitución. Próxima etapa: el autoritarismo posdemocrático. No hay democracia sin valores. Hay momentos en que hay que escoger: humanismo o barbarie.
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