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Burbujas efímeras

El artista Marco Canevacci realiza una instalación neumática que solo dura unas pocas horas

Obra realizada por Marco Canevacci en el patio del Instituto Europeo de Diseño
Obra realizada por Marco Canevacci en el patio del Instituto Europeo de Diseño Carlos Rosillo

Hizo ayer un día gris y despeinado, pero algo de color floreció en la calle de la Flor Alta, delante de la sede del Instituto Europeo de Diseño (IED). Eran unos extraños hongos de colores chillones, verde, naranja, entre alienígenas y psicodélicos, hechos de plástico. Dentro, en el patio interior de la institución, en el Palacio de Altamira, habían surgido unas enormes burbujas transparentes, de 120 metros cuadrados de superficie y unos 10 de altura, por dentro de las cuales estudiantes, visitantes y otros curiosos celebraron una fiesta.

Todo fue efímero, hoy solo queda el recuerdo y artículos como este. Las fugaces estructuras inflables eran el resultado de un taller impartido por el colectivo Plastique Fantastique, basado en Berlín y especializado en inflar cosas —instalaciones urbanas temporales— por todo el planeta con fines artísticos y, a veces, comerciales. ¿Por qué esta fijación por construir hoy lo que desaparecerá mañana? “Llegué a Berlín en 1991, cuando acababa de caer el Muro. En aquellos años, buena parte del centro estaba vacío, no había mucha gente ni en los edificios (algunos eran de los judíos asesinados) ni en las plazas, así que uno podía hacer lo que quisiera en libertad, pero siempre de forma temporal”, explica el arquitecto italiano Marco Canevacci, director del colectivo. “Fue un hito importante en mi biografía, la anarquía total, y me descubrió lo temporal, lo efímero, esa libertad, tanto como diseñador y como ser humano”.

Tiempo después, en 1999, se formó Plastique Fantastique: sus primeras estructuras fueron burbujas dentro de un enorme club de techno sin calefacción en una nave industrial abandonada. “Dentro de las burbujas, que eran el lounge, se estaba calentito, fuera tenías que bailar”, recuerda divertido Canevacci.

Su intervención en Madrid se llama Inflables, y utiliza solo materiales ecológicos, pero también han operado en ciudades como Seúl, Copenhague, Zúrich, París o Barcelona. Y en cinco lugares de Castilla-La Mancha, con su Burbuja manchega, realizada en 2007.

Sus proyectos ligeros, móviles, transparentes y efímeros suelen buscar la interacción con los ciudadanos. En 2008, en Berlín, el proyecto Karl Marx Bonsai rodeó los bancos públicos alrededor de un árbol en una enorme maceta hinchable: el gran árbol parecía un bonsai y la gente podía sentarse dentro e interaccionar y jugar con los de fuera. Al fin y al cabo, comunicarse. Unos altavoces pegados a la estructura hacían vibrar el plástico y permitían algo así como tocar la música.

Este es uno de los temas recurrentes del colectivo: la reflexión sobre los usos del espacio público urbano y la difusa demarcación entre lo público y lo privado. “A veces la diferencia entre lo uno y lo otro es solo una piel de plástico de dos milímetros”, apunta Canevacci.

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